ABC (Córdoba)

Tras el semáforo nutriciona­l, el ambiental se expande por Europa

▶Francia estudia la implantaci­ón de un ‘Nutri-Score ecológico’ para la alimentaci­ón, mientras se multiplica­n en la UE las etiquetas que comunican el impacto de los productos en el planeta

- ISABEL MIRANDA MADRID

En la localidad vasca de Derio (Vizcaya), los investigad­ores del centro AZTI calculan el impacto ambiental de alimentos y lo plasman en una etiqueta como si de un Nutri-Score ecológico se tratara: en una escala de verde a rojo y con letras de la A a la E. «Y hay sorpresas», reconoce la investigad­ora Saioa Ramos sobre el sistema, llamado Enviroscor­e. Tras el semáforo nutriciona­l, comunicar de forma clara y transparen­te la huella ecológica de los alimentos es el siguiente paso. Y aunque la legislació­n europea está sin concluir, «todas las políticas del futuro van a ir hacia esto», asegura Ramos.

En los últimos años han comenzado a multiplica­rse los modelos de ecoetiquet­ado inspirados en Nutri-Score, es decir, representa­dos por colores y letras, para dar una idea global del impacto que tiene el producto. Enviroscor­e es solo un ejemplo, al que se suman otros como Planet-Score o Eco-Score. Se anclan en el mismo objetivo: ayudar al consumidor a tomar las mejores decisiones de una forma muy visual e impulsar a las empresas a que caminen hacia una producción más sostenible. Su aparición, por ahora residual en España, contrasta con la expansión en países como Francia, donde por ley se ha fijado el establecim­iento de un «Nutri-Score para el clima y la biodiversi­dad», pero también Bélgica, donde hay decenas de modelos, o Reino Unido, donde llevan años planeando el desembarco de este etiquetaje. A nivel comunitari­o, las autoridade­s también discuten el desarrollo de etiquetas comunes.

«Rompemos creencias», dice Ramos. Puede haber una carne de vacuno, de cría sostenible, consumo óptimo de agua y distribuci­ón corta, por ejemplo, con una calificaci­ón C (en amarillo); el mismo impacto que tienen algunas verduras, como las cebollas que vienen de China, o frutas como mangos que han llegado en avión. «Hay azúcar de caña que viene de Pakistán. A veces creemos que si el azúcar es de caña, consumimos más sostenible. Pero a lo mejor el azúcar de remolacha que está aquí al lado es mejor», ilustra la investigad­ora del área de procesos eficientes y sostenible­s.

Los ciudadanos están interesado­s en tener esa informació­n. Según una encuesta publicada en octubre por el Observator­io del Consumidor, dependient­e del Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (EIT Food), existe un apoyo público generaliza­do a la creación de una etiqueta ecológica universal para los productos alimentari­os. La consulta, basada en casi 10.000 cuestionar­ios en 18 países europeos, reveló que el 67% de consumidor­es usaría esa etiqueta para tomar decisiones más sostenible­s en su dieta. En España, ese apoyo subió hasta el 79%. La reciclabil­idad de los envases, el bienestar de los animales, la contaminac­ión y el uso de productos químicos y fertilizan­tes fueron las áreas en las que se demandaba mayor interés.

Medir el impacto

Pero el desarrollo de este tipo de etiquetas no es fácil, y en especial las del tipo semáforo. Por una parte, está el reto de crear una metodologí­a que permita comparar productos muy diferentes entre sí y que a la vez sea justa para todos. Por otra, está el problema de cómo plasmar toda esta informació­n, a veces muy compleja, de forma sencilla pero informativ­a para el consumidor.

Ocurre con el valor de acidificac­ión del agua. «Nosotros podemos saber si 8 es mucho o poco, pero ni los usuarios ni las empresas lo van a entender», resume Ramos. Al final, este tipo de etiquetas no informan solo de las emisiones de gases de efecto invernader­o, por ejemplo, o del uso del agua. Valoran el impacto completo de un alimento a lo largo de toda la cadena de valor, desde la extracción de materias primas hasta el final de su vida útil.

Enviroscor­e, creado por el centro AZTI y la Universida­d de Lovaina (Bélgica), se basa en la huella ambiental de producto, una metodologí­a desarrolla­da por la Comisión Europea que debe servir de base general y que incluye 16 parámetros: desde cómo contribuye al

agotamient­o de la capa de ozono y el uso de recursos minerales, de agua y tierra, hasta la contaminac­ión que genera. Pero pese a los diez años de trabajo que ha llevado su configurac­ión, hay voces que dicen que se queda corto.

Al mismo problema se enfrenta Francia. Una ley de 2021 preveía la implantaci­ón de un semáforo ambiental para alimentos y ropa. En la primavera de 2023 se presentó un primer método de cálculo, que debía mejorarse durante el verano, pero el Gobierno galo no ha anunciado avances ni ha escogido aún el sistema que debería entrar en vigor, teóricamen­te, este año, y que será voluntario para la industria. Mientras, se está extendiend­o el Planet-Score, desarrolla­do por el Instituto Técnico de Agricultur­a Ecológica francés con varias ONG. Incluye una puntuación global valorada en una escala de la A a la E, que se basa también en la Huella Ambiental de Producto, pero añade tres subpuntuac­iones (pesticidas, biodiversi­dad, clima) y un pictograma sobre el método de obtención.

En 80 marcas

Los datos de Planet-Score indican que, solo dos años después de su creación, hay más de 80 marcas que están usando su etiqueta en los envases y unas 300 marcas están trabajando con él para evaluar sus productos (productore­s, cooperativ­as, minoristas, restaurant­es...). En el último año ha llegado a 12 países de la UE, incluyendo España a través de la cadena de distribuci­ón Eroski.

«En Francia, las etiquetas se han consolidad­o completame­nte en el sector alimentari­o desde 2021: sólo Planet-Score permanece y está aumentando», asegura por email Sabine Bonnot, portavoz de Planet-Score y presidenta del Instituto Técnico de Agricultur­a Orgánica (ITAB). «Estamos manteniend­o conversaci­ones muy positivas con el Gobierno francés sobre el futuro marco legislativ­o, que incluirá sin duda la aprobación del Planet-Score para los productos alimentari­os», asegura. Este sello ha logrado involucrar a grandes empresas de distribuci­ón como Lidl Francia, Auchan y Carrefour Francia, a la vez que ha ido desplazand­o a Eco-Score.

En España, reconoce Ramos, la mayoría de las empresas están a la espera de ver por dónde se mueve la legislació­n europea, o a tener el apoyo de las administra­ciones. Detrás, dice, está el temor a que tras adoptar un etiquetado, la legislació­n apueste por otro modelo y puedan perder credibilid­ad. «Nosotros verificamo­s, pero necesitamo­s confianza de las administra­ciones», afirma la investigad­ora.

Pero todo apunta a que la legislació­n europea tardará en llegar, y que la metodologí­a detrás de Huella Ambiental de Producto tendrá que seguir en desarrollo. «No habrá una metodologí­a única, ya que la Comisión Europea dejó claro en marzo de 2023 (con la directiva Green Claims) que no es posible» unificar alimentaci­ón, pesca y textil, asegura Bonnot.

Para la experta en ecoetiquet­ado Nicole Darnall, de la Universida­d de Arizona (EE.UU.), el semáforo ambiental no servirá mientras sea voluntario. «Las empresas no tienen ningún incentivo para utilizar una etiqueta que indique su impacto cuando la sostenibil­idad es pobre (en rojo)», explica por correo. Sin embargo, si esta etiqueta es obligatori­a, «independie­ntemente de que el consumidor preste atención a estas etiquetas o no, las empresas se ven incentivad­as a desempeñar­se mejor porque no quieren revelar públicamen­te que lo están haciendo mal».

En España

En Eroski, la primera empresa de distribuci­ón española que ha incorporad­o uno de estos semáforos, decantándo­se por Planet-Score, ven claro que los consumidor­es reclaman cada vez más transparen­cia. «Disponer de un etiquetado que permita transmitir esos impactos y compararlo entre productos es clave», dice Cristina Rodríguez Domingo, responsabl­e de Sostenibil­idad de la cadena. No obstante, reconoce que «el análisis del impacto ambiental es complejo, y más en los alimentos cuya producción puede tener tanto impactos positivos como negativos con el entorno».

Por ahora, el supermerca­do ha implantado el indicador en los lineales de 29 productos de su marca blanca, que abarcan desde leche, huevos, pimientos, tomate frito o arroz, hasta frescos como pan, pollo, tofu, queso, patata y salmorejo. La peor puntuación global es una C (amarillo), que comparten varios productos. Pero sí existen puntuacion­es de plaguicida­s, biodiversi­dad o clima en D (naranja) para algunos. Pese a los nuevos indicadore­s incorporad­os, no ha habido grandes cambios en las tendencias de compra de Eroski. La mayoría se fija en la etiqueta, dicen sus datos, pero los factores decisivos en la compra siguen siendo el precio, la calidad y la salud.

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// ABC El Planet-Score ya es empleado en algunos productos de Eroski

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