Tras el semáforo nutricional, el ambiental se expande por Europa
▶Francia estudia la implantación de un ‘Nutri-Score ecológico’ para la alimentación, mientras se multiplican en la UE las etiquetas que comunican el impacto de los productos en el planeta
En la localidad vasca de Derio (Vizcaya), los investigadores del centro AZTI calculan el impacto ambiental de alimentos y lo plasman en una etiqueta como si de un Nutri-Score ecológico se tratara: en una escala de verde a rojo y con letras de la A a la E. «Y hay sorpresas», reconoce la investigadora Saioa Ramos sobre el sistema, llamado Enviroscore. Tras el semáforo nutricional, comunicar de forma clara y transparente la huella ecológica de los alimentos es el siguiente paso. Y aunque la legislación europea está sin concluir, «todas las políticas del futuro van a ir hacia esto», asegura Ramos.
En los últimos años han comenzado a multiplicarse los modelos de ecoetiquetado inspirados en Nutri-Score, es decir, representados por colores y letras, para dar una idea global del impacto que tiene el producto. Enviroscore es solo un ejemplo, al que se suman otros como Planet-Score o Eco-Score. Se anclan en el mismo objetivo: ayudar al consumidor a tomar las mejores decisiones de una forma muy visual e impulsar a las empresas a que caminen hacia una producción más sostenible. Su aparición, por ahora residual en España, contrasta con la expansión en países como Francia, donde por ley se ha fijado el establecimiento de un «Nutri-Score para el clima y la biodiversidad», pero también Bélgica, donde hay decenas de modelos, o Reino Unido, donde llevan años planeando el desembarco de este etiquetaje. A nivel comunitario, las autoridades también discuten el desarrollo de etiquetas comunes.
«Rompemos creencias», dice Ramos. Puede haber una carne de vacuno, de cría sostenible, consumo óptimo de agua y distribución corta, por ejemplo, con una calificación C (en amarillo); el mismo impacto que tienen algunas verduras, como las cebollas que vienen de China, o frutas como mangos que han llegado en avión. «Hay azúcar de caña que viene de Pakistán. A veces creemos que si el azúcar es de caña, consumimos más sostenible. Pero a lo mejor el azúcar de remolacha que está aquí al lado es mejor», ilustra la investigadora del área de procesos eficientes y sostenibles.
Los ciudadanos están interesados en tener esa información. Según una encuesta publicada en octubre por el Observatorio del Consumidor, dependiente del Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (EIT Food), existe un apoyo público generalizado a la creación de una etiqueta ecológica universal para los productos alimentarios. La consulta, basada en casi 10.000 cuestionarios en 18 países europeos, reveló que el 67% de consumidores usaría esa etiqueta para tomar decisiones más sostenibles en su dieta. En España, ese apoyo subió hasta el 79%. La reciclabilidad de los envases, el bienestar de los animales, la contaminación y el uso de productos químicos y fertilizantes fueron las áreas en las que se demandaba mayor interés.
Medir el impacto
Pero el desarrollo de este tipo de etiquetas no es fácil, y en especial las del tipo semáforo. Por una parte, está el reto de crear una metodología que permita comparar productos muy diferentes entre sí y que a la vez sea justa para todos. Por otra, está el problema de cómo plasmar toda esta información, a veces muy compleja, de forma sencilla pero informativa para el consumidor.
Ocurre con el valor de acidificación del agua. «Nosotros podemos saber si 8 es mucho o poco, pero ni los usuarios ni las empresas lo van a entender», resume Ramos. Al final, este tipo de etiquetas no informan solo de las emisiones de gases de efecto invernadero, por ejemplo, o del uso del agua. Valoran el impacto completo de un alimento a lo largo de toda la cadena de valor, desde la extracción de materias primas hasta el final de su vida útil.
Enviroscore, creado por el centro AZTI y la Universidad de Lovaina (Bélgica), se basa en la huella ambiental de producto, una metodología desarrollada por la Comisión Europea que debe servir de base general y que incluye 16 parámetros: desde cómo contribuye al
agotamiento de la capa de ozono y el uso de recursos minerales, de agua y tierra, hasta la contaminación que genera. Pero pese a los diez años de trabajo que ha llevado su configuración, hay voces que dicen que se queda corto.
Al mismo problema se enfrenta Francia. Una ley de 2021 preveía la implantación de un semáforo ambiental para alimentos y ropa. En la primavera de 2023 se presentó un primer método de cálculo, que debía mejorarse durante el verano, pero el Gobierno galo no ha anunciado avances ni ha escogido aún el sistema que debería entrar en vigor, teóricamente, este año, y que será voluntario para la industria. Mientras, se está extendiendo el Planet-Score, desarrollado por el Instituto Técnico de Agricultura Ecológica francés con varias ONG. Incluye una puntuación global valorada en una escala de la A a la E, que se basa también en la Huella Ambiental de Producto, pero añade tres subpuntuaciones (pesticidas, biodiversidad, clima) y un pictograma sobre el método de obtención.
En 80 marcas
Los datos de Planet-Score indican que, solo dos años después de su creación, hay más de 80 marcas que están usando su etiqueta en los envases y unas 300 marcas están trabajando con él para evaluar sus productos (productores, cooperativas, minoristas, restaurantes...). En el último año ha llegado a 12 países de la UE, incluyendo España a través de la cadena de distribución Eroski.
«En Francia, las etiquetas se han consolidado completamente en el sector alimentario desde 2021: sólo Planet-Score permanece y está aumentando», asegura por email Sabine Bonnot, portavoz de Planet-Score y presidenta del Instituto Técnico de Agricultura Orgánica (ITAB). «Estamos manteniendo conversaciones muy positivas con el Gobierno francés sobre el futuro marco legislativo, que incluirá sin duda la aprobación del Planet-Score para los productos alimentarios», asegura. Este sello ha logrado involucrar a grandes empresas de distribución como Lidl Francia, Auchan y Carrefour Francia, a la vez que ha ido desplazando a Eco-Score.
En España, reconoce Ramos, la mayoría de las empresas están a la espera de ver por dónde se mueve la legislación europea, o a tener el apoyo de las administraciones. Detrás, dice, está el temor a que tras adoptar un etiquetado, la legislación apueste por otro modelo y puedan perder credibilidad. «Nosotros verificamos, pero necesitamos confianza de las administraciones», afirma la investigadora.
Pero todo apunta a que la legislación europea tardará en llegar, y que la metodología detrás de Huella Ambiental de Producto tendrá que seguir en desarrollo. «No habrá una metodología única, ya que la Comisión Europea dejó claro en marzo de 2023 (con la directiva Green Claims) que no es posible» unificar alimentación, pesca y textil, asegura Bonnot.
Para la experta en ecoetiquetado Nicole Darnall, de la Universidad de Arizona (EE.UU.), el semáforo ambiental no servirá mientras sea voluntario. «Las empresas no tienen ningún incentivo para utilizar una etiqueta que indique su impacto cuando la sostenibilidad es pobre (en rojo)», explica por correo. Sin embargo, si esta etiqueta es obligatoria, «independientemente de que el consumidor preste atención a estas etiquetas o no, las empresas se ven incentivadas a desempeñarse mejor porque no quieren revelar públicamente que lo están haciendo mal».
En España
En Eroski, la primera empresa de distribución española que ha incorporado uno de estos semáforos, decantándose por Planet-Score, ven claro que los consumidores reclaman cada vez más transparencia. «Disponer de un etiquetado que permita transmitir esos impactos y compararlo entre productos es clave», dice Cristina Rodríguez Domingo, responsable de Sostenibilidad de la cadena. No obstante, reconoce que «el análisis del impacto ambiental es complejo, y más en los alimentos cuya producción puede tener tanto impactos positivos como negativos con el entorno».
Por ahora, el supermercado ha implantado el indicador en los lineales de 29 productos de su marca blanca, que abarcan desde leche, huevos, pimientos, tomate frito o arroz, hasta frescos como pan, pollo, tofu, queso, patata y salmorejo. La peor puntuación global es una C (amarillo), que comparten varios productos. Pero sí existen puntuaciones de plaguicidas, biodiversidad o clima en D (naranja) para algunos. Pese a los nuevos indicadores incorporados, no ha habido grandes cambios en las tendencias de compra de Eroski. La mayoría se fija en la etiqueta, dicen sus datos, pero los factores decisivos en la compra siguen siendo el precio, la calidad y la salud.