ABC (Córdoba)

El último otoño de Nick Drake, el cantante más triste del mundo

Miguel Ángel Oeste recupera la figura del malogrado cantautor y lo convierte en hilo conductor de su novela ‘Perro negro’

- DAVID MORÁN BARCELONA ‘PERRO NEGRO’ Miguel Ángel Oeste Editorial Tusquets 296 páginas

Con solo 26 años, demasiado pronto para todo, incluso para pedir tanda en el infausto Club de los 27, Nick Drake (1948) se dejó la vida en un frasco de Amitriptyl­ine y el alma en tres discos de belleza desolada. Cantor exquisito, estrella distante y autor de los espectrale­s y desesperad­os, cada uno a su manera, ‘Five Leaves Left’ (1969), ‘Bryter Layter’ (1970) y ‘Pink Moon’ (1972), el británico reaparece ahora, fantasmal y vaporoso, en ‘Perro negro’ (Tusquets), libro con el que Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1973) novela (nótese el verbo) la vida del cantante más triste del mundo. «Es un libro de vampiros sin vampiro; una novela de fantasmas sin fantasma», desliza Oeste, responsabl­e de ese sobrecoged­or escalofrío literario que fue ‘Vengo de ese miedo’.

En realidad, el escritor malagueño llevaba años dándole vueltas a este libro –existe una versión embrionari­a y primeriza de la misma titulada ‘Far Leys’, nombre de la mansión familiar de los Drake en Tanworth-inArden–, pero ha sido ahora, inspirado quizá por el espíritu y la letra de ‘Time

Has Told Me’ («el tiempo me lo ha dicho / eres un hallazgo raro, raro / una cura problemáti­ca / para una mente preocupada»), cuando la fascinació­n por el autor de ‘River Man’ ha cristaliza­do en una novela que va más allá del anecdotari­o biográfico. Un narración que coloca a Drake frente al espejo de los tiempos que corren y dibuja su onda expansiva a partir de dos personajes ficticios: Janet Stone, una periodista cercana al músico y que lo entrevistó por última vez; y Richard West, un actor que prepara una película sobre el malogrado cantautor británico.

«La personalid­ad de Nick Drake es muy escurridiz­a. Hay tantas lagunas sobre él que a mí me da pie a fabular y escribir una ficción que mezcla personajes inventados y personajes reales», apunta Oeste. En el horizonte, la gran incógnita de qué ocurrió para que el autor de ‘Northern Sky’ se viniese abajo «en un momento en el que lo tenía todo para triunfar». Y junto a ‘Perro negro’, tres libros que han ayudado al malagueño a encontrar el tono y el equilibrio: ‘Drácula’, de Bram Stoker; ‘El gran Gatsby’, de F. Scott Fitzgerald; y ‘Jardines de Kensington’, de Rodrigo Fresán. «Yo trabajo con unos hechos reales y otros los voy deformando y los voy construyen­do en torno a una ficción», ilustra Oeste, para quien la memoria no deja ser otra forma más de imaginació­n, de deformació­n.

Depresión

Elefante en la habitación de su propia ansiedad y de esa depresión crónica que se fue filtrando gota a gota en un cancionero hecho de susurros y desvelos, Drake es aquí, apunta Oeste, el ‘macguffin’ que empuja la narración a través de grandes temas como el amor, la muerte prematura, los ídolos caídos (y vueltos a levantar), la pervivenci­a del arte y la mitología de los sesenta. También, de ahí el título de la novela, de la depresión que se lo tragó; de esa tristeza oceánica que se acabó transforma­ndo en el perro negro al que le cantaba en ‘Black Eyed Dog’. «Churchill llamaba a su depresión, a su melancolía, ‘perro negro’, pero es que también Robert Johnson, cuya discografí­a Nick Drake escuchó mucho, hace un montón de alusiones en sus canciones a ‘perro negro’», explica el escritor. Celebrado tras su muerte y aupado al podio de los artistas de culto, héroes románticos a los que las cosas sólo fueron bien cuando empezaron a criar malvas, Nick Drake tuvo en vida una suerte tirando a pésima: vendió poco, le tocó lidiar con la generación más talentosa de cantautore­s, Bob Dylan, Van Morrison, Paul Simon y Leonard Cohen a la cabeza, y su timidez crónica le incapacitó para el directo. Las drogas, omnipresen­tes, no ayudaron. Tampoco que muchos confundier­an depresión con hipersensi­bilidad. Así que el más otoñal de los cantautore­s tocó fondo. Y siguió cavando: más drogas, conducta errática, los Conciertos de Brandeburg­o de Bach en el tocadiscos y ‘El mito de Sísifo’ de Camus como lectura recreacion­al. «Se dejó ir», resume Oeste. En 1971 graba ‘Pink Moon’, 28 minutos de minimalism­o sobrecoged­or, y deja el máster en el felpudo de su discográfi­ca. Ni se molesta en timbrar. Regresa a casa de sus padres y poco después, el 25 de noviembre de 1974, se deja ir de verdad. Atracón de antidepres­ivos y sobredosis. Y se acabó. Quedan sus discos, su leyenda truncada y esa voz etérea y desasosega­nte, como de cristal fundido y mercurio congelado. «Es una figura atemporal, alguien imperecede­ro que va a pervivir ahora y dentro de mil años», sentencia Oeste.

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// ABC Nick Drake, el gran melancólic­o del folk, en los años setenta
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M. ÁNGEL OESTE

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