ABC (Córdoba)

Bond, Connery Bond

A Connery no lo superas porque es la distinción más la testostero­na

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

Entre Roger Moore y Sean Connery prefiero a Connery. Quiero decir que a Connery no lo superas nunca como James Bond, porque es la distinción más la testostero­na, y Moore tenía algo de británico que se mete al atletismo del sexo sin aflojarse la pajarita. Digo esto porque acabo de ver muchas películas de James Bond, como si fueran una serie, que de algún modo lo son. James Bond ha sido varios machos, pero a uno siempre le sale uno principal, Sean Connery.

La muerte de Roger Moore fue el diagnóstic­o de la muerte de Connery, cuando aún era un tronco de mozallón de ochenta y muchos inviernos. Connery resuelve dos de las claves de toda elegancia: la estatura de delgado y la cabeza de estatua. Le sobra estilo inglés, se ponga como se ponga. Alguna vez leí que queda encumbrado entre los más elegantes hombres de los últimos cincuenta años, y eso es como decir que su elegancia es clásica, pero se ha hecho intemporal. Junto a él, Paul Newman y Johnny Depp, citando dos ejemplos distintos y casi contrarios. Pasa la moda, y queda el estilo, como me parece que arriesgó Coco Chanel. Ian Fleming, autor de los libros inspirador­es de la serie, hizo a James Bond hijo de un caballero escocés, después de conocer a Connery, que modificaba así, con su facha, la biografía de un personaje de ficción.

Pierce Brosnan o Daniel Craig van de Bond, pero Bond siempre quiso ir de Sean Connery. Connery siempre resulta él, a pesar de James Bond. A pesar de los trajes pulcros que llevan todos los de esas películas y los relojes fascinante­s de mirar la hora de haber quedado para el lío con Ursula Andress, Carole Bouquet o Halle Berry. Algún día, le dio la prensa por muerto, y él salió resucitado con un traje de luto alegre. La fama mundial la llevó sin más estruendo que ir recogiendo premios como el que va a un cumpleaños de la familia. Estuvo alistado en la marina británica, y de ahí le quedaron dos tatuajes medio ocultos, como cicatrices a la tinta del hombre de acción que fue. Como bordaduras canallas en su físico de macho esbelto que cede la puerta a las damas. Llevó tatuajes por dentro. Y también por dentro llevó siempre la pajarita de Sir. Como Moore, pero al revés.

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