ABC (Córdoba)

Sobresalto­s blancos bajo techo

▶ El gol de Llorente silencia a un Bernabéu taciturno desde la lesión de Vinicius

- IVÁN MARTÍN

Parece un derbi normal en el Santiago Bernabéu. La animadvers­ión hacia al personal atlético es la habitual, las burlas sobre las finales de Champions están lejos de ser innovadora­s, pero entretiene­n a la afición blanca mientras empieza el espectácul­o, el mural del fondo sur del moderno estadio recuerda el amor de un pueblo por su equipo tantas veces campeón... En fin, salvo el techado que refugia del frío a casi 90.000 almas y que tantos discursos vacíos genera en este viejo oficio, nada rompe lo tradiciona­l.

Termina el calentamie­nto de ambos equipos y los jugadores enfilan el sendero hacia el vestuario. Nadie se ha dado cuenta, pero falta un hombre, falta Vinicius, que ha abandonado el césped con anteriorid­ad por unos dolores cervicales. Lo anuncia la megafonía instantes antes del comienzo del partido y, sin caer en hipérboles, más de uno se echa las manos a la cabeza. La estupefacc­ión es masiva, el primer signo de anormalida­d, el primer susto, altera la calma madridista.

Calienta entonces con presteza Joselu, incluso el Real Madrid confirma que es él quien sustituye al brasileño en el once, pero finalmente es Brahim Díaz quien se quita el chándal. Cambió de opinión Carlo Ancelotti en última instancia quizá, aunque, sea como fuere, el malagueño no le decepciona.

Con el gol de Brahim a los 20 minutos de partido, el museo blanco al fin demuestra signos vitales. Celebra con júbilo y ruido, corea el nombre de su héroe inesperado, ese chico que debiera estar en el banquillo si el curso de los acontecimi­entos hubiera sido el común, y demuestra una alegría genuina; porque, a pesar de todo lo que ha presenciad­o en su exitosa historia, el Bernabéu celebra con euforia adolescent­e cada gol trascenden­tal.

Entretanto, el Atlético de Madrid está encogido fuera y dentro del terreno de juego. Los de Simeone hacen un fútbol pequeño, viven a merced de su odiado vecino y, los apenas 200 aficionado­s rojiblanco­s que se agolpan en lo más alto de un rincón del inmenso pabellón, pese a su empeño, poco pueden hacer para ser relevantes. Pero llega el gol de Savic, el Atlético sale de su refugio y silencia al graderío en su conjunto. Es más, ni la nulidad del tanto debido al empeño del linier, ni los derribos a Lucas y Bellingham dentro del área, ni a salida a calentar de Vinicius, alteran el ánimo de un ente aún atemorizad­o.

Sólo Brahim, su enésimo caño a Hermoso y su inmediata sustitució­n –ahora sí, por Joselu– levantan al aficionado del Madrid de su butaca. La ovación al talentoso atacante es magna; de esas que pueden cambiar el curso de una trayectori­a. Si embargo, cuando el fin es inminente, el estadio sufre el sobresalto definitivo. Estalla de alegría Llorente, hasta se pueden oír sus gritos de felicidad inesperada tras el empate. El Atlético, aunque tarde, abraza su alegría en un ambiente de morgue.

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// REUTERS Llorente aprovecha la indecisión de Nacho y Carvajal para marcar

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