Tiempo de silencio
POR MANUEL J. RAMOS
Al escribir este título de una de las mejores novelas españolas del pasado siglo no puedo por menos de recordar y rendir homenaje a su malogrado autor, Luis Martín Santos, del que en este año celebramos el centenario de su nacimiento. Sin embargo no es de esta renovadora novela de la que quisiera tratar en este artículo, aunque su argumento me sirva de apoyo, una vez más, para describir el sentido metafórico que me brinda su título para aplicarlo a la actual caótica y desconcertante situación política española. En efecto, la España que sirve de fondo al argumento de esta magnífica novela es la de un país triste, reprimido por la dictadura militar, de mediocre ambiente cultural, deprimido social y económicamente, inexistente para cualquier universitario con vocación investigadora como su protagonista, el joven y animoso Pedro. No es el caso de nuestro actual país que ha crecido y se ha desarrollado exponencialmente ocupando uno de los primeros puestos en el ranking de las economías occidentales. Lamentablemente cualquiera que asista al actual chantaje a que está siendo sometido nuestro presidente por los partidos independentistas pensará que no vivimos en ese país que surgió del llamado régimen constitucional del 78.
Todo lo contrario, asistimos en lo político a un gobierno entregado, sometido y, como digo, chantajeado por los partidarios de una España dividida y plegada a los deseos interminables de una minoría separatista que unos días aprieta para conseguir la amnistía para los delitos de sedición y malversación durante el llamado ‘procés’ independentista de octubre de 2017 y al siguiente para los encausados por el juez Llarena por posibles delitos terroristas que el vicepresidente Bolaños, presentando las enmiendas a la reciente ley de amnistía, trata y, lo que es más grave, intenta hacernos creer que solo son «enmiendas técnicas que mejoran la ley y […] refuerzan la función jurisdiccional», después de haber jurado en los días anteriores a su discusión en la Comisión parlamentaria que nunca sobrepasarían la línea roja de la acusación de terrorismo. Como escribí en este mismo periódico, es como si el Gobierno quisiera hacernos creer que no vimos ni oímos los hechos que sucedieron en octubre de 2017 durante la escalada de violencia del llamado Tsunami independentista, es decir convertir la amnistía en una amnesia colectiva y de camino –me temo– irnos preparando el terreno favorable al siguiente y decisivo paso: el referéndum de independencia.
Y lo peor es que hemos asistido a todas estas negociaciones entre el PSOE y Junts per Catalunya a considerable distancia fuera de nuestro país y con mediadores extranjeros, sin ruedas de prensa en donde se pudieran recabar ni la más mínima aclaración de lo tratado, en un clima de total acatamiento a la voluntad de un prófugo de la Justicia, sin luces ni taquígrafos. Me temo que no hay marcha atrás en este laberinto al que nos han llevado la vesania de los partidos independentistas y la culposa y culpable connivencia de un PSOE que en otro tiempo protagonizó la llegada de la democracia y que ahora no existe o está condenado al silencio.