Recuerdos y vivencias (III)
El último mito de la montería surgido en aquellos lejanos años aún vive, se llama Luis Higuero López-Montenegro y sigue campeando por la sierra de San Pedro.
Las manchas que había cazado Covarsí se habían quedado horras, y de rondas y rehalas solo flotaba un recuerdo deslucido por el tiempo. Ahí despertó la afición de Luis para llenar vacíos.
Puso esfuerzo y recursos, formó al personal, Agustín en las avutardas, Antolín y Perico con las recovas y resucitó La Aliseda como lugar de cita. Su puntualidad era envidia de los germánicos, el bien hacer es aún su aureola. Con el prestigio de la mejor tradición luchó ante la ausencia de venados y la escasez aunque gran calidad de los cochinos.
Así, poco a poco, con fe y constancia, Extremadura volvió a la montería y las reses a los cotos. Los Muguiro repoblaron de cervuno y el marqués de Valdueza desde Azagala empezó a impartir lecciones.
Después, en toda España se abandonó la agricultura de supervivencia y la caza se apoderó de los montes; donde no había varetos hubo que empezar a controlar las ciervas, los números se dispararon y se acotó medio país.
También llegaron prisas y gente nueva que conoció ya talluda la cacería sin tiempo para entender de usos y tradiciones. La mixomatosis primero y la neumonía vírica después cambiaron los hábitos; de la menuda se pasó a la mayor, de la escopeta al rifle.
Y los españoles descubrieron el pasaporte y que también es interesante cazar junto a turbantes asiáticos y con los Toyota africanos. Todo un mundo que se abría y empujaba a visitar las ferias de caza con la misma soltura con que se pide una caña.
Hoy en las tertulias se comenta sobre calibres y rasantes, se discute de las calidades de los telémetros y de la deportividad de los instrumentos de inspección térmica y, finalmente, se habla del Zambeze o de Antalya como si estuvieran pasado Torrelodones.
Y es que estos años han traído grandes novedades: «Cosas veredes, amigo Sancho».