ABC (Córdoba)

«El origen a veces te expulsa, como una madre cuando da a luz»

▶Es una de las voces más feroces de la literatura contemporá­nea en español. El 8 de febrero publica ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’

- KARINA SAINZ BORGO MADRID La escritora Mónica Ojeda, esta semana, en Madrid // TANIA SIEIRA

Año 5540 del calendario andino. Dos adolescent­es escapan de Guayaquil para asistir a Ruido Solar, un macrofesti­val en las laderas de un volcán. Huyen de las bandas del narcotráfi­co, los sicarios y las autodefens­as. Una busca al padre que la abandonó, pero en el camino halla el saber que una abuela chamana le ha legado. Como en un viaje a los infiernos del Renacimien­to, Noa y Nicole atraviesan el páramo andino con la intención de no regresar jamás. Esa es la historia que la escritora Mónica Ojeda narra en su más reciente novela, ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’ (Literatura Random House).

La de Mónica Ojeda (Ecuador, 1988) es, si no la más potente, una de las voces indispensa­bles de la narrativa contemporá­nea en español. Por salvaje y libérrima. Su novela ‘Mandíbula’ (Candaya), finalista del National Book Award, y ‘Las voladoras’ (Páginas de Espuma) contienen el germen de ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’, una novela que viste la máscara de lo sobrenatur­al para retomar la tragedia griega, con todo y su coro de diosas iracundas. Se le atribuye la creación de un ‘Gótico andino’, pero lo suyo es mucho más profundo. Es un desgarro universal. Una herida gozosa en el cuerpo. El estremecim­iento que desatan el deseo y la muerte cuando se juntan. Leerla es como bailar en medio de una balacera.

—¿Un viaje a los infiernos?

—A través de esa fiesta, intento revivifica­r el cuerpo en situacione­s de violencia extrema. La novela está situada en Ecuador. Un lugar donde los cuerpos están atravesado­s por el pavor y el miedo. Al mismo tiempo, está también la violencia del deseo. El hambre y las ganas de encontrar un futuro. El cuerpo necesita sentir algo más que dolor. Necesita el goce.

—¿El cuerpo es siempre cadáver?

—Es cadáver, sí. Pero también los que se quedan haciendo el duelo. Es la fiesta que se arma alrededor de la muerte. Las ganas de amplificar el cuerpo, bailar o celebrar. Da igual si al bailar igual se desata una balacera, se trata de reclamar el cuerpo en la calle. Si no lo hacemos, si nos encerramos en casa, aterroriza­dos, ganan ellos.

—¿La violencia reciente de su país llegó a coincidir con la escritura?

—La violencia de Ecuador es estructura­l. Comencé a escribir a finales del 2018. En todo ese tiempo, la degeneraci­ón ha ido a más. Yo migré en 2017. Lo he vivido de lejos y a la vez desde cerca. Desde lejos, porque soy inmigrante. Desde cerca, porque todo lo que me importa en esta vida está en primera línea de fuego. Esta tragedia me ha tocado de cerca a mí, a mis amigos, a mis profesores, muchos de ellos asesinados. Con el paso del tiempo, el libro se fue transforma­ndo. Y fue entrando la violencia actual.

—Volcanes, terremotos, decapitado­s. ¿Hay una violencia geológica?

—Ecuador siempre ha sido un lugar violento. Los medios hablaban del país como un remanso de paz, en el pasado. Pero no lo era. Pensarían eso porque había menos asesinatos que ahora, pero los números no son capaces de dar cuenta de lo que es la violencia diaria. Los números no dicen nada. Yo me fui porque era un lugar muy violento. Y sí: este libro vivió todo ese cambio.

—Su protagonis­ta busca a un padre que la abandonó.

—Noa siente que su carácter está condiciona­do por ese abandono. Pero se da cuenta, además de que el padre no tiene nada que decirle. De que esa profecía realmente no existe. De que el origen es un lugar peligroso, no sólo porque te puede devorar, sino porque todo lo que buscas, las preguntas o las respuestas, no están en el origen. El origen a veces te expulsa. Como una madre, cuando te pare, caes. Pascal Quignard tiene esta imagen tan potente del nacimiento como la primera caída.

—Hay una abuela de saber milenario. ¿Ese otro origen sí funciona?

—Es un origen que parece inaccesibl­e. A la abuela muerta no se la puede interpelar. El origen que más nos habla es el origen de los muertos. Las abuelas manejan la memoria de la familia.

Alguien tiene que sostener la historia, porque la historia es emocional en una familia. Eso lo han hecho las mujeres, no los hombres. Entonces es diferente interpelar primero a un padre que a una abuela.

—Escribe usted sobre cóndores, chamanes, cantoras... ¿Son andinas sus sirenas?

—Las cantoras son el otro eslabón del sonido. Son como parcas, también una especie de coro de la tragedia. Encarnan una relación entre la música, el deseo por la vida y la pulsión de muerte. Ulises tuvo que atarse para no sentirse arrastrado por las sirenas.

—En su ciudad bailan en medio de balaceras, me ha dicho.

—Ocurrió. En Durán, un barrio de Guayaquil azotado por la violencia, en medio de una clase de baile se desató una balacera. Todo el mundo se lanzó al suelo, menos la profesora, que decidió seguir bailando como desquiciad­a. Cuando vives en una situación límite haces cosas no lógicas. Es otra razón poética de la revuelta del cuerpo.

—¿Se ha sentido juzgada por lo que escribe?

—Hasta el momento no. Una vez, en una charla sobre ‘Las voladoras’, me preguntó si yo estaba trabajando temas de Ecuador de forma exótica. Creo que el

Acervo familiar «El origen que más nos habla es el origen de los muertos. Las abuelas manejan la memoria de la familia»

exotismo está en la mirada de quien lee, no en la de quien escribe. En el libro hay imágenes reales de cosas espantosas que he visto. Por ejemplo, un decapitado. Yo vi eso en Guayaquil y por supuesto que eso entra en mi escritura. Ha entrado en ‘Las Voladoras’ también. Eso no es un exotismo. Es una herida, una pesadilla que me persigue y me acecha.

—¿Cree que existe un grupo de autoras que impugna el canon del ‘boom’ y ‘post-boom’?

—Cada época impone modos de hablar de determinad­as cosas. Y cada época hace funcionar ese discurso, hasta que lo agota. A nosotros se nos agotó esa manera de construir la realidad que tuvo el ‘boom’. Dio grandes, enormes libros, pero se agotó. Por eso determinad­as autoras buscan otras palabras.

—¿Más que machista, es misógina América Latina?

—Es más complejo. Los problemas que atraviesa Latinoamér­ica son estos femicidios vinculados al narco, al extractivi­smo, a las zonas mineras y petroleras. Por supuesto que es cultural, pero es una forma de vida, de ganar dinero. Necesita pedagogía, pero no es nada más eso. Está atravesado también por la racialidad.

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