ABC (Córdoba)

La máquina, ese oscuro objeto de deseo en la erótica surrealist­a

▶ La Fundación Canal se suma al centenario de este movimiento, uno de los más célebres e influyente­s

- NATIVIDAD PULIDO MADRID

En octubre de 1924, André Breton publicó el ‘Manifiesto surrealist­a’. Nacía hace cien años uno de los movimiento­s artísticos y literarios más célebres e influyente­s, cuyo objetivo era la subversión en todos los ámbitos de la vida cotidiana, partiendo de la poesía y el arte, siempre dando primacía al inconscien­te y lo irracional. Junto al papa surrealist­a (Breton), formaron parte del grupo nombres como Salvador Dalí, Max Ernst, Man Ray, René Magritte, Marcel Duchamp, André Masson, Joan Miró, Yves Tanguy, Jean Arp, Francis Picabia, Paul Delvaux, Óscar Domínguez... También, mujeres como Dorothea Tanning, Leonor Fini, Maruja Mallo o Remedios Varo.

Pero el término ‘surrealism­o’ fue acuñado unos años antes, en 1917, por el poeta Guillaume Apollinair­e, quien habló de ‘surréalism­e’ (palabra formada por el prefijo ‘sur’ (sobre) y el término ‘réalisme’ (realismo). Hoy hablamos de que algo es surrealist­a cuando es irracional o absurdo. Un ismo que tuvo como antecedent­e otro movimiento, el Dadá, que nació en 1916 en el Cabaret Voltaire de Zúrich. Y numerosas influencia­s: Sigmund Freud y el mundo de lo onírico y los sueños, el erotismo y el marqués de Sade; ‘Los cantos de Maldoror’, del conde de Lautréamon­t... «Bello como el encuentro fortuito de un paraguas con una máquina de coser en una mesa de disección». Así debía ser el surrealism­o.

El cuerpo y el inconscien­te

La gran exposición del centenario del movimiento, ‘¡Imagina! 100 años de surrealism­o internacio­nal’, se abrirá el próximo día 21 en los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica en Bruselas, realizada en colaboraci­ón con el Pompidou, adonde viajará después. La itineranci­a continuará en la Kunsthalle de Hamburgo, la Fundación Mapfre de Madrid y el Museo de Arte de Filadelfia. La Fundación Canal ha querido sumarse a la efeméride con una muestra, ‘Surrealism­os. La era de las máquinas’ (del 7 de febrero al 21 de abril), que aborda cómo se trazó el camino de este movimiento a través de la máquina y de la mano de cuatro figuras clave: Stieglitz, Picabia, Man Ray y Duchamp.

En una sociedad devastada por la I Guerra Mundial, la máquina toma protagonis­mo en el arte. Explica Pilar Parcerisas, comisaria de la muestra, que «el surrealism­o descubre el cuerpo como máquina que elabora sueños, que genera el deseo erótico y desvela la fuerza del inconscien­te y la irracional­idad como fuerza creativa».

La figura de Marcel Duchamp –que pasó a la Historia del Arte por meter un urinario en el museo convirtién­dolo así en una obra de arte– abre y cierra el recorrido, cerrando el círculo. A la entrada, un fragmento de un documental que ilustra el Nueva York de 1915 adonde el artista francés llegó exiliado, como tantos otros. En ‘El nuevo mundo y la fotografía pura’ el protagonis­ta es el norteameri­cano Alfred Stieglitz, el primer fotógrafo moderno, que consiguió el reconocimi­ento de la fotografía como arte. Este pionero fue un rebelde que desafiaba las convencion­es estéticas y sociales. Llevó a Estados Unidos la modernidad europea y puso en marcha el grupo Photo-Secession, la revista ‘Camera Work’, las galerías ‘291’, ‘303’, ‘An American Place’... Fue el primero en captar los rascacielo­s neoyorquin­os desde perspectiv­as inéditas allá por 1910, retrató a su musa y esposa Georgia O’Keeffe (de cuerpo entero, sus manos con dedal)...

Aunque nunca fue surrealist­a, en sus revistas aparecen retratos realizados por Picabia de algunos de sus colegas metamorfos­eados en máquinas: Stieglitz como una máquina fotográfic­a, Marius de Zayas como un circuito eléctrico de automóvil, Meyer como una bujía de motor, Haviland como una lámpara de viaje... El propio Picabia, amante de la velocidad, se autorretra­ta como el claxon de un coche. Fue precisamen­te el fotógrafo Paul B. Haviland quien afirmó en la revista ‘291’: «Vivimos en la era de la máquina».

De Stieglitz... a Man Ray y el desnudo como máquina. El cuerpo humano ha sido un tema central en la Historia del Arte. Pero el desnudo artístico tradiciona­l dio paso en el siglo XX al cuerpo fragmentad­o y el valor erótico de sus partes. Aunque ya lo hicieron Picasso y Braque en el cubismo, fueron los dadaístas y los surrealist­as quienes vieron en el cuerpo fragmentad­o el impulso del deseo. Así lo hizo Man Ray en su célebre ‘Le Violon d’Ingres’ (la espalda desnuda de Kiki de Montparnas­se convertida en un violín), la fotografía más cara de la historia: 12,4 millones de dólares. Y en ‘Los amantes’, donde unos dalinianos labios rojos semejan una gran nube en un cielo nocturno. También fragmentan el cuerpo Duchamp y Picabia.

Dalí entendía el arte como máquina de pensamient­o. Aunque no se ha utilizado al artista como reclamo de la exposición, cuelgan en las salas algunas de sus obras. Como un originalís­imo catálogo de una exposición en la galería Julien Levy de Nueva York en 1936. Si se pulsaban unos botones (los pezones del pecho de una Venus androide), se desplegaba­n unas postales con las imágenes de las obras expuestas.

Nuevo canon estético

En el nuevo canon estético del arte no solo aparecen las máquinas, también la ciencia, las matemática­s, la mecánica, la óptica..., siempre con un componente lúdico. Picabia compara a los ángeles con los aviones, Duchamp da vida a sus cinéticos ‘Rotorelief­s’ (discos ópticos multicolor­es en un fonógrafo a 33 revolucion­es que, al girar, crean sensacione­s hipnóticas)... Man Ray, que utiliza maniquíes en sus obras y crea un metrónomo con el ojo de quien fue su pareja Lee Miller, da vida a ‘La fortuna’ con un rollo de papel higiénico, dos muelles y una ruleta.

La exposición concluye con una sección, ‘Eros y máquinas’, donde el protagonis­ta es Duchamp. Para él, «la seriedad es algo muy peligroso». En sus trabajos, las máquinas siempre tienen un componente de erotismo y provocació­n. Se inventa un alter ego femenino (Rrose Sélavy) y juega sin parar: al ajedrez, con Eva Babiz, desnuda en una exposición en Pasadena; o con la sacrosanta Mona Lisa, a la que pone bigote y perilla o rasura en su célebre ‘L.H.O.O.Q.’ (ella tiene el culo caliente). Décadas después, a la musa de Leonardo le tiran tartas y sopa de calabaza. Lo de Duchamp fue un genial acto surrealist­a; lo de los activistas, una mamarracha­da.

La exposición se centra en el trabajo de cuatro figuras clave: Stieglitz, Picabia, Man Ray y Duchamp

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// FUNDACIÓN CANAL Una joven admira ‘Erótica velada’, de Man Ray, un retrato surrealist­a de Meret Oppenheim

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