No ver tres en un tractor
El campo español, contado por los expertos en algas nori y wakame
Pocas cosas hay tan gratificantes en nuestro modelo de ocio televisivo como asistir en directo a la inmolación cultural de quienes paradójicamente cobran en función de su conocimiento y sus habilidades pedagógicas. Paradigmático del deterioro de una profesión más preocupada ya de mover el flequillo y las manos que la sesera, profesionales de un aspaviento incompatible con la prudencia, el caso de Sonsoles Ónega y su aproximación coreográfica al franquismo no pasa de ser un desliz provocado por las inercias de quien se deja llevar hasta el barranco de la ignorancia, consustancial al género del magazín. Lo mismo lo llevaba ensayado, igual que escribe libros. Esta gente es capaz de todo.
Más atroz aún es toparse con una tertulia política cuya agenda, sesgada por los argumentarios de parte que recita su cuadro de actores, función de ventriloquia, se ve alterada por uno de esos raros fenómenos de la naturaleza o la técnica –volcán, accidente o tractorada– que escapan al marco de la consigna, lo que les lleva a improvisar, actividad para la que no los llamó el Señor. «Alexa, o Siri, o como te llames, ¿qué coño pasa en el campo?». Son tan sectarios que hace años les tuvieron que poner politólogos de guardia, ya abducidos, árbitros de Negreira,
para aparentar una imparcialidad académica que sigue sin aparecer entre tanto palique. Esta gente nunca va a entender que la boca está para meterse cosas.
Peor que la ignorancia es la soberbia. Cuando Manuel Pimentel, exministro, ingeniero agrónomo y autor de ‘La venganza del campo’ –escritor, como Sonsoles–, trata de exponer los problemas del agro, no lo dejan. «Si tienes un poco interés...», se queja a la presentadora. «Si no lo queréis ver...», insiste. «No comprender lo que está pasando...», lamenta antes de la desconexión. A tomar por culo el ingeniero. Una tertuliana de cuota y de ‘polis’, urbana y ufana, pide la palabra y sin que nadie la corte dice «panoplia», luego «ubicar las cosas como son», añade «con toda certeza», remata con «David contra Goliat», y aún le queda aire para soltar «grandes plataformas». Gente de campo.
«Alga nori no nos queda, pero tenemos wakame», le comenta el jefe de sala. «Es que la wakame –lamenta– me repite». Y así todo.