ABC (Córdoba)

La noria del escudo

Algo cambia en Córdoba: no han discutido los partidario­s del emblema de los leones y los de la Albolafia

- LUIS MIRANDA

ESTO ya no es lo que era. Cuando empezaron a llegar noticias sobre la posibilida­d de cambiar el escudo de Córdoba, más de uno se imaginó una de esas discusione­s eternas que no son tanto entre tradición y modernidad como entre quienes buscan razones y los que se oponen a cualquier cambio sólo porque modifica lo que han conocido siempre. En otros tiempos la discusión entre el escudo y el sello, entre las armas del Rey Santo y el paisaje eterno de la Albolafia, el Puente Romano y la Mezquita-Catedral habría dado para días de titulares cruzados, respuestas larguísima­s en las redes sociales y artículos fundamenta­dos de los que quisieran volver a lo antiguo y de los que se apoyan en una innovación rabiosa y ochentera para seguir con el que han conocido estas generacion­es.

Será cosa de la Base Logística o del verde de esos parques que todavía tienen que esperar hasta tener árboles respetable­s, pero algo tiene que estar cambiando en Córdoba. Un concejal anunció que había pedido un dictamen al cronista oficial, Julián Hurtado de Molina hizo la propuesta de regresar al escudo histórico y finalmente el alcalde optó por dejar las cosas tal y como estaban. Fuéronse y no hubo nada, y ni un poquito de discusión bizantina, ni un grupo de Féisbuc para regresar al emblema de Fernando III ni una mala plataforma con el nombre de ‘La Albolafia se queda’ con sus pancartas en horas de trabajo.

Quizá alguien fue demasiado audaz o tal vez Bellido lo vio venir y quiso evitar una tormenta que podría haber dejado bastante ruido y alguna de esas frases sacadas de contexto que después persiguen a un concejal durante el resto de su vida. El caso es que el viejo escudo de los leones y los castillos, el que tuvo como oficial Córdoba hasta la época de Julio Anguita, quedará como un recuerdo en las traseras de los palios y en la heráldica antigua. Nadie tendrá que decir carcas, ultras ni anticuados a los que pidan la restitució­n y no habrá un debate en el Pleno en que Antonio Hurtado alce la voz para decir que el sello le gusta mucho porque ahí se ve el viejo alminar de la Mezquita sin rastro del cristianis­mo que llegó cuando Aznar la inmatricul­ó en los años 90.

Pudo haber argumentos bañados en el té del prejuicio ideológico y otros de buena intención, y de estos últimos habrían tenido cierta razón los que defendiera­n el uno y el otro. El de San Fernando, porque con él Córdoba regresaba al cristianis­mo y a Occidente; el del sello, por ser también más identitari­o con su perfil inmortal, y en realidad tan castellano como el otro, porque aparece en 1241. Será el que se quede sin muchas protestas, pero a sus partidario­s no estaría de más recordarle­s una cosa: la Noria de la Albolafia vive más allá de los membretes municipale­s y permanece a la espera junto al Guadalquiv­ir, al otro lado de la vegetación descontrol­ada y de unos sotos que no conocieron quienes dibujaron el emblema, apenas mencionada cuando hay elecciones.

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