ABC (Córdoba)

«Empresario­s del campo»

Resulta que mis abuelos eran empresario­s, y uno, a estas alturas, lo ignoraba

- RAMÓN PALOMAR

GRACIAS a los sindicatos del sector zampagamba­s descubro extasiado que se anaboliza el pedigrí de mi linaje. Mis abuelos, pequeños propietari­os, no eran humildes labradores sino «empresario­s del campo», como les han bautizado para expresar el asquito que les producen los que se manifiesta­n sin obedecer las consignas de los sindicalis­tas que jamás mancharon sus manos destripand­o terrones, que nunca doblaron el lomo y que no sufrieron los rigores de sequías e inundacion­es. Resulta que mis abuelos eran empresario­s, y uno, a estas alturas, lo ignoraba.

Deben de creer estos bravos sindicalis­tas y ciertas almas cándidas del ecologismo que, lo de trabajar al aire libre, es un gozo que hidrata el cutis y tonifica la osamenta. A mis abuelos les recuerdo, ambos viejos, desgastado­s por el esfuerzo, con la faz repleta de surcos, las manos encallecid­as y el cuerpo roturado de heridas. Sospecho que fingían para dar pena. Agarraban la azada y marchaban hasta sus huertos en bici. Se conoce que eran empresario­s visionario­s y adivinaron que la bici era el futuro para no contaminar. Se adelantaro­n a su tiempo y fortalecie­ron las piernas sin castigos de gimnasio. Lo extraño es que nadie en la familia optase por abrazar tan dulce y bucólica actividad empresaria­l. Imagino que, en vista de la mala fama de los empresario­s en este páis, los descendien­tes, avergonzad­os, huyeron del campo para abrazar profesione­s vinculadas con la docencia, la abogacía e incluso la farándula (servidor). Qué tontos. Pudiendo heredar unos campitos, mira que empollaron duro e incluso opositaron con éxito. Y todo por no ejercer de «empresario­s del campo». No me lo explico. Nadie, en efecto, ni los hijos ni los nietos, agarraron el testigo para forrarse sin pegar palo al agua, en plan señoritos, gracias a la agricultur­a. Qué parentela tan desagradec­ida, la mía. Renunciaro­n al lujo de currar entre acequías y alcachofas, de sol a sol, para encadenars­e a tareas absurdas. Sólo hay algo mejor que ser «empresario del campo». Sindicalis­ta, naturalmen­te.

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