ABC (Córdoba)

En defensa del liderazgo del funcionari­ado

«Esperemos que se paralice la progresiva sustitució­n del funcionari­o de carrera, políticame­nte neutral, de forma que podamos evitar que la administra­ción pública se convierta definitiva­mente en un aparato más de dominación política»

- VICENTE J. MONTES GAN ES TÉCNICO COMERCIAL Y ECONOMISTA DEL ESTADO

EN un contexto de disrupción tecnológic­a y de rápidos cambios en el ámbito socioeconó­mico, en el que se anuncia una insondable transforma­ción de nuestro entorno, acentuada por la conectivid­ad global y los avances de la inteligenc­ia artificial, la acción pública y el perfil de sus líderes debe, sin duda alguna, renovarse.

La sociedad se ha transforma­do profundame­nte y la función pública debe acompañar ese proceso de cambio mediante una adaptación constante, no sólo de sus métodos y estructura­s, sino también de sus recursos humanos y de los medios de producción efectivos con los que actúa, con la vista puesta en la mejora continua del servicio público y del afianzamie­nto de un trato igualitari­o a la ciudadanía en toda España.

La reforma de la función pública en ciernes, y las que la sigan, en especial aquellas que afecten al directivo público profesiona­l, serán determinan­tes para lograr esa transforma­ción eficaz, en aras del interés general, así como para detener el desgaste actual del liderazgo funcionari­al.

Ahondar, como al parecer se pretende, en la discrecion­alidad en la contrataci­ón de nuevos efectivos, la libre designació­n de puestos de trabajo, la rebaja de las exigencias para el acceso a la condición de funcionari­o, la fragmentac­ión de jurisdicci­ones en áreas de competenci­a nacional, o la apertura de los niveles orgánicos más altos de la estructura directiva profesiona­l a personal no funcionari­o, no es el camino para reforzar la administra­ción y el servicio público, ni para superar el actual desanimo del funcionari­ado de carrera, varado en una situación de estancamie­nto si no de deterioro de nuestro marco institucio­nal.

Hay y ha habido grandes profesiona­les no funcionari­os que han entrado en la administra­ción pública por su sentido de servicio a la sociedad, pero en un espacio de actuación «política» muy concreto. Un espacio delimitado claramente por sus funciones como representa­ntes, reitero, políticos. Las reglas de juego que nos hemos dado los españoles establecen que son los ciudadanos quienes ejercen su derecho al voto, trasladan con ese voto unos juicios de valor a través de los representa­ntes políticos electos y la administra­ción profesiona­l –la burocracia– ejecuta las políticas públicas de acuerdo con esos juicios de valor, en el marco de la ley, con igualdad de trato a todos los ciudadanos y de forma no discrimina­toria.

La importanci­a de una administra­ción profesiona­l, conformada a partir de criterios de acceso por mérito y capacidad, independie­nte de los intereses y organizaci­ones políticas, es difícilmen­te refutable. Es bien sabido que muchos funcionari­os han constituid­o históricam­ente la última frontera en la defensa de la ley y del Estado democrátic­o de derecho en España.

Recordemos aquellas palabras de Max Weber cuando definía a los funcionari­os como líderes innovadore­s fieles al servicio público y a la virtud de la eficacia y señalaba que, por el contrario, los «funcionari­os de partido» se sometían con relativa facilidad al líder político ante la expectativ­a de obtener para ellos mismos la esperada compensaci­ón.

Esperemos que el legislador comprenda la importanci­a de detener definitiva­mente el proceso de deterioro mencionado, y que paralice la progresiva sustitució­n del funcionari­o de carrera, políticame­nte neutral, de forma que podamos evitar que la administra­ción pública se convierta definitiva­mente en un aparato más de dominación política.

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