Una cosa y la contraria
El segundo gobierno de Bellido da signos de descoordinación política poco explicables con una mayoría absoluta
PODRÍA decirse como Marx, Groucho, que hay cosas en el Ayuntamiento de Córdoba que entendería hasta un niño de cinco años. Que me traigan, pues, a un niño de cinco años. Y es que el equipo de José María Bellido, monocolor y con una comodísima absoluta, ha incurrido en pocos meses en una cosa y su contraria. En algunos casos, con unas horas de diferencia. Las que van desde la gestión de despacho al conocimiento público, momento en el que alguien que se disfraza de emperador cuando llega el Carnaval señala con el pulgar hacia abajo, que es una forma como otra cualquiera de tirar del freno de mano.
En estos últimos tiempos, hemos asistido al anuncio de que el espectáculo de Navidad de Cruz Conde podía salir de Cruz Conde y que se quedaba en Cruz Conde. Podemos incluir en el paquete la presentación a un programa oficial de fondos europeos de la creación de un proyecto que consistía en crear un equipamiento modélico para personas sin hogar. Con el dinero en la mano, se decidió, como se ha contado ya en estas páginas, olvidar el proyecto por la muy esperable oposición de los vecinos que era de prever desde el momento mismo de la presentación del primer papel y la elaboración de los bocetos.
En el plano de lo puramente simbólico, esta semana se ha podido asistir al encargo formal de un dictamen histórico sobre el cambio del escudo de la ciudad de Córdoba —un asunto del que no se deja de hablar en todas las panaderías de la ciudad— y a la determinación del gobierno municipal de enterrar el asunto en cuanto se supo de qué iba la cosa. E incluso podría incluirse en este listado de cuestiones
—que son únicamente las que han trascendido— la destitución del gerente del Instituto Municipal de Artes Escénicas, cuando llevaba cinco meses
—cinco, han leído bien— en el cargo tras superar en concurso a otros aspirantes. Todo gobierno tiene derecho a elegir a sus cargos de libre designación (aquí se ha defendido) pero, como escribió el filósofo, no es esto, no es esto.
Cualquiera que conozca mínimamente la dinámica interna de los equipos de José María Bellido sabe que no es un alcalde de carácter simbólico. Se reserva siempre el señalamiento de los objetivos políticos e interviene de forma directa en la gestión que realizan sus concejales. Cuando algo está en su radar, asume personalmente las gestiones. En eso, no es distinto de todos los que han pasado por esa casa que tienen —al fin y al cabo les ha votado el pueblo— la última palabra sobre los asuntos a los que le ponen la carita. Más o menos presentes, más o menos ausentes, el estilo de cada titular de la Alcaldía es una simple cuestión de intensidades.
Lo que parece evidente es que el equipo municipal tan salido de las urnas, que cuenta con apoyo de sobra de personal de confianza, que no tiene esta vez los problemas que se generan cuando no se tienen todos los votos necesarios y que además no depende de un acuerdo de coalición —aunque fuese el de Ciudadanos, que nunca llegó a ser un partido— empieza a dar signos de problemas de coordinación interna. Probablemente, el desmontaje de la Concejalía de Presidencia como un elemento de aglutinación política no fue una buena idea. Además, ya ha pasado tiempo suficiente para contrastar quién ejerce el cargo con garantías y quién se encuentra aún, tantos meses después de llegar al despacho, en el proceso de adaptación de un mandato que siempre, siempre, se acaba haciendo corto.
Personalidad Bellido no es un alcalde ausente, meramente institucional. Se reserva los objetivos políticos e interviene en lo que le interesa