ABC (Córdoba)

El vodevil de Vox Baleares y la fuerza del cinco

Las dos partes enfrentada­s estaban condenadas a entenderse. La crisis queda zanjada, de momento

- MAYTE AMORÓS

La crisis en Vox Baleares está zanjada, de momento. Las dos partes enfrentada­s estaban condenadas a entenderse porque ninguna quedó en una posición de fuerza después de días de guerra pública y privada. Por eso la dirección nacional ha preferido hacer de tripas corazón y fingir que no había pasado nada. Las expulsione­s mutuas, las filtracion­es de informes internos que desvelan supuestas actividade­s delictivas o las faltas de respeto en público son, para el partido de Abascal, «malos entendidos e informacio­nes distorsion­adas». La cercanía de las elecciones gallegas ha ayudado notablemen­te a esta tregua que permite que, hasta la próxima batalla, Vox conserve un grupo parlamenta­rio con siete diputados que aseguran la mayoría en la cámara al Gobierno de la popular Marga Prohens.

El conflicto viene de lejos, porque Vox Baleares siempre ha sido un partido con varias facciones enfrentada­s. En un principio, los dos líderes de la formación eran el actual diputado en el Congreso Jorge Campos y el líder en Palma, el que fuera jefe del Ejército Fulgencio Coll. Campos ha ido perdiendo pujanza mientras surgían nuevos cabecillas en el Parlamento balear, donde Vox consiguió ocho diputados en las elecciones de mayo y firmó un pacto para apoyar a Prohens, única líder regional del PP que, necesitand­o los votos de Vox, ha logrado dejarlos fuera del Ejecutivo.

En octubre brotó la primera gran batalla dentro del partido. Cinco diputados liderados por Idoia Ribas y Sergio Rodríguez se rebelaron contra las órdenes de Madrid y votaron en contra del techo de gasto, un paso fundamenta­l para la aprobación de los presupuest­os. El objetivo era liberarse del yugo de Bambú, que controla de forma estricta cualquier movimiento económico en las regiones. Abascal prefirió ahí esconder la cabeza y ceder.

Los ocho diputados votaron en contra para disimular, pero el líder en Menorca, Xisco Cardona, abandonó el partido y se quedó como diputado no adscrito porque su «dignidad personal estaba por encima de todo este sainete». Cardona, al igual que De las Heras y Le Senne, se habían mantenido fieles a lo que pedía la dirección nacional, pero Abascal prefirió dejarlo en la estacada.

El techo de gasto finalmente se aprobó otro día y Prohens acabó teniendo sus presupuest­os, aunque el grupo parlamenta­rio de Vox, liderado por sus nuevos cabecillas que también controlan las cuentas, apretaron las clavijas más de lo previsto con exigencias como la financiaci­ón de la libre elección de lengua o el adelanto de la eliminació­n del impuesto sobre el patrimonio.

Y en esas llegó la última batalla. Los cinco rebeldes se sentían cada vez más poderosos y dieron un paso más: expulsaron del grupo parlamenta­rio a De las Heras y Le Senne. Este último además, automática­mente, debía abandonar la presidenci­a del Parlamento. Los sublevados creían que sólo ellos podían presentar un nuevo candidato a presidir la cámara regional y ya veían a Idoia Ribas en el segundo cargo más importante de Baleares. Pero esta vez la dirección nacional no se escondió y reaccionó rápido: expulsó a los rebeldes de forma cautelar y ordenó a Le Senne que aguantara todo lo posible pidiendo informes a los letrados del Parlamento. El secretario general de Vox, Ignacio Garriga, calificó a los rebeldes de «sujetos que se han movido por una ambición personal».

En ese momento, Vox tenía un grupo parlamenta­rio de cinco miembros expulsados del partido y dos diputados que sí eran miembros de la formación pero que no podían formar grupo parlamenta­rio. Para ampliar el sainete, el PSOE y los nacionalis­tas de Més per Mallorca se aliaron con Le Senne –con quien incluso negociaron pese a haberle acusado de ultraderec­hista– y trataron de impulsar una reforma exprés del reglamento en la cámara autonómica.

Para echar más leña al fuego, alguien de Vox filtró a los medios de comunicaci­ón un informe interno, supuestame­nte escrito por la líder regional Patricia de las Heras, donde se explicaba a la dirección nacional cómo Jorge Campos había grabado conversaci­ones con Abascal y había usado al partido para enriquecer­se de forma fraudulent­a. El diputado mallorquín en el Congreso y fundador de Vox en Baleares salió a escena para reivindica­r su gestión «impecable» y anunciar querellas contra todos.

Mientras tanto, los rebeldes perdían fuerza. Primero descubrier­on que otros grupos podrían presentar candidatos a presidir el Parlamento, lo que hacía muy difícil que el PP apoyase a una posible tránsfuga. Y después reclamaron una tregua con Madrid que duró unos días, pero se rompió el pasado martes en la sesión parlamenta­ria, cuando Le Senne tuvo que llamar al orden dos veces a la diputada María José Verdú por faltarle al respeto.

Su única fuerza, ser cinco y asegurar la mayoría parlamenta­ria, es precisamen­te la debilidad de los oficialist­as, que son sólo dos, aunque han ganado la batalla del poder e incluso han mantenido la presidenci­a del Parlamento, después de que los letrados consideren nula la expulsión de De las Heras y Le Senne por un defecto de forma.

Ambas partes, pues, estaban condenadas a entenderse y la solución ha seguido un guion clásico: minimizar el conflicto, hablar de malentendi­dos, matar al mensajero y destacar la unidad y el compromiso compartido. Sólo Le Senne ha pedido disculpas por el «espectácul­o». Para la cabecilla de los cinco rebeldes, el acuerdo con Madrid es «un punto de inflexión». De momento, siguen siendo un grupo parlamenta­rio de siete diputados. Hasta el próximo capítulo. Fuentes consultada­s apuntan a que habrá ceses en diferido tras las elecciones gallegas.

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// ABC Manuela Cañadas
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// ABC Sergio Rodríguez
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// ABC María José Verdú
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Agustín Buades // ABC
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// ABC Idoia Ribas

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