Biden y la salida del poder
Lo más sensato hubiese sido dar un paso atrás para apoyar a un candidato demócrata joven y moderado
Es más difícil dejar el poder que obtenerlo y mantenerlo, porque es adictivo: Henry Kissinger lo calificaba del afrodisiaco más potente. El poder tiende a cambiar al que lo detenta, que exige a la realidad adaptarse a los deseos propios. Después del informe del fiscal Robert Hur, poniendo en cuestión la capacidad del presidente Biden para ser responsable de sus actos, el setenta y seis por ciento de la población entiende que no reúne las condiciones suficientes para aspirar a un segundo mandato, que terminaría con ochenta y seis años. Su debilidad y desorientación facilita la revancha al magnate neoyorquino, un candidato henchido de furia y con más tendencias autoritarias que nunca.
Lo más sensato hubiese sido que Joe Biden diese un paso atrás para apoyar a un candidato demócrata joven y moderado. El presidente ha obtenido durante cuatro años de gobierno indudables éxitos económicos, pero la sensación de pesimismo sobre el futuro de la economía prevalece, así como la preocupación por la inmigración ilegal. En política internacional, ha liderado con firmeza la respuesta aliada a la agresión rusa en Ucrania y ha respaldado a Israel frente a los ataques terroristas de Hamás,
sin frenar a tiempo la guerra sin restricciones que ha desatado Benjamin Netanyahu. Solo el quince por ciento de los jóvenes votantes estadounidenses respaldan su política en Oriente Medio. Este dato puede ser determinante en las elecciones de noviembre, en las que se estima que los demócratas, que mantienen una clara ventaja en el voto popular, serán más propensos a la abstención.
La explicación de por qué Biden se aferra a su decisión de seguir en política tiene mucho con un partido demócrata disfuncional, que elige a sus candidatos presidenciales simplemente por turno (el caso de Hillary Clinton) o por mero respeto a la jerarquía formal. Es comprensible la inercia de Biden, con cincuenta y tres años de servicio público, coronados finalmente por la presidencia, que en condiciones normales se suele ejercer por un doble mandato. Su entorno más cercano de familiares y asesores es también responsable de esta adicción al cargo.