La revancha de Kiko ‘el Cabra’, el temerario piloto de la narcolancha
Hace diez días, un amigo suyo traficante murió al chocar con una patrullera
En su DNI pone que se llama Francisco Javier M. P. pero en el submundo del narco todos lo conocen como Kiko ‘el Cabra’ por su modo temerario de conducir. Aficionado a hacer cabriolas, empezó su carrera delictiva pasando cigarrillos de contrabando en una moto desde Gibraltar hasta La Línea de la Concepción, la ciudad gaditana de 64.000 habitantes donde vive.
El negocio del estraperlo pronto se le quedó pequeño y dio el salto a la logística del tráfico de hachís, primero llevando desde la playa hasta las guarderías los fardos de hachís que los narcos transportan al litoral andaluz desde Marruecos. Después, como copiloto y piloto de las embarcaciones rápidas –conocidas como ‘gomas’– que suelen emplear estas bandas. El pasado viernes, el temerario el Cabra, de 46 años —la mayoría de ellos burlando la ley— se pasó definitivamente de frenada en el puerto de Barbate. Fue Kiko quien estaba a los mandos de una narcolancha, más rápida y potente, que pasó por encima como una apisonadora de la endeble zódiac de apenas seis metros de eslora y 500 kilos de peso en la que viajaban los dos guardias civiles muertos.
Fiel a su instinto violento, el Cabra se dedicó a dar vueltas a toda mecha jugando al peligroso juego del gato y el ratón hasta que los arrolló, acabando con sus vidas. Después de dejar en Sotogrande a tres de los compinches que iban a bordo, el temerario piloto y dos de sus tripulantes pusieron rumbo a La Línea para esconderse entre los arbustos de la Sierra Carbonera. Allí la Guardia Civil los capturó horas después de protagonizar un suceso que lo puede llevar a la cárcel por homicidio. Con él son ocho los detenidos que han dormido en los calabozos de la Benemérita de Algeciras hasta este lunes, cuando serán puestos a disposición del Juzgado mixto número 1 de Barbate que instruye las diligencias.
Amplio historial delictivo
El Cabra tiene un amplio historial de antecedentes policiales por resistencia, desobediencia y blanqueo de capitales. Hay quien ve cierto ánimo de revancha en la última cabriola delictiva del temerario delincuente que mató a los dos agentes. Diez días antes de su brutal embestida, Marcos, un amigo suyo que, como él, se gana la vida en el tráfico de drogas, perdió la vida en la desembocadura del Guadalquivir cuando chocó con una patrullera la embarcación en la que descansaba antes de echarse a la mar para surtir de combustible a una narcolancha.
En marzo de 2020, el Cabra volvió a hacer de las suyas. Fue el cabecilla de un grupo de vecinos que la emprendieron a pedradas y lanzaron artefactos incendiarios contra un autobús que llevaba a 28 ancianos asustados desde su residencia en Alcalá del Valle, donde había un brote de Covid19, hasta otro edificio de La Línea, para evitar su contagio. «Si siguen trayendo infectados a La Línea la vamos a liar», gritaban los agresores, mientras proferían abucheos a los policías que velaban por el traslado de los mayores. Kiko fue detenido por los disturbios, pero no pasó demasiado tiempo entre rejas. Su última temeridad le puede salir mucho más cara.