Realidades paralelas

Tras unos meses de zozobra por el resultado de las elecciones generales de julio, los empresarios, o al menos una parte de ellos, empiezan a recomponer el gesto. Las expectativas eran otras. Tras unos años de gobierno en que lo mejor que se podía decir es que la cosa habría podido ser peor, una gran mayoría esperaba un vuelco político que podría devenir en un planteamiento económico diferente. Como todos sabemos no fue así y el chasco fue morrocotudo. Pero han pasado los meses y, una vez superados los lamentos, la clase empresarial se empieza a dar cuenta de que las cosas no van tan mal. Sus peores pesadillas no se han hecho realidad y en general los negocios van razonablemente bien. No es que no haya ruido en la cosa política, qué les voy a contar, pero se confirma el adagio de que la economía y la política no tienen por qué ir de la mano. Y menos en las circunstancias actuales en las que las dificultades para pasar cualquier cosa por el Congreso son evidentes. Es lo más cerca que hemos estado nunca de lo que los anglosajones definen como un ‘Parlamento colgado’.

Un Congreso sin capacidad de legislar es, bien mirado, un escenario que arrincona el riesgo regulatorio. Es evidente que mejor sería un Congreso que legislara en la buena dirección, pero no está mal uno que no legisle en absoluto.

Los empresarios están optando por dar la espalda a la política. Y eso es una buena noticia. No ver los telediarios ni leer los periódicos les permite fijarse más en cómo les van las cosas y actuar en consecuencia.

Me lo decía un buen amigo italiano tras el pasado 23 de julio: «Los españoles tenéis poca experiencia en estas situaciones pero lo que os ha pasado es el mejor de los mundos». Es verdad que en Italia la economía y la política han ido siempre cada una por su lado. Lo mejor sería que se recondujera la política –algo que hoy parece más probable que hace unas semanas–, pero tampoco está mal que entendamos los límites de la política y más dentro de la Unión Europea.