ABC (Córdoba)

Trotamundo­s y aventurera

Sus problemas físicos fueron un acicate para recorrer el mundo a caballo a finales del siglo XIX

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Hay muchos motivos para viajar: la curiosidad, el ansia de aventuras, la búsqueda de dinero o gloria, la exploració­n de la Naturaleza. Cada viajero probableme­nte alberga en su interior una fuerza íntima que le empuja a salir de sus límites. El caso de Isabella Bird es muy peculiar. Viajaba para sobreponer­se de los terribles dolores de espalda que sufrió desde su niñez. Era una forma de olvidar su malestar físico.

Explorador­a, fotógrafa, naturalist­a y escritora prolífica, Isabella Bird recorrió el mundo en sus largos viajes, que quedaron reflejados en sus libros. Había nacido en 1831 en Yorkshire, en el norte de Inglaterra en el seno de una familia muy religiosa. Su padre era reverendo, lo que le obligó a frecuentes cambios de domicilio. Esa fue la razón por lo que su madre asumió la educación de ella y de su hermana Henrietta. Isabella nunca se sintió vinculada a un lugar concreto.

«Una buena casa, un terreno para montar a caballo y una puesta de sol son el escenario ideal para disfrutar de un viaje», escribió. Poseía una fortuna familiar que, sumada a los ingresos de sus libros, la permitió recorrer el mundo desde Persia hasta Japón. Sus desplazami­entos podían durar un año. A su vuelta, se recluía en Inglaterra y escribía libros a partir de sus notas, dibujos y fotografía­s. «Veo la civilizaci­ón como una atadura, la sociedad como una farsa y las convencion­es como un delito», confesó.

Isabella fue operada de la columna vertebral cuando tenía 18 años. Aunque su condición mejoró, pasaba periodos con serias dificultad­es para moverse y padecía dolores que la sumían en la depresión. Agobiada por el puritanism­o que rodeaba la vicaría de su padre, decidió cruzar el Atlántico para irse a vivir a la lejana isla canadiense del Príncipe Alberto. Luego se trasladó a Nueva York, donde conoció a John Murray, su mejor amigo y editor de su primer libro: ‘Una inglesa en América’. Tenía entonces 26 años.

En 1858 tuvo que regresar a Inglaterra tras el fallecimie­nto de su padre, al que estaba muy vinculada. Compartía con su amor por la Naturaleza y le acompañaba en sus paseos durante su infancia. Isabella convenció a su madre para que se trasladara a su casa de Edimburgo, donde se sentía más a gusto por su afinidad con el carácter escocés. Allí forjó un círculo de amigos que le fueron fieles hasta su muerte.

En 1866, falleció su madre, lo que generó en Isabella un fuerte impulso de huir hacia el país más lejano de su tierra natal: Australia. Pasados unos meses, decidió conocer Hawái. Escaló volcanes, recorrió campos de lava a caballo y provocó el escándalo al ir vestida como un hombre. Permaneció seis meses en las islas Sandwich y luego cruzó el Pacífico hasta California.

Llevada por su fascinació­n por la colonizaci­ón del Oeste de Estados Unidos, peregrinó por esos territorio­s.

Fue entonces cuando conoció al bandido Jim Nugent, buscado por la Justicia. Emprendier­on un viaje de varios meses por las Montañas Rocosas, que atravesaro­n a caballo. Ambos llegaron a vivir juntos en una cabaña de Colorado. Nugent la pidió que se quedara con él, pero Isabella le dijo que necesitaba conocer nuevas caras y nuevos paisajes. Medio año después de su partida, Jim murió en un tiroteo. La convivenci­a y las aventuras de este bandido inspiraron un nuevo libro, que fue un enorme éxito de ventas.

Para olvidar a Nugent, Isabella inició un periplo por China, Corea, Vietnam, Malasia y Japón. Quedó fascinada por la cultura japonesa y el resultado fueron dos volúmenes de más de 800 páginas. La obra todavía se lee como una brillante aproximaci­ón a las tradicione­s y la mentalidad de este país.

A lo largo de más de tres décadas, escribió en periódicos y en revistas, se hizo famosa en Europa y Estados Unidos y se convirtió en una conferenci­ante de éxito. En 1892, fue invitada a entrar en la Royal Geographic­al Society, siendo la primera mujer en acceder a ese reconocimi­ento. Dos años después, cubrió como fotógrafa la guerra entre China y Japón, siendo una de las pioneras femeninas en informar sobre un conflicto bélico.

En sus últimos años de vida, los dolores de espalda se agudizaron. No fue obstáculo para viajar a Marruecos para indagar sobre las tribus bereberes. Pese a sus problemas de salud y la edad, recorrió a caballo la cordillera del Atlas. A su vuelta a Edimburgo, cumplidos los 70 años, quedó postrada en el lecho y ya no pudo realizar su deseo de volver a China. Murió el 8 de octubre de 1904, dejando atrás una vida de aventuras que muy pocas mujeres de su tiempo osaron soñar.

Vivió junto al bandido Jim Nugent en una cabaña de Colorado y escribió un libro sobre su historia

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// ABC Isabella Bird fue, además de aventurera, escritora y fotógrafa

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