ABC (Córdoba)

... del cólera

San Valentín es una Nochebuena de plato único y frío

- JESÚS NIETO JURADO

Fui a Lisboa, en mayo, a quitarme una hora y mirar en el Tajo quién soy yo. Ahora, me he tatuado en tinta invisible aquello de Ortega, el otro torero, el de ‘Nuremberga’ y Gasset, lo de que el amor es una estupidez transitori­a. A Lisboa fui para curarme un golpazo de tiempo, que se me va entre las manos, que se me está yendo, con una sobrina de la que aún no tengo el tacto de tío ni ese calor inocente de una vida que comienza que igual me rejuvenece.

De lo segundo, de lo del amor como gilipollez temporal, quiero y no quiero creer que es así. Tiempo y amor, y los dos me fallan. Los relojes no paran, y pienso si amar no es acto de fe que acaba en auto de fe.

Porque el amor, ahora, por San Valentín, mártir cuyo polvo enamorado yace en una iglesia de Madrid, entiendo que es ya un anacronism­o cursi, de rosas sintéticas, de pusilánime­s, o de caballeret­es que tienen mucho que hacerse de perdonar en casa. En todo amar y servir, decía san Ignacio, y en eso parece que aquí, en el politiqueo, hay cimentada experienci­a. Sobre todo en el servir, que es el génesis de cualquier mamandurri­a patria.

Pensar en el amor, un lunes de carnaval destemplad­o, soltero, embutido en un gabán gris en una línea gris de un metro gris, tiene su aquel, pero ahí quedan los Goya del sábado, con Ana Belén ‘anabeleand­o’ lo mismo desde el Cretácico, y culpándome de que mi amor no es el que quiere imponerme con esa pose suya, rogelia, como de pastorcill­a de Fátima a la que parece que hay que deberle la Transición. San Valentín es una Nochebuena de plato único y frío, y hacer de eso costumbre no es buena cosa.

Yo amaría el campo tranquilo y patrio, con mi huerto y con mi amada, y un tractor lejano mientras la abrazo; ella acariciand­o mi cuerpo corneado, y yo con una brizna de trigo mirando el infinito de esas puestas de sol de J. M. Nieto en los bajos cielos de su Castilla Vieja. Hoy hablo del amor, que es tan actual como quienes mueren en las bellas playas gaditanas; donde el amor va de los uniformado­s de verde a nosotros, que tan pronto olvidamos un último beso.

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