Donald Trump y la nieta del Pescaílla
Azuzarles a Putin es la mejor manera de hacer pagar a los morosos de la OTAN
EL hombre tiene sus prontos, como cualquiera. ¿A quién no le han entrado alguna vez ganas de asaltar el Capitolio, o de rodear el Congreso, o de dejar como un solar la sede socialista de Ferraz, o de montar un ‘pásalo’ en la calle Génova? Trump tiene sus cosas, como cualquiera, pero de vez en cuando tiene razón. Invitar a Rusia a invadir los países de la OTAN que de forma sistemática incumplen sus compromisos financieros con la Alianza Atlántica pertenece a la lógica de las comunidades de vecinos y de los propietarios morosos que devuelven los recibos. Fue en tiempos de Barack Obama –premio Nobel de Paz, en la categoría de preventivo– y con Anders Rasmussen como secretario general de la OTAN cuando los aliados acordaron en Newport un incremento de sus inversiones militares, hasta alcanzar el 2 por ciento del PIB. Diez años después de aquel brindis al sol de los impagos, Donald Trump hace campaña doméstica según la táctica liberal de tocarle el bolsillo y los testículos a un contribuyente estadounidense al que le da alferecía sostener con sus impuestos el sector público de su país y que convulsiona cuando le sugieren que su dinero, deslocalizado por el mecanismo del trile del multilateralismo, permite a los países de la UE desentenderse de su propia defensa y desarrollar el estado de bienestar del que electoralmente viven sus políticos.
La última bravata de Trump, azuzando a Putin, coincide con la exposición de motivos que los profesionales del cine realizan cada año en la gala de los Goya como guía y folleto de mano del programa de progreso que en sesión continua proyecta el Gobierno. La coincidencia absoluta de los fines que persigue nuestro cuadro de actores y las políticas que ejecutan los altos representantes de la mayoría social explica el desequilibrio presupuestario existente entre la necesidad –la defensa nacional– y la virtud –escudo social, de corte paramilitar– que en España y los países de nuestro entorno deja las libertades públicas con el culo al aire, vestidas para los Goya. La nieta del Pescaílla, egiptóloga por parte de abuela, lo explicó muy bien en la tómbola del otro día.
Financiar a una Unrwa sospechosa de colaborar con Hamás no casa del todo con responder a la amenaza terrorista. «La sanidad pública se defiende», reza el eslogan de progreso que con balcones a la calle más se ha aproximado en los últimos años a la cultura de defensa, siempre por la parte del escudo. A los guardias civiles les va a comprar Marlaska manguitos rosas y flotadores de flamenco para que persigan a los narcos del Estrecho, y a las niñas les van a enseñar en la escuela la letra de ‘Zorra’ para que se empoderen. Estamos con la taxonomía verde, con la etiqueta del Nutriscore, con los ingresos mínimos vitales, con la retrointegridad sexual de las actrices, con las 180.000 viviendas para jóvenes que anunció el PSOE, con lo que diga Ana Belén, con la autodeterminación territorial y de género, con los impuestos de Almodóvar, con el Ministerio de Juventud e Infancia, con el pin en el ojal de Sánchez, y también con Trump viendo de lejos la gala de los Goya. «Melania –dijo el sábado–, ponme La 1, a ver cómo va aquello». No es raro que el hombre, que tiene sus prontos, se calentara.