ABC (Córdoba)

Reproche a la naturaleza

A Dios hay que pedirle buena lluvia durante toda la vida, y un río como el Guadalquiv­ir durante toda la muerte

- JOSÉ JAVIER AMORÓS

ACórdoba, que tantas cosas bellas tiene, le falta agua. En Córdoba se sigue mirando al cielo con inquietud, como probableme­nte hacían los contemporá­neos de Claudio Marcelo, que antes de ser una calle fue el fundador de esta ciudad. Por si el cielo, tan callado, nos suelta un discurso que pone en pie los pantanos. El hombre ha domesticad­o la naturaleza, pero se le resiste la lluvia. Y el sol. Y el aire. Y los malos sentimient­os. Una gota de lluvia en los labios de la amada, y poco más puede pedirse a la poesía amatoria. Una borrasca con nombre de mujer extranjera le ha dado su poquito de esperanza al Guadalquiv­ir cordobés y a los embalses. Cuando la naturaleza se lo propone, puede ser jubilosa. Y lo ha hecho en 24 horas. Tampoco necesitarí­a mucho esfuerzo más, si se tomase las cosas de llover en serio. Y en Córdoba no se las está tomando en serio. No son los cordobeses un pueblo falto de comprensió­n con las debilidade­s ajenas. Pero la naturaleza se está pasando con Córdoba. Y su comportami­ento profesiona­l está más cerca del horario de trabajo de Pablo Iglesias que de la perseveran­cia que caracteriz­a a los grandes emprendedo­res. La naturaleza no está haciendo bien su trabajo en Córdoba. Menos sol en agosto y más agua en abril, que aquí no llega ni al diez por ciento del refranero. En Córdoba, en abril, la lluvia no llena el barril. La naturaleza debería dejarse en Córdoba de esas florituras de hiriente cielo azul y pertinaz sol de primavera en enero, y dedicarse a fabricar lluvia. A Pablo Sarasate le dijeron en una ocasión que era un genio, y el genial violinista navarro reaccionó así: «He practicado 14 horas diarias durante 37 años y ahora me llaman genio». Pues la naturaleza, como Sarasate. Catorce horas diarias preparando nubes con agua para Córdoba. Durante los próximos 37 años, que es lo que le queda a uno de vida activa, más los años que Dios se sirva añadir para el ocio. Ya vendrá entonces otro articulist­a a pedirle cuentas a la naturaleza. Que no exagere, que de los excesos no viene nada bueno. Que tenga una larga constancia. No mucho, pero muy seguido.

Cada cosa tiene su tiempo y cada pueblo, su clima. La brillante personalid­ad de Córdoba es incompatib­le con 300 días al año de paraguas y melancolía. El sol, el sol, y no pensar en nada. Pero si no llueve lo necesario, el sol se inquieta, se enfurece, y llega a julio en estado de ira meteorológ­ica. A este paso, llegaremos al verano sin poderle decir al sol: —Ea, venimos llovidos y bien llovidos. Haga usted su trabajo. Nosotros tomaremos algo, mientras. Quién nos iba a decir, en las bodas y en los bares, que el agua es más necesaria que el vino. El agua humilde e igualadora, en la que únicamente reparamos cuando falta, tan poca cosa nos parece a la hora del aperitivo. Con la cabeza mojada por agua de lluvia y el estómago bendecido por fino de su tierra, un cordobés no tiene más remedio que darle gracias a Dios por tanta suerte. A Él hay que pedirle buena lluvia durante toda la vida, y un río como el Guadalquiv­ir durante toda la muerte.

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