ABC (Córdoba)

¡Viva Las Vegas!

Un paseo por la Super Bowl más excesiva, que confirma a Kansas City como dinastía de la NFL

- JAVIER ANSORENA CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

No son las nueve de la mañana y dos señoras bailan y casi se caen delante de un espejo del casino del hotel Luxor, con cervezas en la mano que no parecen la primera. Nunca es demasiado temprano en Las Vegas para pedirse unos tragos y perder dinero en el juego. Sobre todo si es la Super Bowl, el día más señalado en el calendario deportivo de EE.UU., la final del fútbol americano, el deporte rey. Al llegar la noche, se haría historia: tercera Super Bowl para los Kansas City Chiefs en cinco años, la confirmaci­ón de una dinastía en la NFL.

Las Vegas ha animado de forma oficial a todos los visitantes a que se entreguen a una «celebració­n excesiva» durante la Super Bowl. Traducción: que se dejen un montón de pasta, que es la forma convencion­al de medir la diversión en esta fantasía surgida del desierto de Nevada.

Faltan muchas horas para que comience el partido y el casino está a rebosar. El uniforme de la América real son las camisetas, sudaderas, gorras y chaquetas del equipo de tus amores, de la universida­d o de las ligas profesiona­les. Lo que se estila un día de Super Bowl son las elásticas gigantesca­s que llevan los jugadores de fútbol americano, donde podría entrar una familia y que cuestan una fortuna. Un señor con un puro como una barra de pan le da a las tragaperra­s con una clásica de Jerry Rice, recibidor legendario de los San Francisco 49ers, el otro contendien­te de la Super Bowl. Hay legión de seguidores de Patrick Mahomes, ‘quarterbac­k’ de los Chiefs, el mejor jugador de ahora, que visten su camiseta para tirar dados, poner 200 dólares a negras o pedir una más al ‘blackjack’. Hasta los crupieres llevan camisetas de equipos en honor al partido, pero el cambio de uniforme no les quita la desgana. De vez en cuando se escuchan gritos de celebració­n, pero el sonido dominante es el de los altavoces de las tragaperra­s.

No es casualidad tanto ambiente de Super Bowl en el Luxor. El hotel está pegado al Mandalay Bay, que está conectado con el estadio, el Allegiant Stadium. Esa es la razón, sin duda, por la que la organizaci­ón de la Super Bowl ha ofrecido el Luxor a la prensa para el alojamient­o. Muchos seguidores lo habrán elegido por la misma razón. Y porque, dentro de los precios de la Super Bowl, es barato. El Luxor, en su día una gran atracción de Las Vegas, es un lugar fascinante por su decadencia. Imita una pirámide egipcia, vestíbulo espectacul­ar, donde conviven exposicion­es turísticas como la de la tumba del Rey Tut, con un ‘Starbucks’, media docena de locales de comida rápida y decenas de tragaperra­s tan altas como columnas de Karnak, sobre una alfombra a la que no se le va el olor a tabaco (se puede fumar, pero escasean los voluntario­s). Es una fantasía ‘kitsch’ de esfinges de pladur a la que no le falta un imponente obelisco. Da lástima que una de las caras de la pirámide es un anuncio inmenso de Doritos. Hasta tiene el color naranja del nacho industrial. Cosas de la economía.

Sólo hay que atravesar un centro comercial y decenas de restaurant­es ‘del mundo’ para llegar al hotel-casino vecino, el Mandalay Bay, donde hay todavía más gente y la clientela es algo más selecta. Manchado por un tiroteo de 2017 desde una de sus ventanas, se renovó por completo el año pasado. Por allí aparece un fanático español de los Chiefs. «Tengo hasta abono de temporada para el estadio de Kansas City», dice Eduardo Galván, médico malagueño. Tiene preparada una bandera española para el partido. «Es talismán», promete.

Con el paso de las horas, el verde del tapete de las mesas del casino se cambia por el del terreno de juego. Y la bandera cumple. Los Chiefs se rehacen de una primera parte mediocre, plagada de errores y recortan en tres ocasiones la diferencia que les sacan los 49ers. En

la prórroga, aparece el mejor Mahomes, su versión ‘vintage’, imparable. Encadena carreras y pases sin error hasta colocarse en el balcón de la zona de anotación. Entrega la pelota a un actor secundario, Mecole Hardman, para un ‘touchdown’ que entrega la Super Bowl a Kansas City.

Pero para llegar hasta ese momento hay que seguir atravesand­o los pasillos interminab­les del Mandalay Bay para salir por fin del hotel y meterse en un autobús que te lleva al estadio. En realidad, sólo hay que atravesar una autopista para llegar allí. Pero la organizaci­ón de la Super Bowl, impecable y controlado­ra, prefiere que la gente no elija las aceras inciertas de Las Vegas.

Dicen que el estadio parece la ‘Estrella de la muerte’ de Darth Vader. Podría ser también un enorme ‘puck’, el disco de hockey sobre hielo. De fondo, un cielo azul y montañas nevadas, una explicació­n por fin al nombre del estado. A las afueras del estadio hay una ‘fan zone’ noble de cada equipo, para entradas caras –las baratas se han vendido a 8.000 dólares esta semana–, familiares y gente bien, con barra libre y clásicos de la comida rápida estadounid­ense pre-partido, como la hamburgues­a quemada. La de los Chiefs tiene ambiente de club de golf hinchado a esteroides: musicón, jóvenes altos y pijos, señoras con sombrero de ala ancha y reflejos de lentejuela­s, algunos caballeros con chaqueta, aunque sea con estampado del logo del equipo. La de los 49ers es mucho más aburrida, con un tipo tocando la guitarra por ‘country’ y menos sonrisas que en la sureña Misuri. Distinto ambiente, mismo grado de carbonizac­ión en la hamburgues­a.

Si el estadio provoca dudas por fuera, por dentro es espectacul­ar. Una cristalera descomunal en uno de los fondos permite mirar a los hoteles de Las Vegas y el aspecto del graderío es impecable. Las tripas del estadio están hasta arriba de fans, que, si entornas la vista, parecen del mismo equipo. Esta Super Bowl, en lo que tiene que ver con los colores, es como una final de Copa del Rey entre el Mallorca y Osasuna. Todos van de rojo, todos hacen cola para comprar pizza, nachos, cerveza ligera y, sobre todo, camisetas oficiales de la NFL. Muchos llevan, además, el mismo colgante gigantesco y dorado con el logo de su equipo. Tan falsos como las esfinges del Luxor. Tan falsos como los espectador­es que sacó Usher al campo en el ‘show’ del descanso, que eran bailarines.

No son falsas las lágrimas como canicas que se le caen a Chris Jones, una bestia de 140 kilos, defensor de los Chiefs, cuando Reba McEntire canta el himno nacional. Ni las embestidas bestiales a las que se someten los dos equipos durante más de dos horas. Ni el amor por Taylor Swift de Travis Kelce, puntal de los Chiefs, que tras ganar la Super Bowl responde a quienes dicen que es un montaje: «Estáis todos locos».

Kelce, eufórico, se desgañita con el trofeo cantando ‘Viva Las Vegas’, de Elvis Presley, en una versión sentida pero muy mejorable. A Swift se le humedecen los ojos, quizá no de la emoción musical. La gente sale del estadio sin ardor de victoria y sin depresión de derrota. Vuelven a hacer cola para comprar camisetas del evento y a poner fichas en las mesas de juego.

Todos van de rojo, todos hacen cola para comprar pizza, cerveza y camisetas oficiales de la NFL

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// EFE Travis Kelce abraza a Taylor Swift tras el triunfo
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// AFP Los Kansas City Chiefs celebran su hegemonía

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