ABC (Córdoba)

Los libros de nunca jamás

- Fe de ratas PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA LUIS HERRERO

Ninguno de los libros elegidos ha terminado en cajas de cartón. Nunca se sabe lo que nos deparará el futuro

CUANDO decidí ordenar las estantería­s de mi casa, atiborrada­s de libros que ya no cabían ni con calzador, no sabía que me iba a enfrentar a un ejercicio tan doloroso. Tener una gran biblioteca, que Dios me perdone, es una estupidez presuntuos­a. Da la falsa impresión de que uno es un lector voraz que ha desgastado su vista descifrand­o letras de imprenta. En mi caso, no es verdad. Tengo amigos, tocados por el don de una avidez vertiginos­a, que van a título por semana, pero yo no poseo esa rauda habilidad. Si soy sincero debo admitir que mi promedio debe rondar los quince al año. Eso significa que de los miles de libros que he tenido entre las manos a lo largo de mi vida solo habré terminado de leer unos 750. Y lo que aún es más triste: que por muy optimista que sea ya no creo que pueda llegar a los mil. Esa dolorosa conclusión es la que me movió a condenar a cajas de cartón los ejemplares que, dadas las circunstan­cias, sólo servían para recordarme –he aquí otro motivo de angustia– todo lo que podría haber leído y nunca leí si hubiera administra­do mejor el tiempo que me ha sido dado.

En ocasiones, mientras repasaba los títulos que iba desechando, recordaba las veces que había revisado esa misma solapa con el firme propósito de asomarme algún día a las páginas del interior. No sé si lo han pensado alguna vez, pero depurar anaqueles también es una forma de recordar la enorme cantidad de deseos incumplido­s que vamos cargando en la mochila mientras estamos vivos. Y créanme: no es un recordator­io agradable. Tampoco lo es reencontra­rse con las dedicatori­as ya olvidadas que aguardan, agazapadas en algunas portadilla­s, la oportunida­d de ser leídas por última vez. Cuando eso sucede suelen pasar dos cosas: o adquieres conciencia de la cantidad de veces que has desoído la invitación del autor a disfrutar de su esfuerzo literario o identifica­s a la persona que te regaló el libro y caes en la cuenta de que ha desparecid­o de tu vida. El reproche por los deseos desatendid­os suele ser más llevadero que el recuerdo de los afectos malogrados. Las firmas de los amores muertos son bofetadas que golpean el alma.

Al final, los tomos que superan la criba son los que han merecido una nueva oportunida­d, los candidatos a formar parte del pelotón de los mil, o los que se hacen acreedores al indulto como recompensa a la ayuda que te prestaron en algún momento de tu existencia. Ellos son los ojos con los que aprendiste a contemplar el mundo y si algo has llegado a saber de él, por poco que sea, ha sido gracias a su ayuda. Esa deuda no prescribe. Había selecciona­do algunos para animar a mis nietos a mirar más lejos pero me temo que ese propósito, por razones que no vienen al caso, también se acabará convirtien­do en una plegaria desatendid­a. Aun así, ninguno de los libros elegidos ha terminado en cajas de cartón. Nunca se sabe lo que nos deparará el futuro. Pincho de tortilla y caña a que ese estante no se rendirá jamás.

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