Campo de Agramante
«El presidente confunde la verdad con la ficción o, como ahora se lee en todos los medios, el relato con la realidad de lo que verdaderamente está ocurriendo y estamos viendo y oyendo»
SE puede leer en el capítulo XLV del Quijote: «…quiero que veáis por vuestros propios ojos cómo se ha pasado aquí y trasladado entre nosotros la discordia del campo de Agramante». Tres siglos más tarde, el novelista y premio Cervantes José Manuel Caballero Bonald dedicó su última novela, con título homónimo al de este artículo, a relatar cómo en una etapa de su vida padeció unos desórdenes auditivos que le provocaban un fenómeno de orden patológico que le hacía oír los ruidos antes de que se produjeran. Tales desórdenes fisiológicos los trasladó al campo metafórico de su novela con el significado de caos o dudas razonables sobre lo que de verdad le ocurría al protagonista. Hecho similar al del citado capítulo cervantino que se desarrolla en una venta que el caballero confunde con un castillo. Si quisiera describir la actual situación política española no encontraría mejor metáfora que la de campo de Agramante que literalmente define el DRAE como «lugar donde hay mucha confusión y en el que nadie se entiende».
A estas alturas a nadie le pueden caber dudas razonables a la hora de identificar los sucesos del ‘procés’ al menos como desórdenes. Sobre su calificación o no de terrorismo, como está ‘sub iudice’, no me atrevo a adelantar todavía un pronóstico cuyo final se nos antoja más que incierto debido a la respetada presunción de inocencia que parecen desconocer los miembros de nuestro Gobierno. De la misma manera que hemos sido testigos pasivos, ‘malgré nous’, de los desórdenes del ‘procés’ en octubre de 2017, nadie ni siquiera el propio Gobierno puede negar las numerosas y continuas declaraciones de ministros y parlamentarios del grupo del PSOE, en casi todos los medios de comunicación, afirmando, sin la menor sombra de duda, que el ‘procés’ y los juzgados y sentenciados por ser los cabecillas del Tsunami Democrático (¿) no merecen la calificación de terroristas.
Si el Caballero de la Triste Figura afirmaba que la venta donde ocurren los episodios narrados en el capítulo XLV de la novela de Cervantes era un castillo y que la «bacía de barbero, yelmo», comprendemos su desvarío convencidos de la verosimilitud dentro del canon de la ficción caballeresca y nos creemos tales ensoñaciones por respeto a la supuesta veracidad del género literario y de la ficción narrativa del genial creador de la novela moderna. No obstante lo cual, volviendo a la estricta actualidad política, recientemente hemos escuchado al presidente Sánchez aseverar que la verdad es la realidad. Creo que aquí, con todo respeto, reside su confusión, desorden y, si me lo permite, arbitrariedad de un juicio tan interesado como discorde, tal campo de Agramante. El presidente pretende convencer al resto, o a una gran parte de los ciudadanos españoles, que no participamos de tal hipótesis. Mi opinión es que el presidente confunde la verdad con la ficción o, como ahora se lee en todos los medios, el relato con la realidad de lo que verdaderamente está ocurriendo y estamos viendo y oyendo. A estas alturas ya nadie se extraña de las sucesivas contradicciones y consiguientes desmentidos de uno o varios protagonistas de este nuevo capítulo de nuestra historia reciente que más parece campo de Agramante que sereno escenario de debate. Por seguir con el ejemplo cervantino, la bacía que confundía el caballero con un yelmo no era sino bacía por la tozuda y razonable realidad de los hechos, «lo diga Agamenón o su porquero».
Si esto solo fuera una argumentación interesada de lo que está ocurriendo es verdad que no nos preocuparía tanto como el hecho más gravoso y con todo respeto injustificable de tratar de influir en el estamento judicial y no preservar la democrática y constitucional división de poderes.