La juventud
La juventud es un misterio que suscita más teorías y películas que el contenido del Área 51, tal vez porque lo más parecido a un alien es un adolescente, que es un ser que se resiste a encajar en el molde, sea lo que sea eso: lo que aprende lo aprende por el dolor, no por la escucha o la observación, porque en eso consiste la rebeldía, generacional o individual. El adolescente, a veces, es ridículo, sobre todo visto desde fuera, en la distancia de las décadas y las canas, pero más ridículo es el adulto que juega a adivinar sus gustos y, peor incluso, el que cree que puede utilizar sus códigos como si el tiempo fuera una construcción mental y no una destrucción física, un lento camino a otra parte.
Del comunicado del Consejo de Medios Interactivos de RTVE sobre la cobertura que Inés Hernand hizo de la alfombra roja de los Goya se deduce, además de la tirria que suscita su figura entre los periodistas del ente público (qué profesión esta, sedienta de carnet, como si eso arreglara algo), que la decisión de contratar a esta comunicadora tiene que ver con la búsqueda de «un tono desenfadado, alternativo y pensado para un público juvenil». Las comillas, que parten de la presunción de culpabilidad de los menores de treinta, incapaces de aguantar la seriedad o de digerir información, encierran la desesperación de un sector tan perdido que ha terminado yendo a TikTok a vender periodismo cuando allí lo que cotiza es el entretenimiento de alta velocidad, y a fuerza de intentar encajar su producto en los algoritmos chinos han puesto a sus redactores a bailar como Pablo Motos en la previa de ‘El Hormiguero’ mientras subtitulan una noticia que nadie ha contrastado.
De fondo late la convicción de que son los medios los que se tienen que adaptar a la juventud y no al revés, y con esa dinámica el mundo se ha ido infantilizando tanto que el presidente del Gobierno, que va a los mismos sitios a pescar votos, postea al modo de los ‘streamers’ si es necesario. Lo triste es que al menos su negocio funciona, pero la prensa está vendiendo su crédito y a cambio ni siquiera ha recibido una sospecha de futuro. Ya puestos a pensar en el «público juvenil» podríamos rebelarnos al modo de los adolescentes. Qué sé yo, apostar por el periódico del domingo y su orden linotípico, aún no superado. Café y papel. A lo loco.