ABC (Córdoba)

El portazo giratorio de Garzón

Mientras ejerció la política le vimos más bien fuera, y ahora que estaba fuera dicen los suyos que está dentro

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

Alberto Garzón fue un ministro que decía cuatro palabras mal contadas y te aguantaba una semana entera de protagonis­ta, y eso es un don, y un mérito y hasta una apoteosis, porque iguala en minutado a Luis Rubiales, o Nadal, en la alineación de un telediario. Otros hablan mucho, pero no te apañan varias portadas. De modo que Garzón es un chico que vale, porque compite, persevera y repercute, pero nos hemos obstinado en aguarle el afán y el discurso que, en rigor, no suelen ir a ningún sitio. Lo hicimos cuando era ministro y también ahora, cuando ya estaba colocado en la consultora de Pepe Blanco, y ha tenido que echar el cierre sin haber empezado la faena. Garzón siempre fue exótico, y en eso sigue, porque no es costumbre que lo primero que haga un empleado, al llegar a su nuevo trabajo, es despedirse. Resulta que le ha empujado a esta decisión la izquierda «prejuicios­a e inquisitor­ial», que no ha aplaudido la puerta giratoria de Garzón, que él ha reinventad­o rápido como portazo giratorio. Es estupefaci­ente el caso de Garzón. Cuando estaba en política nos parecía que más bien estaba fuera de la política. Y ahora que está fuera está más bien dentro, porque no le dejan en paz ni los suyos, una izquierda que el preferiría «más heterodoxa y humana». Garzón gasta esa timidez de los chicos a los que no van a hacer el menor caso, pero se suele hacer con la timidez un lío, y habla así en corto, o en largo, pero titubeante, y luego le zarandean enseguida el titular, en principio desde la derecha, y luego desde la izquierda, como ahora, y le ha llegado a menudo el zarandeo hasta su propio ministerio, incluso, que casi fue malviviend­o de estas inútiles alegrías. No dio en el clavo cuando dijo que la carne española le parece de floja calidad, ni tampoco cuando agitó el debate del sexismo en los juguetes. Mientras ejerció la política le vimos más bien fuera, y ahora que estaba fuera dicen los suyos que está dentro. Contra lo habitual, nunca fue en él un acierto equivocars­e.

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