ABC (Córdoba)

«España… ¡Dios mío!»

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Así hablaba Alfonso XIII instantes antes de morir aquel 1941 en la capital italiana. Parece sorprenden­te que apenas tres palabras pronunciad­as hace más de ochenta años tengan un significad­o tan actual, pero, lo cierto es que no pude pensar en otra cosa cuando, en uno de mis rutinarios viajes en Metro, no pude evitar fijar la mirada en un grupo de chavales cuyas edades oscilarían alrededor de los catorce y los diecisiete años, todos ellos embutidos en una ropa deportiva negra que no hacía más que marcar sus delgadas figuras.

Parece que la nueva juventud debe acompañar convenient­emente el desastre físico con una actitud y unos modales igualmente horrorosos. Aquel día hicieron buena gala de esta consigna mientras estaban sentados en el suelo con las piernas lo más estiradas posibles, bloqueando el paso entre vagones a la vez que unos reían a carcajadas y otros se liaban un cigarro. Estamos en tiempos en los que la ignorancia parece algo loable, y estoy seguro de que así lo piensa más de un político si de ese modo puede rascar miles de votos jóvenes, y no tan jóvenes. Según PISA y otros tantos estudios, estamos a la cola de Europa educativam­ente hablando.

Un país en decadencia es aquel que premia la estupidez y desprecia la excelencia de sus alumnos, los cuales se ven forzados a emigrar en busca de mejores oportunida­des. El Estado gasta miles de millones en formar a sus jóvenes y no es capaz de retenerlos para generar riqueza. Son préstamos a fondo perdido. Mientras dejemos marchar el talento y derrochemo­s recursos en el aprendizaj­e a aquel que se niega a aprender –el estúpido–, este país no podrá avanzar nunca. Yo únicamente espero no tener que rememorar aquella vieja frase al gritar para mis adentros «España… ¡Dios mío!».

NOAH LEZ BENARROCH MADRID

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