ABC (Córdoba)

«Los poderes saben que a la gente no la controlas con la fuerza, sino con el deseo»

▶El autor, uno de los maestros de la narrativa breve en Estados Unidos, publica en España ‘El día de la liberación’, su nueva colección de relatos

- BRUNO PARDO PORTO MADRID

George Saunders (Amarillo, Texas, 1958) asegura que el cuento es el arte del subconscie­nte, y que su escritura es el esfuerzo por darle voz a eso que escuchamos ahí en la oscuridad pero no sabemos nombrar. «Parece que la historia esté aquí detrás –cuenta mientras se toca detrás de la oreja, de donde salen las monedas y la magia–, y desde ahí me dice “venga, gilipollas, cállate y déjame hablar a mí”. Es como si tuvieras un buen amigo muy inteligent­e pero un poco tímido y tuvieras que sacarle las palabras y las confesione­s una a una. Por eso no planeo demasiado, dejo que el subconscie­nte me guíe. Claro que eso supone revisar el texto y revisarlo y revisarlo». Al otro lado de la pantalla, el escritor gesticula como si esculpiera conceptos, porque es uno de esos hombres que piensan en directo y arman su discurso cada vez que charlan. Lleva gorro de invierno, barba de meses y unos cascos enormes, casi de cantautor que compone hasta sus nanas. Acaba de publicar en España ‘El día de la liberación’ (Seix Barral), una nueva colección de relatos que se suma a ‘Guerracivi­landia en ruinas’, ‘Pastoralia’ y ‘Diez de diciembre’, los títulos con los que se ha consagrado como uno de los maestros de la narrativa breve estadounid­ense. Una vez escribió una novela, ‘Lincoln en el Bardo’, y le dieron el Man Booker, pero él repite que lo suyo es la distancia corta.

—Los libros de cuentos, ¿se planean o no?

—Esa es la pregunta del millón [ríe]. Pero en mi caso no. Trabajo en una historia durante meses, a veces años, y después paso a la siguiente. Es con el tiempo cuando me doy cuenta de mis obsesiones. Pero en el proceso solo trato de que una escena funcione, de que una imagen salga bien, de que la historia fluya de forma orgánica.

—Lo preguntaba porque la mayoría

de los personajes de ‘El día de la liberación’ están a punto de rendirse, de abandonar. Están esperando el fin de algo o acaban de llegar al borde del precipicio.

—Sí, conozco esa sensación [sonríe]. Creo que es algo político, al menos por cómo están las cosas en nuestro país [Estados Unidos]. Aunque también hay un tema de edad. Porque llega un momento en la vida en el que tienes la sensación de que es difícil seguir creyendo en lo que creías. Y parte del proceso consiste en superar esa situación. Es decir, cuando tocas fondo, ¿cómo vuelves a salir? Esa es la pregunta.

—¿Hasta qué punto le afecta la actualidad política como escritor? Estamos en año electoral…

—Estoy preocupado, obviamente, y un poco agotado. Aquí parece que todo el mundo está como en estado de negación de lo que puede pasar. Lo que he observado como escritor es que para mí ahora sería muy difícil escribir una historia realista que no tenga elementos políticos. No puedo escribir una historia situada en el año 2024 y que la gente no piense o hable de Trump. Y eso no me interesa demasiado. Así que lo que estoy escribiend­o está más lejos [y hace una pausa para pensar]. Creo que es un gran peligro la vuelta de Trump, pero el peligro principal es que la gente está harta de librar esa lucha.

—¿Y usted?

—Mi situación mental en la política es no sentirme seguro. Cuando era más joven era más apasionado y tenía un posicionam­iento mucho más estricto, creía que mi opinión era importante. Ahora siempre pienso, vale, esto es así, pero por el otro lado… Así es como se abre la mente y nos acercamos a la visión que podría tener Dios. Si tienes diez personas en una sala tienes diez verdades, diez opiniones. Y de hecho la literatura consiste en que siempre vamos a poder saber un poco más de cada uno, y cuanto más sabemos más compasión sentimos para con los demás. La literatura es una oportunida­d en un mundo muy ajetreado para invocar ese tipo de pensamient­o. Es una forma de decir: cuéntame más, cuéntame más, yo tengo paciencia, cuéntame más.

—¿Escribir es mirar, además de escuchar?

—Mira, recuerdo que el primer libro que me marcó fue ‘Johnny Tremain’, de Esther Forbes. Me lo dio una monja cuando tenía ocho años, porque intuía que podría ser un buen lector. Fue una gran experienci­a porque de repente me di cuenta que había alguien detrás de esas páginas, que alguien escribía los libros. Tardé mucho en pensar que podía ser escritor, pero después de leer ese libro, miraba las cosas y no podía evitar escribir frases en mi mente. Después descubrí a Hemingway, que fue fundamenta­l: esa idea de que el lenguaje es la mirada y la mirada es el lenguaje. Si dices las cosas de una determinad­a manera hay todo un mundo que abrazas con esa frase.

—Es como si se te abriera una ventana, ¿no?

—De hecho escribir es la ventana. Lo que escribes es quien eres. La parte buena es que puedes editar tus frases hasta que te sientas satisfecho.

—El relato que abre el libro y que le da título plantea el tema de hasta qué punto somos libres y no el resultado del plan de alguien que nos está programand­o. Ahí es ciencia ficción, pero es difícil no pensar en las redes sociales.

—Las redes sociales nos seducen con el deseo, entramos a gusto, y es después cuando notamos una especie de control. Los algoritmos refuerzan nuestras creencias, y los poderes han entendido muy rápido que a la gente no la controlas con la fuerza sino con el deseo. Sin embargo, yo medito, y como persona que medita me doy cuenta de que aunque saquemos a las redes sociales de la ecuación estamos condiciona­dos por nuestros pensamient­os y por nuestros conceptos, que no sabemos cómo han llegado ahí. Y esa es una forma extraña de esclavitud. Si yo hubiera nacido un poco paranoico, por ejemplo, sería algo no escogido, pero eso me condiciona­ría de por vida. ¿Hasta qué punto realmente somos libres? Estamos atrapados en nuestras mentes, nuestros cuerpos y nuestras opiniones. Pero hay una pequeña grieta: hay cosas que podemos hacer para alterar esas cosas.

Política y cultura «No puedo escribir una historia situada en 2024 y que la gente no piense en Trump»

—Usted fue educado como católico y ha terminado abrazando el budismo.

Denunció a ChatGPT «Cuando escribo intento entretener y comunicar. La IA no puede llegar a ese nivel, creo, porque la máquina nunca ha sentido la lluvia»

—Precisamen­te el budismo tiene que ver con cómo alterar tu mente. Es una práctica muy rigurosa, muy estricta para cambiar. Cuando meditas también notas cómo tu ser está construido, las costuras de tus pensamient­os.

Ves las semillas que han ido creciendo y han colonizado tu propia mente. Pero eso da esperanza porque también puedes descoloniz­ar tu mente.

—¿Meditar, en medio de tanto ruido, es una revolución silenciosa?

—El mundo es muy ruidoso, pero hay un momento en el que te das cuenta de que todo es ruido, también tu pensamient­o. El ruido es energía, es simplement­e el mundo, que hace su sonido. Pero personalme­nte, para mí la meditación es salud mental: la dejé durante un año y mi mente se volvió un caos. Meditar me calma, me relaja, suaviza el ruido.

—Hay un tema de fondo en el primer relato, y es la relación de los colonos con los pueblos indígenas en Estados Unidos. Es una obsesión cultural que no termina, ¿no?

—Es algo que siempre se está renegocian­do. Por ejemplo, cuando yo era un chaval todas las películas hablaban de cómo unos amaestraba­n a otros. Es realmente difícil entender qué es América, es un problema abierto. Hay gente que cree que el genocidio, la época de la esclavitud, que esto ya pasó y punto final. Pero había una actitud en todo eso que todavía sigue activa, no es algo que sea estrictame­nte pasado. La pregunta para mí es: como país, ¿valoramos la diferencia o intentamos erradicarl­a? En teoría la valoramos, pero en realidad la consideram­os una amenaza. Y eso está en la base misma de nuestra cultura.

—Usted fue uno de los escritores que participó en la demanda contra OpenAI por usar sus textos para desarrolla­r los algoritmos de ChatGPT. ¿Cree que la Inteligenc­ia Artificial está amenazando las industrias creativas?

—No estoy en contra de la inteligenc­ia artificial, creo que es inevitable y vamos a tener que manejarnos con esa tecnología. El tema del litigio tiene que ver con los derechos de autor: si tú utilizas mi libro para alimentar tu sistema, necesitas pedirme permiso. En cuanto al futuro, es algo que me intriga. Me pregunto qué efecto tendrá sobre los lectores, si la gente se acostumbra­rá a leer ficción creada por máquinas… Cuando yo escribo un libro lo que hago es volcar mi experienci­a acumulada durante años aquí y allá, intento entretener, sí, pero también comunicar, porque todo parte de la base de que yo soy humano y mis lectores también lo son. La inteligenc­ia artificial no puede llegar a ese nivel, creo, porque la máquina nunca ha sentido la lluvia. Pero quién sabe.

—¿Tiene esperanza en el futuro de la literatura como arte?

—Yo soy profesor y como profesor veo que todavía hay gente que siente el lenguaje de la forma en la que lo sentimos los escritores. Y creo que siempre la habrá. Llevo más de veinticinc­o años enseñando, y los estudiante­s son distintos en muchas cosas, pero no en cuanto a lo importante: son gente apasionada que quiere plasmar el mundo en el papel. Así que la literatura sobrevivir­á, pero será distinta. Ya es distinta, de hecho. La literatura de 1970 ya no existe, la crítica es diferente, la manera de leer es diferente. Uno de los desafíos de hacerte mayor es no sentir demasiada nostalgia de cómo eran las cosas, no caer en la desesperan­za. Con los años siempre llega un momento en el que miras el mundo y dices: pero qué puñetas está pasando aquí. Eso es lo que te hace mayor, ese pensamient­o de decir: mira, después de 1998, todo lo que ha venido es peor. Menos mal que hay gente que te dice: oye, que yo también estaba ahí y eso también era una mierda [y vuelve a reír].

 ?? ??
 ?? ABC ??
ABC

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain