Paco de Lucía: el lector voraz tras la sonanta
a tarde en que los pies de Paco de Lucía se hundieron para siempre en la arena de la playa del Carmen, en México, cuando jugaba tranquilamente al fútbol con sus hijos pequeños, el guitarrista tenía en su mesita de noche el libro ‘Para leer al anochecer’. Según cuenta a ABC su viuda, Gabriela Canseco, la obra tenía marcada la página 27: «Lo acababa de empezar a leer. Charles Dickens le gustaba mucho y ya se había leído antes otras novelas suyas, pero esta no le dio tiempo a terminarla».
El libro incluía trece relatos de fantasmas espeluznantes tan del gusto del algecireño, que el célebre escritor inglés publicó con gran éxito en 1852, cuando ya era un autor reputado. Los textos estaban repletos de villanos que mueren ahorcados, de mujeres misteriosas que encargan retratos desde el más allá, de viajeros victorianos que se encuentran con niños siniestros y de marinos desaparecidos que hacen visitas inesperadas a los vivos, los cuales se convirtieron en una especie de vaticinio triste cuando, hace justo diez años, a Paco de Lucía le sorprendió la muerte a traición con un infarto agudo de miocardio.
El de Dickens fue el último de una larga lista de títulos que Canseco anotó en una hoja, por orden cronológico de lectura, con la intención de que «los niños supieran qué leía su papá». Más de treinta novelas y ensayos que el genio del flamenco le pidió a su esposa que le subiera a su e-book en sus últimos meses de vida o que ella misma, matriculada en la carrera de Literatura durante su juventud, le recomendó, para que se los leyera durante sus viajes por el mundo o en las épocas de descanso en su casa de la península del Yucatán.
Se trata de una lista desconocida, variada y sorprendente para alguien que dejó el colegio con solo 10 años. Canseco nos la ha cedido a ABC para abordar la carrera del guitarrista desde una perspectiva única: la del lector voraz que amaba la literatura casi tanto como el flamenco. Leyéndola, no da la sensación de que se hubiera producido aquel episodio contado en alguna ocasión por Paco de Lucía. Sucedió en 1957. Su padre lo llamó y, sin dar rodeos, le preguntó: «Niño, ¿sabes leer, escribir y hacer cuentas?». Cuando Paquito le dijo que sí, este le respondió: «Pues ya está, no hay más dinero para pagar la escuela. Vamos a aprovechar el tiempo para hacer una cosa bien. Tocar la guitarra».
LSegún cuenta César Suárez en su reciente biografía ‘El enigma de Paco de Lucía’ (Lumen), en ese momento nació en el niño un «hondo complejo» de carencia de cultura que le acompañó, al menos, durante una parte de su vida. Contra ella, añade, el guitarrista combatió a través de los viajes que realizó por todo el mundo y, sobre todo, de sus numerosas lecturas. «Se convirtió en una persona tan curiosa y culta, que jamás percibías que no hubiera estudiado. A pesar de salir tan pronto del colegio, se convirtió desde joven en un gran lector, movido por esa capacidad de observación y aprendizaje que tenía. Leía tantos libros que parecía que sabía de todo. Cuando hablabas con él, no notabas ninguna carencia de estudios», apunta su hija, Lucía Sánchez.
Canseco, por su parte, puntualiza: «Es verdad que le dio pena no haber estudiado música, en especial, armonía, aunque luego se dio cuenta de que habría llegado al mismo sitio si la hubiera estudiado. De lo que nunca sintió vergüenza, sin embargo, fue de no haber estudiado ni de que su padre lo sacara de la escuela, porque lo suplió rápido era carencia con una enorme sed por aprender. Le interesaba todo y siempre estaba absorbiendo. Recuerdo que nos construimos una casa y aprendió albañilería y electricidad. Y al ser yo restauradora de arte, también aprendió mi oficio para ayudarme a limpiar el barniz de un cuadro del siglo XVIII que estaba restaurando. Lo quería saber todo y, en ese proceso, la lectura era la forma más fácil que tenía de entrar en otros mundos. Por eso siempre estaba leyendo».
Para que se hagan una idea, la primera lectura de la lista es la segunda serie completa de los ‘Episodios nacionales’, escrita por Benito Pérez Galdós entre 1875 y 1879. Un total de diez novelas históricas. «La primera ya se la había leído en papel», aclara Canseco en una nota escrita junto al título. Eso quiere decir otras diez obras del mismo autor, sobre las aventuras bélicas y amorosas de Gabriel de Araceli, su protagonista, en la España dominada por los franceses durante la Guerra de Independencia. Paco las devoró con gusto.
En los últimos años alcanzó un ritmo de lectura digno del intelectual que no fue. Solía leer en una tableta electrónica porque le costaba ver la letra impresa en papel, pero nunca abandonó su afición. Después se sumergió en ‘Zadig’, los cuentos en los que Voltaire relató la vida del filósofo de la antigua Babilonia; ‘Bella del Señor’ (1968), de Albert Cohen, que «no le gustó mucho»; el ‘Diario del año de la peste’ (1722), de Daniel Defoe, y ‘El tango de la guardia vieja’ (Alfaguara, 2012), de Arturo Pérez Reverte. Este autor le gustaba especialmente y, en la lista, encontramos también ‘El francotirador paciente’ (2013).
«Recuerdo que se emocionó mucho con ‘Madame Bovary’, de Gustave Flaubert, y siempre me sacaba frases de la novela cuando quería decirme algo. En realidad, lo que admiraba era la in
teligencia de los grandes escritores. Lo que aprendía en los libros eran revelaciones para él. No obstante, también le gustaban las lecturas más suaves, como Donna Leon y la novela negra. Saltaba de unas a otras y no tuvo prejuicios de alta y baja literatura. ¡Jamás! Siempre me decía que si un superventas le gustaba a tanta gente, es porque era bueno y entretenido», recuerda Canseco.
No hay más que continuar para comprobar que se mezclan sin ningún pudor ‘El príncipe’ (1532), de Maquiavelo, una de las primeras obras de la filosofía moderna; ‘Anna Karenina’, de León Tolstói; seis novelas de John Katzenbach, el escritor especializado en misterio y suspense que ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo, y ‘La estepa / En el barranco’ (1888), de Antón Chéjov, sobre el viaje que un niño de nueve años hace a través de la estepa rusa para poder estudiar en el instituto. Pocas historias eran las que no saciaban su curiosidad.
«En casa, muchas veces practicaba guitarra de manera automática mientras veía la tele, para distraerse, ya que eran ejercicios muy técnicos. Lo hacía para hacerse callos en los dedos antes de salir de gira, pero cuando llegaba la noche, se iba siempre a la cama con un libro y se pasaba leyendo más de dos horas cada noche», recuerda su viuda. Una de sus últimas lecturas fue el thriller ‘Perdida’, de Gillian Flynn, una escritora estadounidense también superventas a la que le encantaba que la asustaran de niña, tal y como le ocurría a Paco con su madre de pequeño.
Su autor favorito, sin embargo, era Haruki Murakami. Se lo recomendó Gabriela, al igual que Kafka y Sastre, también presentes en la lista. Del escritor japonés lo leyó casi todo, por eso encontramos seis libros suyos. Se sintió muy identificado con sus memorias, ‘De qué hablo cuando hablo de correr’ (2008), en las que el autor recurre a su pasión por correr como una forma de «escribir honestamente» sobre él mismo.
En las primeras páginas, Murakami da con uno de los pensamientos más recurrentes del guitarrista. El japonés lo escribe así: «Cuando pienso en la vida, a veces tengo la impresión de que no soy más que un tronco a la deriva arrastrado por las aguas hasta una playa». Cuatro años antes, el guitarrista lo había expresado de forma similar en la letra de ‘Cositas buenas’, los rangos que daban título a su disco de 2004: «Si hay que navegar / que me lleve la marea / donde me quiera llevar».
Al igual que Murakami, el hijo de Lucía la portuguesa tenía la convicción de que no era él quien decidía su rumbo. Simplemente aceptaba la corriente por la que la vida le llevaba y trataba de mantenerse a flote si había tormenta. Por eso se sintió tan identificado con el escritor japonés y lo leyó tanto. En sus memorias, el autor reconoce que correr ya no le resulta «algo despreocupado y divertido como antes», y que el terror a repetirse es cada vez más atenazante. Una presión similar a la que sintió el compositor gran parte de su vida.
Prueba del impacto que el japonés tuvo sobre él es que, aunque no solía subrayar sus libros, el guitarrista marcó en su tableta electrónica la siguiente frase en amarillo de ‘De qué hablo cuando hablo de correr’: «Lo más importante es si lo escrito alcanza o no los parámetros que uno mismo se ha fijado, y frente a eso no hay excusas. Ante otras personas, tal vez uno pueda explicarse en cierta medida, pero es imposible engañarse a uno mismo». «Mi padre era un filósofo… ¡Un pensador! –exclama su hija Lucía–. Mi madre tenía unos 17 años cuando lo conoció y él ya era un joven muy inquieto que estaba en una constante búsqueda. Por eso desde joven se interesó por Ortega y Gasset, al que leyó mucho sin tener educación».
Paco de Lucía y su primera mujer, Casilda Varela, conectaron igualmente por la literatura. Aunque procedían de mundos opuestos –ella de una familia aristocrática con un padre ex ministro de Franco y él del humilde barrio de la Bajadilla–, la afinidad fue asombrosa.
Suárez cuenta que se intercambiaban libros y que les gustaba mucho hablar de filosofía, política y cine en sus largos paseos por la capital. En la biografía, el autor se atreve a señalar el origen de su amor por la literatura: «Desde que su amigo de Algeciras José Luis Martín, que estudia Ingeniería en Madrid, le descubrió los placeres de la lectura, Paco quiere recuperar el tiempo perdido. Más que evasión, busca argumentos intelectuales a sus divagaciones filosóficas. Ese territorio es, precisamente, el favorito de Casilda. Discuten durante horas las razones del yo de Ortega y Gasset y los mundos felices de George Orwell. El autor favorito de Paco en ese momento es Erich Fromm. No puede estar más de acuerdo con una de sus frases: ‘Solo hay un significado para la vida: el acto de vivirla’».