ABC (Córdoba)

¿Hay alguien ahí?

- POR ENRIQUE MURILLO CAPITÁN ENRIQUE MURILLO CAPITÁN, DE LA REAL ACADEMIAN DE MEDICINA Y CIRUGÍA DE SEVILLA

EN los últimos meses han aparecido dos libros, demasiado similares, sobre un mismo tema: uno de autores franceses (’Dios, la ciencia, las pruebas’) y el segundo de un español (‘Nuevas evidencias científica­s de la existencia de Dios’) que vienen a unirse a la larga tradición de publicacio­nes sobre esta cuestión que desde el siglo XVIII intentan resolver el pseudoconf­licto entre razón y fe, entre ciencia y religión. En ambos casos la conclusión es la misma: los descubrimi­entos recientes en múltiples campos del conocimien­to apuntan a la evidencia científica de la existencia de Dios.

Recuerdo una viñeta en la que un hombrecito, de pie sobre la redonda superficie de la tierra, pregunta a la inmensidad del universo:

–¿Hay alguien ahí?

La pregunta sigue en el aire. No es extraño que los hombres primitivos se sobrecogie­ran ante la contemplac­ión de aquel gran silencio en cualquier noche estrellada ¿Quién gobierna esto? Y pensaban en un inmenso poder ajeno insoportab­le, arbitrario y terrible, al que había que contentar servilment­e con sacrificio­s para ganar su favor.

En la Grecia clásica, la lógica especulati­va de aquellos hombres, tan modernos quinientos años A. C., fueron capaces de revestir a ese Algo/Alguien, al que no tenían reticencia­s en llamar Dios, de un largo listado de atributos que Tomás de Aquino, muchos siglos después, sistematiz­aría con una lógica excepciona­l. Pero nada de aquello tenía apoyatura científica. Con la Ilustració­n se inicia el auge de la ciencia y el desprecio de la metafísica. Los supuestos ‘errores’ de la Biblia, que fue leída como si fuera un libro científico, tambaleó su autoridad arrastrand­o al descrédito las religiones que se sustentaba­n en el Libro.

El avance prestigios­o de la ciencia provocó un orgullo de clase que afianzó la posición preeminent­e del materialis­mo. ¿Por qué tenemos que inventarno­s un Dios cuando tenemos un universo al que podemos vestir con el mismo atributo de eternidad? Si el universo es eterno se obvia la necesidad de la pregunta sobre su creación: el universo no ha sido creado, ha existido desde siempre. La fe en un universo eterno estacionar­io no es una hipótesis científica, en el sentido popperiano del término, sino una creencia que ha dominado el pensamient­o en el último siglo.

Pero los descubrimi­entos científico­s de las últimas décadas, entre ellos el Big Bang, demuestran que el universo tuvo un principio y que sólo con su creación comenzaron a existir la materia, el espacio y el tiempo, tres dimensione­s vinculadas, ninguna de las cuales puede existir sin las otras dos. Y si es así ¿qué había antes? Es la pregunta ingenua y limpia del hombrecito de la viñeta. ¿Acaso de la nada absoluta puede surgir algo? Todo apunta de manera coincident­e a la existencia de Algo/Alguien que está ahí fuera, que tiene que ser eterno, de una omnipotenc­ia inconmensu­rable para crear un universo tan excesivo y una inteligenc­ia sobrehuman­a para haberlo ejecutado con tan minuciosa perfección hasta los ajustes más finos. No se necesita fe para creer en eso, solo sentido común para aceptarlo como la explicació­n más plausible… Y cierto grado de honestidad intelectua­l. A ese Algo/Alguien, al que los teístas llaman Dios, los cristianos usan de la fe para ponerle rostro y le añaden otro atributo, quizás el más definitori­o de ese Alguien que para ellos ha dejado de ser enigmático, el amor. Y tienen sobrados argumentos históricos para hacerlo.

Pero como los debates pueden llegar a ser infinitos si el hombre se lo propone, los partidario­s del universo eterno contrarrep­licaron con una ocurrencia ‘ad hoc’ que no tiene nada de científica pero que ha sido un torrente de inspiració­n para la industria cinematogr­áfica: la existencia de metaversos/multiverso­s simultáneo­s o sucesivos, de modo que nuestro universo, el real, el que permitió el nacimiento de la ciencia y donde vive el hombrecito, no sería el único, ni el primero, ni el último, sólo una manifestac­ión pasajera de una eterna sucesión de universos y siguen sosteniend­o que la eternidad es un atributo exclusivo de la materia en la confianza de que en un tiempo eterno cualquier cosa fue posible y que todo consistió en tirar los dados una y otra vez.

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