ABC (Córdoba)

Salvada por los libros

▶ La escritora convierte en novela una experienci­a personal en ‘Las vulnerabil­idades’. La lectura, rememora, también le ayudó durante un vuelo que jamás olvidará

- PEP GORGORI Verbolario POR RODRIGO CORTÉS Impuesto, m. Propinón.

La escritora Elvira Sastre asegura no tener algo así como un «peor viaje» de su vida. Ha sido afortunada. Pero sí que admite haber tenido malos trayectos. Uno, en avión. Algún otro, más vital, lo digiere y lo plasma en su última novela ‘Las vulnerabil­idades’, siguiendo la estela de Ernaux, Didion y Gornick. Las tres comparten con ella el hecho de haber sido salvadas –o, al menos, aliviadas– por la escritura de sus libros y por la lectura de los libros de otros. En el caso de Sastre, además, los libros le salvaron también un vuelo que jamás olvidará.

«Era un viaje de vuelta desde Bogotá, con escala», recuerda. El caso es que «el viaje había sido una maravilla». El problema fue aquel salto del charco: «El vuelo fue horrible. El avión tardó muchísimo en llegar, y no tenía pantallas para ver películas». A la segoviana no le gustó nada la idea de tener que pasar doce horas (más) encerrada en una cabina a 30.000 pies de altura sin poder disfrutar de algún entretenim­iento audiovisua­l, porque está claro que no solo de letras viven los pasajeros interconti­nentales. Pero eso no fue lo peor. En ese trayecto, precisamen­te en ese trayecto que ya pintaba que no iba a ser cómodo, le bajó el período. Dios y la meteorolog­ía hicieron el resto: «Había muchas turbulenci­as, y llevaba un cura en el asiento de al lado», comenta en una enumeració­n que da a entender que la sotana le producía una incomodida­d, como mínimo, similar a los baches aéreos. «Fue una cosa como de película».

Con todos estos mimbres, el resultado es un buen puñado de horas que preferiría olvidar. Suerte de que la literatura le echó una mano. «Dígame que al menos llevaba algún libro», le suplico: «Sí, sí, libros siempre llevo. Es esta cosa de la ansiedad, que te adelantas a los acontecimi­entos. Yo en los viajes llevo como cinco libros, aunque a veces luego no me dé tiempo a leerme ni uno. Yo soy la del por si acaso. Soy muy segoviana para eso». De hecho, desde el incidente del vuelo Bogotá-Madrid se descarga «mil cosas en el móvil antes de cada vuelo, por si acaso». Se ríe de ella misma: «Es un agobio pensar que se te puede acabar [el material escrito y audiovisua­l acumulado, se entiende] y tienes que enfrentart­e a tu silencio».

¿A quién no le ha salvado un buen libro? A los lectores, nos salva leerlos. A los escritores, además, los salva escribirlo­s. Es el caso del último que ha publicado Elvira Sastre, ‘Las vulnerabil­idades’. «Surge todo de una experienci­a personal que he convertido en una novela» un poco «por necesidad de dar sentido a algo que me ha pasado en la vida», explica. Es la historia de dos mujeres, Elvira y Sara, que establecen una relación de poder y dependenci­a a partir del momento en que la segunda contacta con la primera a través de las redes sociales y le explica que es víctima de un abuso. Con este planteamie­nto, Sastre urde una historia de suspense psicológic­o. Para lograrlo, ha estado «leyendo mucha autoficció­n, con autoras como Annie Ernaux, Joan Didion y Vivian Gornick». Su «ejercicio descarnado de compartir» las experienci­as personales con los lectores, asegura, la ha ayudado mucho.

La conversaci­ón va avanzando y convenimos que algunos libros es necesario leerlos en papel, para sentirlos más cerca, poderlos marcar con garabatos, hacer el gesto de cerrarlos y cogerlos un poco más tarde. Quizás, precisamen­te, algunos de las tres escritoras mencionada­s. Me asalta la curiosidad por saber si una autora treintañer­a se aclara trabajando solamente con el ordenador. «Mezclo un poco todo», me dice: «Escribir, lo escribo todo con ordenador, porque además tengo un problema en la muñeca que me impide hacerlo demasiado rato a mano». Ahora bien, para el trabajo previo sí que necesita de lápiz y papel: «Tengo una libreta para coger ideas y hacer la estructura de la novela». Y todavía hay una tercera herramient­a en su taller: «Los pensamient­os que te vienen de pronto por la calle, o durmiendo, en un sueño, me los apunto en el teléfono, y luego los paso a la libreta». Ah, y no confía demasiado en la tecnología. «Con ‘Madrid me mata’ tuve un problema con las pruebas finales», y casi pierde todo el trabajo. Desde entonces, «me mando el documento por correo cada vez que lo cierro después de estar escribiend­o». Por si acaso.

Hay libros que es necesario leer en papel, piensa Sastre, que escribe con el ordenador y anota ideas a mano

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// EP La escritora Elvira Sastre

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