ABC (Córdoba)

Potencias: entre el minimalism­o y el poder de Dios

Distintas corrientes y modas artísticas han hecho prescindir del uso de estas piezas de orfebrería que refuerzan la unción sagrada de las imágenes pasionista­s

- ÁLVARO R. DEL MORAL

SI hay un complement­o que refuerza la divinidad y el poder de las imágenes de Cristo es el de las potencias. Su origen parte de ese nimbo crucífero del que, en realidad, sólo se veían tres de los cuatro rayos de luz simbólica que emanaba de la cabeza de las imágenes ocultando el cuarto haz —tras la cabeza— hasta prescindir de él en las representa­ciones plásticas de Jesús. Su uso en imágenes de nazarenos y crucificad­os es remotísimo y la fisonomía de las piezas, enhebrada con las distintas etapas artísticas que otorgaron su propia impronta, apenas ha variado en casi seis siglos.

Eso sí: distintas modas y corrientes

—una suerte de minimalism­o cofradiero— han dejado en las vitrinas o el olvido el uso de estas piezas en invocación de una supuesta pureza que no es tal. Pero no se trata de abrir un debate en torno a la idoneidad del uso de un atributo que, como las túnicas bordadas, realza la unción sagrada de las imágenes. Hay que incidir en el dato: más allá de su valía artística, las representa­ciones de Cristo son una puerta abierta a lo trascenden­te.

El botón de muestra lo podemos fijar en la inmensa mayoría de las imágenes antiguas: los crucificad­os de los Remedios, Amor, Salud, Misericord­ia, Gracia o Caridad no se pueden entender sin el uso de esas piezas de orfebrería. En el caso del Cristo de Ánimas porta unas valiosas potencias de oro del orfebre cordobés Emilio León. Las estrenó en 2008 en sustitució­n de las que había labrado Alfonso Luque unos años antes, —réplica de otras más antiguas— que fueron robadas. De este mismo noble metal son las del Cristo de la Expiración, de Manuel Valera.

Si hablamos del crucificad­o de San Pedro, se trata de unas piezas de 1800

—las únicas que ha llevado— cinceladas por el platero cordobés Mateo Martínez Moreno. Ya las lucía en el olvido de la capilla sacramenta­l de la Magdalena y las ostenta en el culto íntimo de su capilla y el Miércoles Santo. Tampoco prescinden de ellas nazarenos o imágenes pasionales de la Semana Santa del ayer y del hoy como la del Rescatado —tampoco se libró de un robo sacrílego junto al Cristo de Gracia en los Trinitario­s—, Huerto, Amarrado, Calvario, Pasión, Nazareno o Jesús Caído.

La lista incluye a las más modernas: desde el Señor de la Entrada Triunfal al de las Penas de San Andrés, pasando por Jesús Humilde de la Merced, el Señor de la Redención, el de los Reyes, la Sentencia, la Agonía, la Sangre, el Buen Suceso, la Santa Faz, el Prendimien­to, el Perdón, la Humildad y Paciencia, la Cena, el moderno crucificad­o de la Conversión o la imagen del Señor de los Afligidos de la Presentaci­ón al Pueblo de Cañero.

Sin ellas

Pero nos interesan más los que nos las llevan. Podríamos comenzar por el antiquísim­o crucificad­o de Las Penas que dejó de portarlas hace muchos años aunque hay fotos que atestiguan que en otro tiempo —ahí están las de sus primeras salidas en los años 50— las llevó, incluso con un sudario de tejido sobrepuest­o al de talla, estampa que ha recuperado para sus cultos internos hace muy pocos años. Más reciente en la historia es el caso del crucificad­o

de la Universida­d, esa imagen de Juan Manuel Miñarro que reproduce con descarnado realismo las lesiones del hombre de la Sábana Santa. Se prescinde de las potencias en aras de ese mismo naturalism­o que lleva a retratar con empeño arqueológi­co la cruz y hasta el ‘titulum’. Sería técnicamen­te complicado, porque la corona de espinas es un casco que cubre la zona superior de la cabeza.

En esa misma línea nos encontramo­s con otra imagen de referencia que nunca ha llevado —que sepamos— las potencias. Es la del Señor de las Angustias, que engrandece la soledad de su Madre, mostrando su humanidad vencida en su regazo. Si nos sumergimos en la madrugada del Viernes Santo tenemos que ir al encuentro del Cristo de la Buena Muerte, crucificad­o arquetípic­o de Castillo Lastrucci que encontró en el Señor de los Estudiante­s de Sevilla —otra obra magistral de Juan de Mesa— el modelo talismán de su producción cristífera.

Se conservan antiguas fotografía­s del Cristo sevillano con corona de espinas y potencias pero los hermanos de la corporació­n universita­ria prefiriero­n consagrar esa iconografí­a minimalist­a que prescinde de cualquier aditamento. Esa corriente, que tuvo onda expansiva, también llegaría a otras imágenes fundamenta­les de la Semana Santa hispalense como el Señor de Pasión o el Nazareno de la O.

El Viernes Santo están los dos crucificad­os labrados por Amadeo Ruiz Olmos para la Semana Santa de Córdoba: el de la Clemencia, que antecede a la Virgen de los Dolores en su cortejo de nazarenos negros; y el del Descendimi­ento, que otorga esa estampa única cuando se recorta sobre el ocre de la torre de la Calahorra. Ni uno ni otro llevan potencias aunque la clásica hermandad del Campo de la Verdad sí las exhibe en un cojín como una insignia más de su cortejo procesiona­l. Tampoco el Cristo de la Piedad, obra de Antonio Bernal bendecida en 2023, las lleva. Dejamos para el final la imagen manierista del Señor del Sepulcro, otra reliquia viva de una Semana Santa que trasciende de los siglos. También prescinde de ellas. El libro de los gustos sigue en blanco.

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// ÁNGEL RODRÍGUEZ Nuestro Padre Jesús Nazareno, con sus potencias de oro

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