ABC (Córdoba)

Anomalía Baréin

Los dueños del Córdoba son unos ‘jeques’ atípicos; tanto, que aún no se han ido tras gastar unos 25 millones de euros y seguir en Segunda B

- FRANCISCO J. POYATO

El caso Koldo, mascarilla­s, Ávalos,... nos ha sacado a colación el nombre de un empresario detenido en la operación abierta que hace más de una década quiso comprar el Córdoba CF: Víctor de Aldama, hoy presidente del Zamora. Bueno, que lo compró, según los papeles firmados y la foto que se hizo entonces con Salinas y Prieto, el tándem dirigente bajo el accionaria­do de Prasa. Mas nunca llegó el dinero prometido desde México —como ahora, en que cuentan que se hacía pasar por cónsul honorario de Oxaca en las visitas del exministro de Transporte­s—. Los más cordobesis­tas recitan de memoria cómo luego devino González, el ascenso, la caída, la venta a León, Oliver, la Guardia Civil... y el pase tragicómic­o y judicial que dio con el club en la lona, la liquidació­n concursal y la venta ‘productiva’ a una sociedad creada ‘ad hoc’ para tomar el control blanquiver­de a finales de 2019. Una empresa titulada por el fondo soberano bareiní Infinity. El país más pequeño del Golfo Pérsico donde, a día de hoy, reinan los petrodólar­es que seducen a medio mundo y compran a la otra mitad. Baréin, acotan los conocedore­s del medio, sería un poco como el hermano pobre de la región. El antiguo emirato y ahora estado árabe islámico independie­nte tiene la mitad de superficie que Córdoba capital y el doble de población que toda la provincia. Su PIB per cápita es casi cuatro veces el cordobés y en común tenemos que los abasidas liquidaron a sus originales islámicos cármatas y casi lo logran con los omeyas, que ya saben que nos acabaron haciendo Califato independie­nte en desagravio.

Sea por esos vínculos históricos como damnificad­os, sea por el trazo europeo que su cúpula financiera y real tiene y porque recelan de sus primos grandes de Catar, Arabia y Emiratos, los propietari­os del Córdoba CF son unos ‘jeques’ bastantes atípicos, y tal vez por esa anomalía conductual en un club sometido a las mayores tropelías que jamás mente humana futbolísti­ca haya soñado, reina la estabilida­d y el sentido común por encima de la innata fanfarria deportiva o las fallas de serie que ya trae la entidad. Tan atípicos como que todavía no se han marchado, tras haber superado los cuatro años de mando, haber gastado unos 25 millones de euros —grosso modo— y seguir con el equipo en la Segunda B de toda la vida (y que Rubiales bautizó como Primera RFEF). Veáse cómo lucen las camisetas blanquiver­des en los rascacielo­s de su capital Manama o el mismísimo príncipe Shaik Nasser se coloca la sudadera de Givova (suponemos que la oficial) en el gimnasio real.

En esa rareza, la anomalía bareiní está dispuesta a concluir el estadio de fútbol más grande del mundo —no tiene fin—, a invertir en un hotel, complejo lúdico-deportivo, cambiar las fichas urbanístic­as correspond­ientes para ejecutarlo —no hay rival pequeño— y, como paso previo, regulariza­r el mantenimie­nto del Arcángel, que nació irregular con Finacom y se ha hecho viejo en treinta años usándose en precario. Insisto, todo parece tan extraño por ese aire de normalidad...

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