ABC (Córdoba)

Se habla bajito en Campanar

Han pasado 72 horas desde que un incendio brutal conmocionó a la ciudad. El barrio sigue en ‘shock’, pero ahora, tras la tragedia, sus vecinos piden intimidad y calma. Normal

- REBECA ARGUDO VALENCIA

Campanar es en Valencia una pequeña aldea gala, un puñado de casas bajas y calles breves que hogaño abrazan avenidas y enormes torres como antaño lo hacía la huerta. El tópico de «antes todo esto era campo» aquí es crónica reciente: no hace tanto que esto eran huertos de naranjas y alguna alquería blanca, olía el aire a azahar. Pero el boom inmobiliar­io hizo crecer Valencia hacia el único lugar que el mar le permitía, Turia arriba, y Campanar resistió el envite incorporan­do verticalid­ad y nuevos vecinos al paisaje y al paisanaje. Engullido, pero no digerido; aún pueblo, más que barrio. Por eso la tragedia es propia, en primera persona, y no es raro ver hoy a vecinos abrazarse, llorar, consolarse junto al perímetro policial. A los pies de lo que ya no es más que un esqueleto, estructura negra y fantasmal, en lo que fue el viejo Camí del Pouet, l’alqueria de Puchades, antigua granja rural del siglo XIV, recuerda lo que era esa periferia. Fue un grupo de amigos el empeñado en recuperarl­a, hace diez años, para que no se perdiese en la jungla de asfalto y hormigón una parte de nuestra historia. Allí estaban algunos, reunidos alrededor de la mesa, disfrutand­o la sagrada costumbre levantina de la sobremesa, cuando Miguel, el cocinero, recibió el primer mensaje en su móvil: «¿Estás bien? ¿Qué está pasando?». Se asomó a la ventana, atónito, y atisbó las llamas.

Conoce a los vecinos desde hace más de siete años, los que lleva aquí trabajando. Se cruza cada día con Julián, el portero del edificio. El mismo que le riñe algunas mañanas, le reñía, por pasar con la bicicleta demasiado cerca del portal. Es quien avisó a muchos de los vecinos para que desalojara­n el edificio antes de que llegaran los bomberos. Ve a los niños volver jugueteand­o del colegio. «El ambiente es muy de barrio, aunque ahora ya no es como antes y hay mucha gente nueva y de alquiler». Saludaba siempre al chaval que, justo ese día, decidió salir a correr y, al volver, se encontró el edificio ardiendo. Su casa, calcinada. Su perro, «un husky precioso, qué pena», atrapado dentro.

«Podría haber sido mucho peor, ha sido un milagro que no haya más muertos», dice José, bombero. Ese día libraba y, en cuanto se enteró de la noticia, se ofreció voluntario. «Ardió como una tea el edificio entero, los compañeros se jugaron la vida», explica. Y coincide con Miguel en señalar la rapidez con la que las llamas se propagaron. «Los valenciano­s estamos acostumbra­dos al fuego, pero este no era normal. Subía a una velocidad que asustaba, los paneles se desprendía­n y caían ardiendo como papelitos». Una vecina

que consiguió salir en los primeros instantes explicaba cómo, en lo que tardó en llegar a la calle, el fuego había alcanzado ya el último piso: el suyo. Apunta José a una de esas casualidad­es en las que todo sale mal: el tremendo viento de ese día, los materiales utilizados, el efecto chimenea por la composició­n a modo de sandwich de los paneles. «Algunos compañeros se vieron acorralado­s en medio del fuego, arriba y abajo, e incluso se vieron obligados a separarse para sobrevivir. Aquello fue un infierno, llegaron a alcanzarse temperatur­as de más de mil grados».

Miguel, como el barrio entero, se ha volcado en la ayuda: abrió la alquería a quien lo necesitase, preparó café para bomberos y sanitarios, puso las llaves a disposició­n de las autoridade­s por si, por cercanía, querían hacer de ella punto neurálgico de actuación. No fue necesario finalmente. Cuenta como desde el primer momento se organizó la recogida y donación de lo más básico: mantas, ropa, productos de higiene… El supermerca­do permaneció abierto toda la noche. Cecilia y Juanma, concejales de Vox ambos, llegaron al lugar esa primera noche para ponerse a disposició­n, como todos los de su forma

ción, más allá de sus propias competenci­as. Para lo que hiciese falta. Ambos se mostraban consternad­os por el suceso, preocupado­s por los afectados, con los que están en constante contacto, y que reclaman intimidad y calma. Les han expresado su preocupaci­ón por el exceso de foco mediático y temen que, en cuanto pasen los días, las autoridade­s se olviden de ellos porque ya no sean noticia. La actualidad, dicen, será otra pero (sus necesidade­s, sus pérdidas, su duelo) seguirán ahí. «A nosotros nos preocupa la parte humana, no la mediática», explica Juanma. «Seguiremos preocupánd­onos por ellos dentro de un mes, de dos, de seis. Pero ahora tenemos que resolver sus necesidade­s inmediatas».

Leandro tenía turno ese día en el servicio de coordinaci­ón de emergencia­s. Sobre las cinco y media se recibió un aviso para movilizar asistencia sanitaria preventiva. Incendio en piso, Maestro Rodrigo con General Avilés. Se envió desde la base, a dos calles, un Samu y un soporte vital básico pero, en el mismo momento en que llegaban, ya eran dos pisos. Enseguida, dos plantas. En cuestión de diez minutos se había pasado de una alerta rutinaria a una prioridad 1, una situación sanitaria de emergencia equivalent­e a un accidente con múltiples víctimas. «Los tiempos de respuesta fueron inmediatos», cuenta Leandro, «no se sabía nada, desde las distintas agencias iban llegando informacio­nes pero todo de manera muy rápida, así que, ante la duda, sanidad se anticipa y empieza a prealertar a médicos y a hospitales. La situación era de máxima alerta y máximos activos».

Se movilizaro­n técnicos en reserva y voluntario­s, ambulancia­s, unidades medicaliza­das, Cruz Roja ofreció cinco unidades de soporte vital básico con personal, se despliega hospital de campaña. «Todo fue muy, muy rápido. La primera llamada entra sobre las cinco y media y antes de las seis ya estábamos en despliegue total». Acostumbra­do a atender y coordinar emergencia­s, este profesiona­l sigue impactado por la virulencia del incendio. «Si esto llega a ocurrir de madrugada», comenta desolado, «estaríamos lamentando cientos de heridos. Sería una tragedia equiparabl­e a un accidente aéreo».

Alberto, voluntario de Protección Civil, llegó a las seis. Sabía que el hecho de que se activen y movilicen voluntario­s ya indica que algo grave ocurre, pero no esperaba la magnitud de la tragedia. «En 31 años de experienci­a jamás me había encontrado algo así», admite. «Este incendio no se correspond­ía en absoluto con el patrón habitual de un incendio urbano. Actuaba de manera totalmente distinta».

Bajo el espectro negro y calcinado, junto a la alquería blanca, una señora comenta a un policía que «encara tinc la por al cos». Quien más y quien menos, conoce a alguien que sufre. Mañana no habrá cridà. Huele a humo y a duelo y, esto sí es inusual en Valencia, se habla bajito en Campanar.

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// AYUNTAMIEN­TO DE VALENCIA Así estaban ayer los alrededore­s del inmueble afectado
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