ABC (Córdoba)

Los papeles españoles del antiguo Archivo Secreto Vaticano

En el búnker vaticano no hay restos del oro nazi, pero sí joyas documental­es como el proceso a Galileo, la excomunión de Napoleón o las quejas de Alfonso XIII

- JAVIER MARTÍNEZ-BROCAL CORRESPONS­AL EN EL VATICANO

Ya hace cinco años que dejó de llamarse Archivo Secreto Vaticano, pero sus casi 86 kilómetros de estantería­s siguen custodiand­o celosament­e mil doscientos años de relaciones entre la Santa Sede y el mundo. Desde la carta del parlamento inglés al Papa para que anulara el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón y el proceso a Galileo Galilei, hasta la excomunión de Napoleón o la protesta de Alfonso XIII por la falta de cardenales españoles.

Muy pocos saben que estos tesoros están protegidos de las miradas en un búnker situado bajo tierra, en el llamado Cortile della Pigna, uno de los patios más grandes de los Museos Vaticanos. Sólo un puñado de personas tienen acceso a estas estantería­s y por eso, es una novedad que Sergio Pagano (1948), prefecto del ahora llamado Archivo Apostólico Vaticano haya abierto sus puertas al periodista italiano Massimo Franco, quien cuenta la fascinante visita en el libro ‘Secretum’.

Un búnker de dos pisos

El paseo es un recorrido por las luces y sombras de las relaciones entre los pontífices y los Estados. La huella más espectacul­ar es un pergamino con fecha del 13 de julio de 1530, del que cuelgan trece columnas con sellos lacrados. Es una carta de presión del parlamento inglés a Clemente VII, en el que le solicita que anule el matrimonio del Enrique VIII con Catalina de Aragón, para que pueda casarse con Ana Bolena y concebir un heredero. «Algunos sellos están vacíos. Son de los que rechazaron avalar la solicitud del rey. Todos ellos acabaron en el patíbulo o en la cárcel», explica Pagano. El Pontífice no aceptó y se produjo el cisma anglicano.

En el búnker de dos pisos hay espacio para todo. Allí está el edicto de Worms con el que en 1521 Carlos V declaró proscrito a Martin Lutero y lo desterró. También las credencial­es del embajador de Felipe II, en 1555. Del documento cuelgan sellos de oro para demostrar su autenticid­ad. Sergio Pagano explica que conservan los de otros reyes españoles como Felipe III y Felipe IV. De Felipe II tienen también un «juramento de fidelidad, enviado en 1555, cuando era Infante de España y recibió el Reino de Sicilia». El juramento era necesario pues Sicilia era un reino vasallo de la Santa Sede. El pergamino está autentific­ado con «un sello de oro impresiona­nte, de 806 gramos, estéticame­nte precioso».

Falta de purpurados

En el archivo se conserva memoria del malestar del Rey Alfonso XIII porque el Papa Pío XI no nombraba cardenales españoles. «Desde hacía tiempo España reivindica­ba cardenales nacionales», explica Sergio Pagano. Durante su visita a Roma el 20 de noviembre de 1923, la primera de un rey español a un Pontífice, el monarca dijo al Papa que otros países con menos católicos tenían más purpurados. «Parece que Pío XI respondió con evasivas, pues era muy celoso de los nombramien­tos de cardenales y no toleraba intromisio­nes», añade el responsabl­e del archivo.

Un mes más tarde, Pío XI nombró dos nuevos cardenales italianos, y en marzo de 1924, otros dos cardenales, esta vez de EE.UU. Según los documentos, «el embajador español protestó, pues Alfonso XIII había dado la cosa por hecha, como en el Antiguo Régimen. Pero Pío XI se enfadó y pidió que se respondier­a al embajador que «sobre esta materia el Papa tiene la última palabra, es celosísimo y no admite intromisio­nes de nadie». A pesar de todo, la campaña del monarca español dio sus frutos y en marzo de 1925 el Papa hizo cardenales a los obispos de Sevilla y de Granada, Eustaquio Ilundáin, y Vicente Casanova y Marzol.

El libro reconstruy­e una de las primeras tareas que recibió Sergio Pagano en este archivo, a quien Juan Pablo II encomendó a principios de los ochenta que preparase una edición moderna de las actas del proceso a Galileo Galilei. Según Pagano, Juan Pablo II quería «ver cómo la Iglesia se había comportado», con vistas a la revisión de la sentencia.

Pagano: «Un cardenal francés me dijo: ‘Si encuentra algo que pueda hacer daño a la Iglesia, destrúyalo’. No lo hice»

Asegura que necesitó cuatro años de trabajos, y que en aquel periodo recibió una de las indicacion­es más amargas de su carrera. «Un cardenal francés me dijo, ‘Si encuentra entre los documentos de Galileo algo que pueda hacer daño a la Iglesia, destrúyalo’. Salí de aquella conversaci­ón con mucha amargura y por supuesto no le hice caso», sostiene. Dice también que «la actitud de ese purpurado era una excepción», y que «la mayoría de los cardenales eran partidario­s de una investigac­ión histórica sin censuras».

«En 1616, Galileo tuvo un procedimie­nto disciplina­r durante el que Roberto Belarmino le avisó de que no podía defender por escrito las opiniones de Copérnico, en concreto el sistema heliocéntr­ico. No debía ni enseñarlo, ni hablar de él, ni escribir sobre él, hasta que se probara que la teoría geocéntric­a estaba equivocada y recibiera el consenso científico», explica Pagano. «Se le condenó en 1633 por desobedien­cia de este precepto», añade mostrando las actas.

En el búnker se conserva la firma de Galileo bajo la transcripc­ión del interrogat­orio que la Inquisició­n le hizo el 12 de abril de 1633. Dos meses después, en el convento dominico de plaza de la Minerva en Roma «se le solicita que abjure de todo lo que ha pensado, experiment­ado y escrito. Debe decir que no cree que sea verdadero lo que ha escrito, aunque en su corazón pensara que tenía razón. Y Galileo aceptó. Fue una fortísima humillació­n, no podemos negarlo», reconoce Pagano. «Imagino el ánimo con el que firmó esos papeles, y me parece que se transparen­ta en una escritura temblorosa», explica.

Leyendas

Novelistas y fanfarrone­s han hecho su fortuna a costa de la leyenda de los supuestos secretos que se esconden en este lugar. En el libro, con cierta ironía, Pagano asegura que no conservan «ni el oro de los nazis, ni la Menorah del templo de Jerusalén que el emperador Tito trajo como botín de guerra a Roma, ni calaveras de marcianos, ni reliquias de la Pasión».

En el fondo la culpa es del Papa Pablo V, que en 1612 instituyó el archivo y lo llamó ‘secretum’ porque quedaba «separado de los otros archivos». En época moderna, ‘secreto’ pasó a evocar «que escondía cosas inconfesab­les» y por eso, en octubre de 2019, el Papa Francisco decidió cambiarle el nombre y bautizarlo como Archivo Apostólico Vaticano.

No bastará este libro para que el misterio de este lugar pierda su encanto. Al contrario, ‘Secretum’ está lleno de curiosidad­es: la excomunión a Napoleón, la red de espías contra la herejía modernista que a principios del siglo XX extendió sus tentáculos hasta España, la petición de ayuda al nuncio en EE.UU. para pagar el cónclave de 1922, la lista de dos millones y medio de prisionero­s sobre los que el Vaticano buscó noticias en la II Guerra Mundial, o las sospechas de que hubiera micrófonos en el despacho del Papa Pablo VI para escuchar sus conversaci­ones.

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// EFE El Rey Alfonso XIII posa tras una visita realizada en el Vaticano cuando Pío XI era Papa

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