Ni héroes, ni amigos
Ábalos está señalado por el rey absolutista y se ha convertido en una molestia, en un obstáculo para el monarca y los cortesanos
EN los partidos políticos hay halagadores, cómplices, conspiradores, contrincantes, traidores de conveniencia y cortesanos, pero no hay héroes, ni amigos. Al fin y al cabo, un partido políticos es una monarquía –electiva, eso sí– pero, una vez elegido el monarca, se convierte en un rey absolutista. Tampoco se diferencia mucho de lo que ocurre en otros ámbitos de la sociedad (federaciones deportivas, agrupaciones culturales, empresas, academias, etcétera…) con la diferencia que la ambición en esos colectivos suele ser menor y la disidencia no te deja en la calle.
No hay aplaudidores más entusiastas y ardorosos que los militantes de un partido a su rey absolutista, se denomine secretario general o presidente. Lo de la corte es tan evidente que a los líderes territoriales se les llama barones, equivalente a los nobles de la realeza, entre los que se mezclan los sumisos y los que juegan a rebeldes.
El todavía diputado José Luis Ábalos Meco lo sabe muy bien, y ha practicado el cambio de rumbo, como cuando en 1981, a la vista de las encuestas que daban ganador a Felipe González, sintió que su vocación no era la de ser comunista, abandonó el PCE, y se afilió al PSOE, donde hizo una lenta, paciente y brillante carrera. Tanto en sus tres años en el PCE, como a lo largo de la mayor parte de su vida en el PSOE, ya conoce la cantidad de afectos que aparecen alrededor, tras un nombramiento, y el vacío callado de las deserciones que se producen tras un cese. No inmediatamente, no. En las primera 48 horas hay muchas llamadas telefónicas, y una enorme variedad de «lo siento, José Luis, ya sabes que puedes contar siempre conmigo», pero a la semana siguiente, cuando intentas comprobar el ofrecimiento, la secretaria te dice que tu interlocutor está reunido y que ya te llamará. ¡Con la atención con la que te trataba y con la de favores que le concediste!
El todavía diputado José Luis Ábalos Meco sabe que nadie se expondrá a ser observado con desconfianza por sus jefes aproximándose a él, y que, cuando vaya a la cafetería del Congreso, los únicos que se acercarán serán los periodistas para preguntarle por sus antiguos amigos –Santos Cerdán y Koldo– que se conocieron en una biblioteca, en una asociación benéfica, o en la casa de putas donde Koldo era un portero, no tengo información fidedigna.
Yo creo en la presunción de inocencia, y, desde luego, si ha sido sólo consentidor, lo sabremos, porque nadie se traga el marrón a solas, pero da lo mismo, porque está señalado por el rey absolutista, y se ha convertido en una molestia, en la incómoda persona que incordia, en un obstáculo para el monarca y los cortesanos, a los que les preguntarán por qué no lo defienden. Y ese limbo, al que ha sido condenado, alargará inútilmente la agonía de la despedida, se extenderá incluso a ambientes privados, y lo más sensato y cómodo es marcharse. No habrá ayuda en el PSOE. En los partido políticos no hay héroes, ni amigos.