ABC (Córdoba)

Navalni, vida y libertad

Se enfrentó a un régimen y pagó con lo único que le quedaba, una radical libertad. Creer en su pueblo pese a la mordaza. Soñar que algún día caerán los verdugos y los manipulado­res

- POR ABEL ABEL VEIGA es profesor de Derecho Mercantil

Lo peor de las dictaduras es la aberración y degradació­n absoluta del ser humano. El silencio forzado. La mordaza ignominios­a. El desprecio al ser, a los derechos, la justicia y la dignidad humana es el ADN que corroe las entrañas sin alma de satrapías y politburós varios. Rusia lleva más de cien años en esos gulags impenitent­es y reincident­es. Sólo dos de aquellos siete hombres que dirigieron y pilotaron la revolución bolcheviqu­e murieron en la cama. Lenin con aquella hemiplejia y Stalin en un abandono de pánico diverso. El resto asesinados. Las purgas. El odio. El precio y desprecio del poder y por el poder.

Ser disidente o apelar a democracia cuesta la vida en algunos países. Se disfrazan de democracia­s y de elecciones periódicas. La gran farsa de una mentira atroz. Inhumana. Nauseabund­o, mezquino.

Navalni estaba en una cárcel en ese fin del mundo donde ya nadie sabe ni siquiera quién es. Tal vez quién fue algún día. Decenas de veces confinado y aislado, su vida era un peligro para algunos. Todos lo sabíamos. Pero nadie hizo en verdad nada. Servía de excusa para las cancillerí­as, mas nadie se enfrentó al líder ruso. Silencio. Desgarrado­r. Atronador. Ser abanderado de la democracia lleva a la cárcel o a la sepultura. La voz disidente es una losa, amarga y oscura. Insoportab­le para quien la sufre. Irrelevant­e para el resto.

Solo superada por el cinismo y las hipocresía­s de Occidente que fingen la condena mediática pero callan o hacen que sancionan. La guerra en Ucrania es también un espejo complejo de aristas imposibles. La masacre en Gaza ante civiles con miles de niños palestinos asesinados es otro exponente del vacío y la miseria moral que nos rodea.

Gana la mentira y pierde la ética. Solo es una lucha de poder y territorio sin importar la dignidad, el derecho, la paz y la libertad. Se pisotea todo y se esconde. Se trivializa la vida y la muerte. Se silencia la atmósfera y se apaga toda luz.

Navalni fue envenenado. Silenciado. Acusado y declarado enemigo público número uno. Su vida era una ruleta que ahora han frenado en seco. Nos mentirán en todo lo que rodea su fallecimie­nto. Y borrarán su recuerdo, su nombre, su palabra y su valentía. Se enfrentó a un régimen y pagó con lo único que le quedaba, una radical libertad. Creer en su pueblo pese a la mordaza. Soñar que algún día caerán los verdugos y los manipulado­res, la mentira y la tragedia, la vesania y el hundimient­o absoluto de la moral, los derechos y la libertad.

¿Cuantos Navalnis han de morir para que las sociedades arrodillad­as despierten? Cuántas mentiras estaremos dispuestos a escuchar incapaces de mirarnos a nosotros mismos y saber que nuestra indiferenc­ia y pasividad es cómplice?

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