ABC (Córdoba)

El inglés que fue rajá

Aventurero, reformador e idealista, gobernó en Sarawak (Borneo) durante casi tres décadas

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO Verbolario POR RODRIGO CORTÉS Persona, f. Bestia condenada a pensar.

El nombre de James Brooke, el aventurero inglés que fue rajá en Borneo, ha quedado sepultado por el paso del tiempo. Lo que ignoran muchas personas que han leído ‘Lord Jim’, la novela de Joseph Conrad, es que el escritor se inspiró en Brooke para crear ese personaje, un héroe idealista que busca la redención.

Sediento de aventuras y de gloria, heredó una fortuna de 30.000 libras en 1833 cuando había cumplido los 30 años. Con ese dinero compró una goleta, la Royalist, con la que se dedicó al comercio por el Lejano Oriente. En 1838, partió hacia Borneo. Allí se puso al servicio de Muda Hassim, sultán de Brunéi, que intentaba sofocar una rebelión. Agradecido por su ayuda, el sultán le concedió el título de rajá de Sarawak.

No le duró mucho el favor de Hassim, que le quitó honores y posesiones. Brooke se insubordin­ó y solicitó la ayuda de la flota británica, con la que derrotó a su enemigo. El Gobierno de su Majestad le ratificó en el cargo y se anexionó parte de los territorio­s del sultán.

Emprendió un vasto programa de reformas que incluía leyes administra­tivas y penales, un código contra la piratería y mejoras de la condición de vida de la población. Culminada su labor tras cinco años en el lugar, decidió volver a Inglaterra. Le fue concedida la distinción de Sir y el alcalde de Londres le entregó las llaves de la ciudad. Fue nombrado cónsul de Borneo y gobernador de Labuán en 1847. Tenía 44 años.

A su retorno a Sarawak, contrajo el tifus y la malaria, tuvo que afrontar una revuelta de la población china y se endeudó con la Compañía de las Indias Orientales. Sus relaciones con Londres empeoraron y fue objeto de una investigac­ión en la que se le acusaba de haberse excedido en sus atribucion­es, de la que salió absuelto.

Al carecer de descendenc­ia legítima, Brooke nombró a un hijo de su hermana mayor como sucesor. Dos años después, revocó su decisión y le expulsó de Sarawak tras enterarse de que le criticaba a sus espaldas. Gobernó el territorio con mano de hierro durante casi tres décadas hasta su muerte en 1868 tras sufrir una apoplejía que le mermó en sus últimos años.

Brooke había nacido en Benarés en el seno de una familia aristocrát­ica. Su padre era un alto funcionari­o de la Corona en la India. Fue enviado a estudiar a Inglaterra en su adolescenc­ia, pero se escapó de varios centros educativos. A los 17 años, volvió a su lugar de nacimiento y se alistó en la British East India Company, que le destinó a defender sus posesiones en Birmania. Fue herido y, tras la experienci­a, dejó la unidad militar en la que servía. Su futuro quedó resuelto cuando heredó inesperada­mente.

El viajero, negociante, explorador y aventurero inglés suscitó el escándalo de la sociedad británica de su tiempo por su intensa vida sentimenta­l. Tuvo un hijo ilegítimo con la hija de un clérigo de Bath, al que nunca reconoció. Y, muchos años más tarde, se casó con Fátima, nieta del sultán de Brunéi, por el rito musulmán.

Brooke tuvo relaciones homosexual­es con jóvenes en Sarawak, como él mismo reconoció implícitam­ente. Entre ellos, con un príncipe llamado Badruddin. «Mi amor por él fue más profundo que ningún otro», escribió. También se enamoró de un chico de 16 años, nieto del conde de Elgin, que correspond­ió a sus sentimient­os.

Fue una persona con una mezcla de ambición por la riqueza, afán de servicio al Imperio británico y espíritu justiciero que le llevaba a luchar contra la esclavitud y la opresión. Pero, por encima de ello, poseía un extraordin­ario carisma y dotes de liderazgo. Su valor era también legendario.

En las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, sus hazañas inspiraron no sólo a Conrad sino también a otros escritores como Emilio Salgari y Nicholas Monsarrat, que escribió una novela titulada ‘El rajá blanco’. Tras su muerte, sus restos fueron enterrados en Plymouth, origen de la familia de su padre. No faltan jamás las flores en su tumba.

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// ABC El aventurero británico James Brooke en un retrato

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