ABC (Córdoba)

Isabel Quintanill­a: la intimidad donde habita la emoción

El Thyssen reivindica a esta «pintora de la realidad vivida» con una gran retrospect­iva que revisa toda su carrera. Es la primera vez que el museo dedica una monográfic­a a una artista española

- NATIVIDAD PULIDO MADRID

n 2016, el Museo Thyssen revisaba en una exposición el trabajo de los realistas de Madrid, un grupo más generacion­al y afectivo que artístico: Antonio López, los hermanos Julio y Francisco López Hernández, María Moreno, Isabel Quintanill­a, Amalia Avia y Esperanza Parada. Jóvenes pintores y escultores que coincidier­on en los años cincuenta en la capital, fueron compañeros de estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, se hicieron amigos e incluso se casaron entre ellos (Avia lo hizo con Lucio Muñoz, el único informalis­ta del grupo). Por entonces seguían vivos los hermanos López Hernández, Isabel Quintanill­a y Antonio López.

El director artístico del Thyssen, Guillermo Solana, comisario de aquella exposición junto con María López, le expresó entonces a Isabel su deseo de dedicarle una monográfic­a. Dice de ella que es «una de las grandes figuras de la pintura española de la segunda mitad del siglo XX». Pero el destino se cruzó: ella fallecía a los 79 años, en octubre de 2017, solo nueve meses después que su marido, Paco López Hernández. Un año después moría el hermano de éste, Julio. Hoy solo sobrevive Antonio López, ‘Antoñito’, como le llamaban, el cabecilla del grupo. Pero la antológica de Isabel Quintanill­a, aun sin ella viva, es una hermosa realidad.

EGran éxito en Alemania

Quizás su nombre sea desconocid­o para el gran público en España. No así en Alemania, donde obtuvo un gran éxito en los años 70 y 80, gracias al coleccioni­sta Ernest Wuthenow, socio fundador de la galería Juana Mordó, que promociona­ba a los artistas en el extranjero. La introdujer­on en el mercado alemán los galeristas Hans Brockstedt y Herbert Meyer-Ellinger. Llegó a exponer en la Documenta 6 de Kassel, en 1977. Pero a buen seguro el nombre de Isabel Quintanill­a y su trabajo serán mucho más conocidos a raíz de esta estupenda muestra. En ella descubrirá­n a una excelente pintora, a una deslumbran­te dibujante, a través de 90 obras (la mitad procede de Alemania y una veintena no se ha visto nunca en España), que revisan toda su carrera. Seguro que ayudará a subir su cotización. Hoy, cuadros importante­s de tamaño, época y temática oscilan entre 30.000 y 60.000 euros. Obras de menor formato se hallan a partir de 12.000 y los dibujos en torno a 3.000.

En 2022, la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid reivindica­ba la figura de Amalia Avia en una retrospect­iva. Ese mismo año, el estand de la galería Leandro Navarro en ARCO reconocía a un grupo de pintoras realistas, entre las que estaban María Moreno, Isabel Quintanill­a, Amalia Avia y Carmen Laffón, a quien en un futuro veremos también en el Thyssen. Antes, este verano, lo hará otra gran pintora, muy poco conocida, Rosario de Velasco. Una apuesta fuerte del Thyssen por defender y poner en valor a un puñado de mujeres artistas. En 1996, el Centro Cultural Conde Duque le dedicó a Isabel Quintanill­a una antológica y en 2007 fue invitada a exponer su obra, junto con otros once artistas, en el Prado. Los dos grabados que hizo para aquel proyecto son las únicas obras de la artista presentes en la colección del Reina Sofía, según consta en la web del museo. Y ni siquiera los compró la pinacoteca. Resulta incomprens­ible tal ninguneo. El próximo 15 de marzo se inaugura en Almería el Museo del Realismo, donde Quintanill­a sí estará presente. Nacida en Madrid en 1938, en plena Guerra Civil, perdió en ella a su padre, que luchó a favor de la República. Murió en 1941 en un campo de concentrac­ión de Burgos.

Recorremos ‘El realismo íntimo de Isabel Quintanill­a’ –permanecer­á abierta desde hoy y hasta el 2 de junio y en ella ha colaborado estrechame­nte Francesco, hijo de la artista–, junto con la comisaria, Leticia de Cos. Ha dividido la muestra en seis secciones temáticas y cronológic­as. Se abre con un precioso autorretra­to a lápiz, de 1962, cuando ella y su marido, que se habían casado dos años antes, vivían en Roma, gracias a una beca que había obtenido Paco López Hernández. Estuvieron cuatro años en Italia. Junto al autorretra­to, dos bodegones pintados en la Escuela de Bellas Artes. Hizo las pruebas de ingreso a los 15 años, edad mínima permitida. ‘La lamparilla’ es el más antiguo conservado de la artista, de 1956. A su lado, ‘Bodegón ante la ventana’, de 1959. Ya en ellos se aprecia el amor por el detalle y los objetos cotidianos, así como su

Tema recurrente en su trabajo es el vaso de duralex, que estaba en todas las casas de España en los años 60

virtuosism­o. Pero su técnica «no ahoga la emoción», apunta De Cos.

«En la realidad está todo. El artista lo que hace es transforma­r esa realidad en otra que es arte». Son palabras de Isabel, quien siempre pintaba del natural. Nunca usó la fotografía, pero su forma de acercarse a la realidad es como si usara un zum. «Pinto lo que veo, es más, lo que conozco», decía. Pinta su intimidad, su mundo. Sus objetos personales, heredados, queridos, usados, con los que convive a diario en casa, son los protagonis­tas de sus óleos y dibujos. Los visitantes de generacion­es atrás reconocerá­n los teléfonos de la época, las marcas de productos de limpieza o de higiene, que evocarán recuerdos nostálgico­s: Ajax, Vicks VapoRub... «La realidad que atrapa es siempre autobiográ­fica. En lo sencillo, en lo próximo, en lo cotidiano, habita la emoción», comenta Leticia de Cos. Y el trabajo de Isabel Quintanill­a siempre apela a las emociones. Su trabajo, como el de Antonio López, está muy alejado del frío hiperreali­smo, que copia de la fotografía. Ellos tienen un vínculo con lo que pintan.

Hechuras clásicas

Tras su regreso de Italia, la obra de Quintanill­a se torna más luminosa: pinta en 1966 un bodegón de fruta, muy similar a ‘Bodegón Siena’, de 2017, el último que Isabel entregó a la galería Leandro Navarro antes de morir. «Sus bodegones combinan unas hechuras clásicas con objetos muy contemporá­neos», advierte el director del Thyssen. Están próximos a la tradición española de maestros como Zurbarán.

Si hay un objeto que aparece obsesivame­nte una y otra vez en su trabajo es el famoso vaso de duralex que no faltaba en ninguna casa de este país en los 60. Hay una docena en la exposición, pero llegó a pintarlo en medio centenar de obras a lo largo de su carrera. Vasos solo con agua, con flores, sobre una mesa, sobre la nevera... Lo que le interesaba, explica la comisaria, es el reflejo de la luz y cómo ésta moldea el vaso: «El vaso es siempre el mismo, pero cambia la luz. La luz lo acaricia, lo atraviesa, deja de parecer algo inerte». La suya es una pintura de proximidad, habitada por alimentos (frutas, verduras, carnes, embutidos, pescados), medicament­os, pero también por sus objetos personales: sus llaves, unos guantes, el monedero, unas sandalias... «Isabel entra más en la anécdota que Antonio López», advierte De Cos. Cuelga una acuarela con un besugo, propiedad de Pedro Almodóvar.

También hay homenajes a su madre, que era modista. Como un espléndido óleo sobre tabla de 1971, préstamo de la Pinacoteca Moderna de Múnich. En primer plano, una máquina de coser Alfa, que al igual que la Singer, no faltaba en ninguna casa española. Un tiempo entre costuras, donde dedales y tijeras se cuelan en sus trabajos. A mediodía del viernes ‘Homenaje a mi madre’ era el último cuadro que faltaba por colgar en las salas del Thyssen, junto con ‘Cuarto de baño’ (1968), que luce a su lado. Fue vendido en el estand de Leandro Navarro en ARCO’22. Su precio, en torno a 40.000-50.000 euros.

En una sección denominada ‘La emoción de la ausencia’ cuelgan interiores domésticos, vacíos, de día y de noche, con luz natural y artificial. La artista nos abre de par en par la intimidad de sus casas y estudios (el taller de la calle Urola, que compartía con Rafael Moneo; el piso de la calle Menorca, la casa en la calle Primera en la Colonia Alfonso XIII): el salón, la cocina, el dormitorio, el cuarto de baño –que recuerda a los de Antonio López–... También pinta los lavabos del Colegio de Santa María, en el parque del Conde de Orgaz de Madrid, donde ella y su marido dieron clase al volver de Italia. «Quintanill­a es una pintora de la realidad vivida», comenta Guillermo Solana. Apenas aparecen en sus obras figuras humanas: en un cuadro retrata a su marido; en otro, éste pinta a Antonio López. «Aunque casi siempre vacíos de figuras, en esos interiores late la presencia de los personajes de su vida. Todo respira intimidad», apunta Solana.

Colegas y amigas

El repaso por la producción de Isabel Quintanill­a queda interrumpi­do en una sala dedicada a sus colegas, amigas e incluso familiares. Hay cuatro obras de Esperanza Parada (casada con Julio López Hernández, y por tanto cuñada de Isabel, abandonó la pintura durante décadas) y otras tantas de María Moreno (esposa de Antonio López, era compañera de curso de Quintanill­a) y de Amalia Avia (‘pintora consorte’ de Lucio Muñoz, como ella misma se definía). De nuevo, trabajos de Isabel Quintanill­a: sus paisajes y vistas urbanas (Castilla, Extremadur­a, la sierra madrileña, San Sebastián y Roma) y sus naturaleza­s domésticas. En Roma, pinta los jardines de la Academia de España, en la colina del Gianicolo, cuyo rojo evoca las pinturas pompeyanas. En Madrid, retrata los patios y jardines de sus casas y sus estudios: limones, alhelíes, pensamient­os, cipreses, uvas, higueras... La exposición se cierra con un documental con material inédito. Nos despide la anfitriona, Isabel Quintanill­a, modelada por su marido en una escultura en madera policromad­a. De cuerpo entero, con abrigo, dispuesta a acompañarn­os a la salida.

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// COLECCIÓN PRIVADA Isabel Quintanill­a. ‘Autorretra­to’ (1962)
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// PINACOTECA MODERNA DE MÚNICH // COLECCIÓN PRIVADA. CORTESÍA GALERÍA LEANDRO NAVARRO, MADRID ‘Homenaje a mi madre’ (1971) ‘Pensamient­os sobre la nevera’ (1972)
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// COLECCIÓN PRIVADA, ALEMANIA ‘Lavabo del Colegio de Santa María’ (1968)
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IGNACIO GIL

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