ABC (Córdoba)

La naturaleza caída

José Luis Ábalos eligió como edecán a un gorila prostibula­rio que se comportó como tal cuando le dio las llaves del ministerio

- Fe de ratas LUIS HERRERO

LA corrupción es una guadaña pendular que va cortando cabezas a derecha e izquierda, al ritmo del balanceo que marca la alternanci­a de poder. Hay imbéciles que creen que la codicia, esa pulsión fatídica que mueve a los hombres a convertirs­e en chorizos, abunda más en la gente de derechas. La idea de la que parten es que, educados para el lujo, los conservado­res no tienen límites a la hora de alcanzarlo. Para ellos, la propensión al soborno no viene determinad­a por la condición humana, sino por la condición social. Al pobre le correspond­e la presunción de honradez y al rico justamente la contraria. Esa es, a grandes rasgos, la caricatura con la que la moralina de la izquierda despacha el discurso de la ética política. Huelga decir que la gilipollez es mayúscula.

En 1985 me enviaron a cubrir las elecciones autonómica­s en Galicia y se me ocurrió preguntarl­e a un pastor que cuidaba de su ganado en una pequeña aldea cerca de Santiago a quién iba a votar. «Yo, a la derecha», me dijo sin titubeos. Y al ver mi cara de extrañeza, añadió: «Esos ya lo tienen todo robado». Lo que al hombre más le preocupaba, como bien se ve, no es el uso que habían hecho del poder los que ya lo detentaban, sino el que podían llegar a hacer los que aspiraban a alcanzarlo por vez primera. En su proverbial sabiduría, tenía claro que el peligro no radicaba en el pelaje ideológico de los ladrones potenciale­s, sino en la oportunida­d que les brindaba el poder para perpetrar el robo. La naturaleza caída no varía su grado de inclinació­n a medida que recorre el espectro parlamenta­rio. El PSOE ganó las elecciones con el eslogan ‘Cien años de honradez’ y al cabo de una década de mayorías absolutas acabó apestando a mangancia por los cuatro costados. Luego llegó el PP y se empeñó en demostrar que sus dirigentes estaban hechos de una pasta más resistente a la tentación que la de sus antecesore­s. Naturalmen­te el experiment­o acabó en los juzgados de guardia. La virtud no entiende de ideologías.

Durante la agonía pútrida del felipismo se pusieron de moda dos locuciones latinas –ya casi olvidadas– que definían categorías distintas de responsabi­lidad política: ‘in eligendo’, que señala a quien designa al hombre inadecuado para un cargo público, e ‘in vigilando’, que hace lo propio con el centinela cegato. A Ábalos le incumben las dos: la primera porque eligió como edecán a un gorila prostibula­rio que se comportó como tal cuando le dio las llaves del ministerio, y la segunda porque no anduvo ojo avizor a la hora de impedir que metiera la mano en el cazo. Sin embargo, el sábado pasado, en La Sexta, ya anunció que no entraba en sus planes ser el cabeza de turco más idiota de la concurrida tribu de cabezas de turco y que tener que dimitir por haber amparado a un indeseable le parecía algo «tremendo». Ya solo por eso debería estar apartado de la política, aunque reconozco que si utilizáram­os esa vara de medir con todos los servidores públicos nos quedaríamo­s en cuadro. Pincho de tortilla y caña a que Sánchez tampoco pasaría el corte.

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