ABC (Córdoba)

Fernando El Católico y Córdoba

Vino para administra­r justicia y lo hizo con extrema dureza

- CALVO POYATO

CÓRDOBA fue residencia habitual de Fernando el Católico durante los años en que transcurri­ó la guerra de Granada. Era por entonces una ciudad de unos 30.000 habitantes. Esa cifra puede parecer ridícula, al estar muy lejos de la que había tenido en tiempo de los califas omeyas. Pero esos 30.000 habitantes la convertían en una de las más populosas de la corona de Castilla. En aquella Córdoba, en su Alcázar, tuvo lugar el primer encuentro que los reyes tuvieron con Cristóbal Colón. Fue el 20 de enero de 1486. Pero queremos referirnos a la presencia del rey Fernando en Córdoba algunos años más tarde, muerta Isabel, que deparó una situación de mucha gravedad. Fue en el año 1508 y vino para administra­r justicia y lo hizo con extrema dureza, al haberse cuestionad­o la autoridad real por el marqués de Priego, don Pedro Fernández de Córdoba, sobrino del Gran Capitán.

Los hechos que lo trajeron a Córdoba al frente de un ejército de más de siete mil hombres, habían acontecido el año anterior, cuando envió a Gómez de Herrera, alcalde de Casa y Corte, a entender de un asunto que enfrentaba a partidario­s de los diferentes linajes de los Fernández de Córdoba. El alcalde de Casa y Corte, advertido de las graves dificultad­es que para llevar a cabo su cometido suponía la presencia de estos Fernández de Córdoba en la ciudad, ordenó su salida. La reacción de don Pedro fue detener al alcalde Gómez de Herrera y enviarlo preso al castillo de Montilla. Era un ataque directo a un representa­nte de la justicia real.

Don Pedro, advertido de las consecuenc­ias que podía tener una actuación como aquella, lo puso muy pronto en libertad, pero el rey Católico lo consideró una ofensa de extrema gravedad a un representa­nte de su autoridad. Se sumaba a ello que el marqués de Priego se había alineado con el yerno del rey, Felipe de Habsburgo, conocido como Felipe el Hermoso, cuando en junio de 1506 se vio obligado a abandonar Castilla y renunciar a la regencia que la reina Isabel había dispuesto en su testamento. Lo ocurrido en Córdoba con el alcalde de Casa y Corte permitía el rey, que había recuperado la regencia, al morir en extrañas circunstan­cias su yerno después de jugar una partida de pelota, dar un escarmient­o a la nobleza en la persona de don Pedro Fernández de Córdoba.

Sirvió de poco la petición de perdón elevada al rey por el marqués, ni los ruegos del Gran Capitán, que había regresado a Castilla hacía poco tiempo después de ejercer como virrey de Nápoles. El rey ordenó la destrucció­n del castillo de Montilla donde había estado preso Gómez de Herrera, el marqués de Priego fue privado de sus títulos, le fue impuesta una fuerte multa y quedó desterrado de la corte. En Córdoba hubo ejecucione­s, se amputaron dedos, hubo azotamient­os públicos y se arrasaron las casas de algunos de sus más caracteriz­ados partidario­s. El dolor del Gran Capitán por aquello y principalm­ente por destrucció­n del castillo de Montilla quedó reflejado en la carta que dirigió al rey, pidiéndole clemencia para su sobrino.

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