Ábalos, Koldo y la marisquería como atenuante
Muy a mi pesar, la marisquería tiene muy mala fama hasta el punto de haberse convertido en indicio del trinque
En la historia de los tejemanejes de Koldo, Ábalos y compañía se ha aparecido –¡al fin!– una marisquería de Madrid que otorga al asunto un punto de cordura. Era necesario que el koldismo rematara en una marisquería, ojalá uno de esos locales con servilleta al cuello, mobiliario castellano, un reservado donde te dejan fumar, parrillada para dos, toallitas perfumadas en sobres que se abren con la boca y dejan regusto a colonia, cuenquito de agua templada con rodaja de limón y sobremesa en mantel con migas y lamparones naranjas y amarillos, como un atardecer de Sorolla.
Vengo aquí a reivindicar el marisco como una de las partes luminosas de la vida, un territorio acusado de conducir a un disfrute chusco, excesivo. Si hacemos las cuentas de lo ‘cool’, está mal pegarse un homenaje de nécoras, pero muy bien comerse un ‘poke’, que es una comida amontonada como el rancho del pesebre de las bestias. Sucede porque la parte majarona de este país recela de la opulencia y la ostentación y defiende un modelo según el cuál estaríamos mucho mejor comiendo algarrobas (los demás). Yo desde chico he estado muy a favor del marisco que los franceses califican como ‘fruits de mer’ en una finísima elipsis versaillesca. Vengo de familia del mar y no reniego del marisco porque es como si renegara de mi abuelo Saturno que era de Candás, en Asturias, y al que, si le preguntaban cómo le gustaba la langosta, respondía: «Una con otra». En la recolección y cocina del marisco y los animales de costa anida un honor y una grandeza humana muestra del avance de nuestra civilización porque supone el disfrute de recursos que a primera vista se podrían aborrecer. Se recuerda mucho a Marie Curie y muy poco al primero que venciendo el asco y empujado por un hambre que imagino voraz, se armó de valor y se comió una nécora o una cigala –decápodo de cefalotórax espinoso–, no te digo ya un percebe. Hablamos de una felicidad que brinda lo inesperado similar a la degustación de un animal tan delicioso y tan feo como el pulpo de cuya caza se quejan los animalistas con el argumento de que es un animal muy inteligente. Más inteligentes somos nosotros que nos lo comemos.
Muy a mi pesar, la marisquería tiene muy mala fama hasta el punto de haberse convertido en indicio del trinque, una cima natural del cohecho a la que se asciende por un camino que jalonan los párquines con neones, los copazos en bares de moda con bengalas en las botellas, el piso en Benidorm y, en general, el disfrutar de la vida. La tentación de rendirse a los placeres terrenos humaniza al pecador mucho más que las grandes causas que a día de hoy nos arruinan mi Españita. El que manga para él mismo se me presenta como merecedor de una mayor confianza del que manga para no sé qué chaladura de secesión de un pueblo elegido o el que cambia la ley y perdona el delito para mantenerse en el poder. En realidad están en lo mismo que el koldismo solo que lo del Gobierno con los independentistas resulta más estético siendo la naturaleza ética de la malversación –utilizar recursos de todos para mantenerse–, exactamente la misma. Hay quien sostiene que Sánchez es un Ábalos que ha ido al gimnasio.
Maneras de mangar Hay quien sostiene que Sánchez es un Ábalos que ha ido al gimnasio