ABC (Córdoba)

El bailaor, un albacea del arrebato

Ya sabemos que va cumpliendo cárcel Rafael Amargo. Antonio Canales, también figura de excesos, nos dio por rachas algunos episodios que alborotaba­n las peluquería­s. Y Farruquito

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

Aveces el bailaor se sale a taconear lejos del oficio, y los papeles del arte no lo acogen sino más bien los papeles de la sorpresa, o el susto. Eso, o directamen­te los papeles de sucesos. Ya sabemos que va cumpliendo cárcel Rafael Amargo, por causas vinculadas a la droga. En las teles de chisme lo arrastraro­n en su día como a un friqui de trimestre. Amargo resultó un chico de dar muchas novedades de jaleo, entre el alegrón verbal y el exotismo sexual. Antonio Canales, también bailaor, y también figura de excesos, nos dio por rachas algunos episodios que alborotaba­n las peluquería­s, porque en algún momento se fue con un amigo a la playa, con ajuar de lujuria, y un paparazi los inmortaliz­ó no haciendo coreografí­as lorquianas, precisamen­te. Canales, algún día, se declaró extraviado por los precipicio­s duros de la existencia, y Amargo se declaró bisexual con una insistenci­a que acaso ya debiera aburrirnos.

Amargo gustaba mucho de hacer coreografí­as de provocació­n, más allá de la coreografí­a propiament­e dicha, que ha sido lo suyo, desde niño. Farruquito, otra de las leyendas del gremio, mandó a la tumba a un particular usando de arma homicida un BMW de spot, allá por el lejano septiembre de hace ya más de quince años. El caso fue también un show, y el bailaor estuvo mucho rato de animador a su pesar de las corralas de las telerrosas, que a rachas tienen un poco o un mucho de sucursal alegre, improvisad­a y palabrona de patio de cárcel, entre la salsa rosa y la salsa porno. A Farruquito le cayeron tres años, y cumplió. A nadie se le escapa que aquel episodio lamentable y vergonzoso de Farruquito agrietó su figura pública, que cotizaba en todos los tablaos del mapa y en las revistas de guapos internacio­nales. En todo caso, nunca es atinado confundir al artista con la persona. Una cosa es la ley, o la polémica, y otra cosa la bulería con tacones. Hasta la cárcel escoltó a Farruquito toda la tribu de su familia, como una sola melena paseante y hasta pensante. Mientras cumplió condena, fui yo a ver bailar a su hermano, Farru, joven como el oro, que es otra llama morena de portento y no hay quien lo explique. Farruquito está de nuevo en el tajo, y cuando regresó a la vida de particular, inventó en Madrid, en el Teatro Real, el espectácul­o ‘Farruquito y amigos’, y ahí reunió a los talentos de su propia familia, incluido su hijo de nueve o diez años, y luego a los Carmona, a Pepe de Lucía, y a Antonio Canales. Volvió a triunfar, despeinado de instinto, como siempre, pensando versos con los tacones gitanos. Farruquito, Canales, o Amargo, han vivido a bordo de polémicas diversas, pero han sido y son unos talentos del baile, unos rebeldes del vértigo, unos albaceas del arrebato. Joaquín Cortés, en medio de todos, como un macho con alas, barajó novias como barajaba bulerías, aunque nunca dejamos de verle un fondo de apolo solitario de Córdoba, muy novio de sí mismo. El flamenco es un arte minoritari­o y sufrido. A veces, la fama echa sombra o despiste sobre la grandeza de algunos artistas con vocación de peligros. Los citados no sólo auparon sus facultades de solistas, sino que formaron compañía propia, durante años, y con muy firmes afanes difíciles. Se jugaron los dineros propios. Y los bailaron. Y ese show sí es un gran show de abismos.*

Un show de abismos Una cosa es la ley, o la polémica, y otra cosa la bulería con tacones

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// BELÉN DÍAZ Rafael Amargo, en una imagen de 2020

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