El bodegón de Koldo
Cuántas comisiones caben en un bogavante
LAS décimas son para las quejas, escribió Lope de Vega en su ‘Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo’, exposición pedagógica en verso que el Fénix de los Ingenios dirigió a la Academia de Madrid hace ya cuatro siglos. Un tratado muy de actualidad esta semana, después de las dos tazas de caso Koldo. ¡Ah, Dios mío! Ese José Luis Ábalos, histriónico, desplegando su mantel de infortunios como quien se dispone a tomar un almuerzo de pícaros en el patio de Monipodio.
Un buen guionista de comedia, decía Lope de Vega, debe engañar con la verdad, pues tiene la comedia su fin propuesto: «Imitar las acciones de los hombres y pintar de aquel siglo las costumbres». Mintiendo se revelan curiosas verdades. Y a juzgar por estos días, cualquier cuita resulta propicia, por mal escrita que esté. Si hasta parece que el exsecretario de Organización del PSOE y exministro de Fomento Ábalos hubiese repasado la doctrina de Lope al momento de recitar sus argumentos sobre la larga trama de corrupción en la que un lacayo suyo, Koldo García, se inmiscuye en su escritorio y consigue medrar, incluso a pesar de sus pocas luces.
Ocurre que en el asunto de Ábalos la verdad se escurre, jabonosa, y pasa de mano en mano en el menor tiempo posible. ¡Vertiginosa enjabonada la de estos pillos! Lo que comenzó como el entremesil episodio de unas mascarillas inservibles con las que Francina Armengol se dejó estafar para tener la fiesta en paz en Baleares va camino de un pozo sin fondo que podría acabar incluso en la Comisión Europea. Además de chófer y sirviente de Ábalos en sus tiempos de ministro, Koldo García hizo negocios con todo aquel que se puso delante. Desde Air Europa con el empresario Víctor de Aldama hasta las muchas comisiones que caben en un bogavante.
Si es que lo trágico y lo cómico, mezclado, hacen grave una parte y ridícula la otra. Y así, de mordida en mordida, acaba llegando el asunto a la esposa del presidente de Gobierno. Guárdese de imposibles, dijo Lope al hipotético escritor de comedias al que se dirige en su tratado, porque es máxima que el género sólo ha de imitar lo verosímil. Para entendernos: que un lacayo no trate asuntos trascendentes. Pero entonces, pasa lo que pasa: que un sujeto como Koldo García acabe torciéndole la suerte al escudero del Peugeot.
Está condenado Ábalos a peregrinar de plató en plató, contando en redondillas el mucho dolor que le ocasiona la mudanza de Pedro Sánchez en sus afectos. No debía ser este caso objeto de risa alguna, mucho menos en tiempos de insultos. Pero nuestros pícaros se cuidan hoy como en el Siglo de Oro: cangrejos, seguramente del Guadalquivir, servidos en La Chalana; y camarones, muy probablemente salados, entre comisión y comisión; y queso de Flandes, antiguo dominio de la Corona española, y así hasta formar el bodegón de Koldo. Si es que lo de Ábalos en Fomento es barroco puro: artificio, extravagancia, exceso y decadencia.