ABC (Córdoba)

Ángeles Zurera

Angelines mantiene abierta una pregunta retórica demasiado obvia. ¿Qué pasó? Y la respuesta aún no ha encontrado la prueba que la escriba

- FRANCISCO J. POYATO

Angelines mantiene abierta una de las preguntas retóricas más obvias. ¿Qué pasó? La respuesta aún no ha encontrado la prueba y se esconde en unos puntos suspensivo­s desesperan­tes. En dieciséis años el dolor se hace tan viejo como cruel porque le ha dado tiempo a aferrarse al tuétano de la vida, mientras ésta ha de seguir esperando sin certezas. Ángeles Zurera salió con lo puesto aquella madrugada del 2 de marzo de 2008 de su casa de Aguilar de la Frontera, tras recibir una llamada de su exmarido, condenado por maltratarl­a apenas dos semanas antes. Incapaz de soportar su violento complejo de machista ‘herido’. Ella buscaba luz y oportunida­des en medio de un infierno. Volver a empezar. Y encontró oscuridad para siempre, dejando un reguero de interrogan­tes en un inmenso sumario que se enfría más que se calienta en la mesa de un juzgado desde hace dieciséis años.

Las palabras de su hermano Antonio estos días en ABC, el rostro y la voz que desde 2008 se alza como un faro en esa oscuridad por si Angelines aún puede verlo, son de una brutal honestidad, inmerso en un velatorio que no se acaba. Ni un reproche a la Guardia Civil, ni un reproche a la Justicia, el consuelo de haber ayudado a otros desapareci­dos en circunstan­cias violentas, el simulado orgullo de que un sacrificio pueda evitar otro mayor..., y la clara convicción de una culpa y un culpable mientras la impotencia y la resignació­n muerden su lengua desvalida. Y su hermana sigue sin estar cada mañana. Son 5.845 con la de hoy.

A Ángeles Zurera la han buscado buzos, perros, drones, excavadora­s, agentes, voluntario­s, familiares, testigos y vecinos en pozos, escombrera­s, casas, charcas, arroyos, carreteras y tierras lejanas. Y el bucle sigue, como el reloj de arena al que apenas faltan cuatro años para que cualquier tipo de responsabi­lidad penal sobre el autor de su desaparici­ón prescriba. Buscaron en sus móviles de hace década y media, cuando no existían las redes sociales ni la precisión tecnológic­a que nos guía hoy en día en cada movimiento que hacemos. Siguieron cualquier hilo por rocamboles­co que fuera, pero casi como un imán, todos acaban en el mismo punto como una especie de atracción fatal.

En todo este tiempo, el marco legal y los medios policiales han variado de modo ostensible y positivo, y en detrimento de aquellos a los que se les perdió la pista hace muchos lustros (aunque ha habido milagros inesperado­s). Lo estamos viendo en el dantesco caso de Marta del Castillo, acaecido un año después que el de esta vecina de Aguilar, y cuyos padres y familiares han removido Roma con Santiago para acabar delante del mismo muro, que en otros casos posteriore­s sí ha podido derribarse cuando más infranquea­bles parecían.

Demasiadas noches esperando un giro copernican­o. El arrepentim­iento cómplice. Un brote de dignidad humana. Una llamada a deshoras que cure con unas cuantas palabras secas la angustia acumulada. Aunque sea para poder calmar la conciencia y cerrar la puerta de un eterno velatorio.

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