ABC (Córdoba)

Viaje por la memoria de García Márquez

Con ocasión de la publicació­n de su novela inédita ‘En agosto nos vemos’, conviene abordar los recuerdos como la base de uno de los escritores más leídos del siglo XX

- KARINA SAINZ BORGO MADRID

El Nobel colombiano Gabriel García Márquez estaba dotado para la fabulación y la hipérbole. Acaso por mamador de gallo o genio, nada de lo que el escritor contaba era del todo cierto, pero no por ello falso. Desde niño, vivió fascinado por las historias de espíritus que su abuela Tranquilin­a Iguarán Cotes, una mujer de ascendenci­a gallega, le relataba tarde a tarde. De aquellos episodios extrajo García Márquez las bases de un mundo y una forma de contarlo.

La memoria fue su más afilado instrument­o. Una vez que esta se apagó aplastada por la enfermedad y la vejez, sus palabras acabaron despeñándo­se de las páginas de libros como ‘Memorias de mis putas tristes’ o ‘Vivir para contarla’. Aquellos retales de memoria. Acaso los jirones de un genio.

Justo cuando quedan unos días para la publicació­n de ‘En agosto nos vemos’, novela inédita que Literatura Random House saca este 6 de marzo, conviene asomarse a esos mecanismos de vida, memoria y falseamien­to que hicieron de la suya una obra inimitable.

El olor de la guayaba

En su ensayo ‘La novela detrás de la novela’, Gabriel García Márquez da pistas y descubre cómo y cuándo lo asaltó la idea de ‘Cien años de soledad’. «De pronto, a principios de 1965, iba con Mercedes y mis dos hijos para un fin de semana en Acapulco, cuando me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y desgarrado­r que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera». Así arranca su relato, que luego continúa: «Cuando regresamos a México, me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: ‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamien­to, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo’. Desde entonces no me interrumpí un sólo día».

García Márquez tenía 38 años, cuatro libros publicados y el comienzo de la mejor novela escrita durante el siglo XX. Aunque muchos, entre ellos su biógrafo Dasso Saldívar, no dan por confirmada la versión de que García Márquez dio la media vuelta, el Nobel la contó así a Plinio Apuleyo Mendoza. «¿Es cierto que diste media vuelta en la carretera y te pusiste a escribirla?», le preguntó don Plinio. «Es cierto, nunca llegué a Acapulco», contestó Gabo en una frase que aparece recogida en ‘El olor de la guayaba’.

Realismo gallego

El periodista Carlos G. Reigosa defiende en su libro ‘La Galicia mágica de García Márquez’ (Auga Editorial) una tesis de los orígenes gallegos de la abuela Tranquilin­a como magma del universo macondiano. El asunto parece, sin embargo, bastante más complejo. García Márquez creció rodeado por sus abuelos maternos y sus tías, pues sus padres, el telegrafis­ta Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, se fueron a vivir a la población de Sucre cuando el escritor tenía apenas seis años. De aquel entorno salieron buena parte de sus personajes: su abuelo fue el coronel Nicolás Márquez, veterano de la guerra de los Mil Días, quien le contaba al pequeño Gabriel infinidad de historias de su juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, y que relataba en sus expedicion­es al circo y al cine.

No existe una causa única que explique una obra como la del colombiano: hecha del mucho periodismo, del mucho contar la realidad, del mucho oficio, del mucho leer, del mucho vivir. Gabo vuelca en la ficción todo lo que ha reporteado en sus años de niño fisgón que a los cinco ya sabía escribir. Todo aquello cuanto parece producto de la exageració­n o la fabulación en las páginas de la literatura de Gabriel García Márquez puede que provenga del clavo del dato duro, golpeado mil veces por el martillo de la memoria oral. Con eso él compuso un fresco alucinado, cuya base –sin duda– existió.

El resultado fue aquel Macondo que dejó en pañales al Faulkner de Yoknapataw­pha: aquella región en la que el pirata Francis Drake mataba caimanes a cañonazos; el galeón plantado en medio de la selva que empujó al coronel Aureliano Buendía a atravesar la región buscando el mar; la peste del olvido o los peces de oro...

El río de la memoria

En 1940, gracias a una beca, ingresó en el internado del Liceo Nacional de Zipaquirá: el frío del internado de la Ciudad de la Sal lo ponía melancólic­o, triste. Fue en esos años cuando hizo su largo periplo por el río Magdalena en barco de vapor. Ahí, entre las brumas del río, cuajaron las que serían sus imágenes literarias que expresaría en sus libros. Así lo explicó en ‘Vivir para contarla’, un libro tras bambalinas de ‘Cien años de soledad’ y en el que la metáfora del río se impone con la misma fuerza de la memoria.

Las siete generacion­es de los Buendía son una metáfora tan sentimenta­l como política de Colombia y del Caribe. El matrimonio entre los primos José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, fundadores de Macondo, es la primera rama de una larguísima genealogía de seres increíbles: José Arcadio Buendía, atado al castaño; Remedios la bella, que se eleva entre mariposas amarillas; Melquíades, cuyos pergaminos y profecías atraviesan todo el libro; el coronel Aureliano Buendía (padre de 17 hijos) que envejece encerrado fabricando sus pescaditos de oro; Aureliano Triste, el hombre que llevó el hielo a Macondo… Los persigue a todos la profecía del niño que habrá de nacer con cola de cerdo y que se comerán todas las hormigas del mundo. «El primero de la familia está atado a un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas».

«¿Es cierto que diste media vuelta y te pusiste a escribirla?», preguntó Plinio. «Es cierto, nunca llegué a Acapulco», dijo él

 ?? // GUILLERMO ANGULO ?? Gabriel García Márquez revisa el manuscrito de ‘Cien años de soledad’
// GUILLERMO ANGULO Gabriel García Márquez revisa el manuscrito de ‘Cien años de soledad’

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain