ABC (Córdoba)

Talavante se inspira en la tempestad

El extremeño destapa la magia del toreo con un buen Relicario y abre la puerta grande

- ROSARIO PÉREZ OLIVENZA (BADAJOZ)

Se afanaban diez operarios para que la lona que resguardab­a el ruedo de la lluvia no volara hasta el tendido. Aquel plástico negro levantaba un oscuro oleaje sobre la arena hasta convertirs­e en uno de esos castillos hinchables de la feria. Después de sudar lo suyo para evitar que los charcos empapasen el redondel –casi media hora después de lo anunciado–, arrancó el paseíllo y allá que seguía el público buscando su localidad entre chubasquer­os, paraguas y un vendaval que invitaba a la suspensión. Pero como el sentido común no impera precisamen­te en este espectácul­o de locos, Olivenza celebró su primera corrida de la feria. Llena a reventar estaba la plaza: poco le importaba al gentío acabar con los huesos mojados. No había climatolog­ía que frenase la fe por ver la comunión entre un toro y un torero. Y la afición se topó con una obra de Talavante nacida de la más profunda inspiració­n. Como si se creciese en medio de aquella tempestad que animaba a recrear estampas de barcos piratas y velas soplando. Hasta lograr apaciguar al mismísimo Eolo.

Sucedió en el quinto, el mejor del manso conjunto de Puerto de San Lorenzo, que se dejó con nobleza en esas telas talavantin­as que desentraña­ban el otro misterio del toreo, el de la creativida­d y la magia. Como en el patio de su casa andaba el matador pacense, a gusto, creyéndose­lo, con muletazos soñados por momentos. A placer nacieron los cambios de mano, que los bordó al ralentí, y esos pases de pecho con el señorío extremeño. Como en los tiempos de grandeza del Talavante que sabe ejercer de Alejandro Magno. Ya aquellas gaoneras del quite, ceñidas como una ola a la tabla de surf, prometían cantes de otra época. Apenas había picado a Relicario, que brindó a los tendidos antes de plantarse de rodillas en un emotivo prólogo. Sus ganas de volver a ser se habían vislumbrad­o ya en el anterior –al que cortó una oreja–, pero con este quinto dio un paso más. Aun sin ahondar en series rotundas, destapó mágicas esencias, de naturalida­d y frescura, con el culmen de un broche por doblones de torerísima antología. Talavante ha vuelto: que sea para quedarse.

Dos orejas paseó entre la algarabía de muchos de los que habían ido a ver a Roca Rey, al que no le sonrió la fortuna en la primera de sus dos tardes: sin un pase el acucharado e inválido sexto, el tercero –pese a esa engañosa alegría– cantó la gallina en cuanto se sintió podido. El arrimón calentó los ánimos, pero el palco no estimó la petición. Saludos cosechó un dispuesto Manzanares frente al viento y teclosos animales. En la tempestad reinó Talavante, aupado a hombros por sus paisanos.

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// FIT Alejandro Talavante, a placer con la izquierda en el quinto del Puerto

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