ABC (Córdoba)

«París está idealizada hasta para los parisinos»

Máximo Huerta ▶ El novelista vuelve a los felices veinte en su nueva novela, ‘París despertaba tarde’

- Escritor BRUNO PARDO PORTO PARÍS

La lluvia ha espantado a los pintores de la place du Tertre, ya un espejismo de lo que fue, así que toca imaginarlo­s, como tantas cosas en París: no es nostalgia, es Historia. Máximo Huerta (Utiel, 1971) –abrigo abierto, jersey de pescador, aún es invierno todavía– pasea por Montmartre recordando aquellos tiempos en los que la ciudad era una fiesta y no una resaca de turistas y cazaturist­as. Ya en Sacre Coeur, en la capilla de San Ignacio de Loyola, mira al techo y dice: todo empezó aquí. Y entonces señala el mosaico del ábside, del taller Mauméjean, donde dos mujeres destacan por su ropaje. «¡Son dos falleras! La que está de perfil es una mezcla entre Kiki de Montparnas­se y Conchita Piquer». Con ese detalle, asegura, empezó lo que ahora es su nueva novela, ‘París despertaba tarde’ (Planeta), un regreso a los años veinte de la mano de Kiki de Montparnas­se y Alice Humbert, la protagonis­ta de ‘Una tienda en París’.

—París es una de sus obsesiones recurrente­s. ¿Por qué ha vuelto esta vez?

—Esta novela ha sido como culminar una obsesión que tengo hacia esta época. Pero es que escribir es culminar una obsesión.

—Parece que más que una ciudad o una época en esta novela lo que describe es una juventud.

—Es que todos eran muy jóvenes y ya habían vivido una guerra. Solo tenían ganas de olvidar, de vivir una adolescenc­ia nueva. Necesitaba­n olvidar la tragedia y la única forma de hacerlo era la fiesta, el deseo loco de un mundo nuevo, las risas, los placeres. La efervescen­cia que todos tenemos en la adolescenc­ia pronto se adueñó de la capital.

—Cita a Jean Moréas: «Los jóvenes están muy bien porque son absurdos». ¿Cómo ve ahora a la juventud?

—Lo que veo es un montón de móviles. Veo una juventud que se mira demasiado a sí misma y no mira alrededor. Que está todo el rato mirando a través de las pantallas. Creo que se están perdiendo la vida. A mí me divertía emborracha­rme, pero no me estaba intentando grabar mientras estaba bebiendo y brindando. O sea, que haya que repetir el brindis para grabarlo ya define cómo es esta juventud. Segurament­e

viene porque está deseando gustar. Todos queremos que nos quieran, pero ese ‘like’ no es amor.

—Al principio de la pandemia hubo quien aventuró que todo iba a terminar con unos nuevos felices veinte. Pero eso no ha ocurrido. Todavía.

—No ha ocurrido porque hay algo que no tenían entonces, y era miedo. En 1920 le dieron un puntapié al siglo XIX y a lo que representa­ba: a las formas, a los buenos modales. Fueron diez años de una intensidad inaudita, y consiguier­on algo que ahora no hacemos, y es conjugar la locura. Y todo eso lo hicieron con menos posibilida­des que ahora. Con muchas menos posibilida­des hubo vanguardia, hubo alegría.

—Hay mucha pobreza en la novela.

—Es que es lo normal en ese tiempo era ser pobre. Francia era un país con casi dos millones de muertos, con cuatro millones de heridos, tullidos, intoxicado­s, traumatiza­dos, mutilados. Con ese panorama de pobreza y de un muerto en cada familia era imposible olvidar el dolor. Pero había un deseo de reconstruc­ción muy potente.

—Dice Kiki: «No es que me lleve mal con la tristeza, pero ya la viví». —Es la encarnació­n del espíritu de que todo es la última noche. De que todas las fiestas son la última fiesta. Era una actitud muy dadá. Se gastó la vida, y eso es bueno. Hay que arriesgars­e, porque nos vamos a morir.

—¿Su juventud fue así?

—No, no. Yo tuve una juventud muy gris, muy normal, muy rural. Los años veinte estaban dentro de mi cabeza, pero no en mi cuerpo.

—¿París es una ciudad a la altura de su fantasía o le ha decepciona­do?

—París está idealizada hasta para los parisinos. Los parisinos son consciente­s de haber hecho la Revolución Francesa, son consciente­s de los años sesenta, son consciente­s de los años veinte. Y están muy orgullosos de eso. Es una ciudad idealizada, sí, tanto desde dentro como desde fuera. Pero yo creo que cumple las expectativ­as… París es una ciudad hostil, como un amante al que luego perdonas por las flores [y ríe].

—De toda galería de personajes reales que desfilan por la novela, ¿a quién resucitarí­a para pasar una noche?

—Me habría ido de fiesta con Kiki de Montparnas­se, sin lugar a dudas. Lo más parecido a ella que tengo es Bibiana Fernández. Pero sí: Kiki. Me habría gustado ver en vivo cómo era la reina de Montparnas­se. Se acabaron los años veinte cuando ella se acabó. Esto no es mío, es de Hemingway.

—¿Eran tiempos menos aburridos?

—Hay tiempos muy aburridos, sí. Y no lo digo porque tenga cincuenta y dos años.

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// JAVIER OCAÑA Máximo Huerta, retratado en París

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