Orgullo y perjuicios
La pachorra del español tiende a la amnistía y el olvido
Ya el ‘feminismo interesado’ no interesa, ya no hay Irene Montero desde el balcón de lo suyo, ese ministerio a mitad de camino entre el jardín de los Teletubbies y una pegada follonera de carteles por justificar el sueldo de la gallofa que había allí con cargo al erario.
Digo que ya no se oye a ese ministerio inane y gritón, ni esas riñas metafísicas con Carmen Calvo: el gazpacho de siglas de una contra la egabrense y sus currículos académicos, que resulta que ambas fueron un prodigio de la dialéctica discutiendo sobre el vacío. Puro sanchismo. Ya Ábalos, que confesó llevar el «feminismo en el ADN de su proyecto», no aparece para vendernos no sé qué idea de la igualdad, que aquí todo hijo de vecino sabe que un pub se parece a otro pub desde Ponferrada hasta Torrent.
Qué lejos parece aquel 8-M de 2020, la tos de Irene Montero mortalmente propagada, Begoña Gómez saltando como sólo salta quien bien sabe de otros saltos. Siempre lo recuerdo, porque aquel tiempo fue el más nuestro. Y no volverá, cuando aquí el macutazo se diluya con otra trapisonda de Sánchez, o un laconismo eslavo de Putin, de los que acongojan la entrepierna.
Aquel 8M, la guadaña ya estaba campando por España, y sin embargo, la calle fue suya. Por narices. Después, claro, el secuestro civil y aquí todos metiendo mano en la faltriquera de la muerte, que es negocio que renta mucho, sobre todo si la parca cae en ajenos. En miles de ajenos. Aunque la pachorra endémica del español es que tiende a la amnistía moral, por olvido o vagancia. Y por ambas a la vez. Nos lobotizaron con Illa y Simón, que no sabían colocarse una mascarilla y se lo demostraron a los niños, que no conocieron a Fofó y compañía, y sí a aquel dúo tragicómico. El 8M de 2020 lo han borrado con tapabocas reguleros y la amenaza de una querella a quien saque una piñata o una exclusiva diáfana. Pero ese 8M España empezó a morir. He vuelto al paseo del Prado, donde el cogollo de aquel día, y, como dijo Pepelu Ábalos en el Congreso, «yo también tengo muchas respuestas».
Cuatro años no es nada, Koldo.