ABC (Córdoba)

El alemán que amaba ‘La Ilíada’

Millonario y políglota, localizó y excavó las ruinas de Troya, siendo acusado de robo

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Tenía 7 años cuando su padre le regaló un libro de historia en el que aparecía un grabado de Eneas huyendo de Troya en llamas. Aquella imagen suscitó su curiosidad por ‘La Ilíada’, el libro de Homero, y por Príamo, Héctor, Agamenón y Aquiles, los personajes de la epopeya. Cuatro décadas después, tras hacerse millonario y viajar por todo el mundo, Heinrich Schliemann logró satisfacer su sueño. Corría 1870 cuando llegó a Hisarlik (Turquía), donde según diversos estudiosos podían hallarse las ruinas de la ciudad devastada por los aqueos. Tras tres años de excavacion­es, los picos y las palas de sus obreros dieron a ocho metros de profundida­d con el Tesoro de Príamo, hoy en el Museo Pushkin de Moscú, donde fue llevado por el Ejército Rojo desde Berlín como botín de guerra tras la derrota de Hitler.

Diademas de oro, anillos, pulseras, copas, vasos, dagas, hachas y artefactos de cobre fueron hallados en el lugar donde Schliemann creyó que estaba el palacio del rey de Troya. Decidió sacar de Turquía sus hallazgos y ocultarlos en una granja de Grecia, propiedad de unos familiares de su esposa. El Gobierno turco le acusó del robo de bienes nacionales y fue condenado a pagar una multa que asumió sin rechistar. Gracias a ello, pudo seguir excavando en Turquía, pero el Tesoro nunca volvió a su país de origen. Al final de sus días, decidió donarlo a un museo de Berlín.

Schliemann nació en Mecklembur­go, en el norte de Alemania, en 1822. Era hijo de un pastor protestant­e que, al fallecer su esposa, le dio en adopción a unos tíos. Sin posibilida­d de recibir educación universita­ria, se embarcó hacia Venezuela a los 18 años. Pero su barco naufragó y se instaló en Ámsterdam. Trabajó en una oficina comercial, donde descubrió la posibilida­d de hacerse rico. Al mismo tiempo, siguió estudiando a los clásicos y aprendió francés, inglés, español, ruso, griego y holandés. Leía textos en esos idiomas y luego los memorizaba.

La oficina le envío de delegado a San Petersburg­o y luego a Moscú. Empezó a comerciar con oro, logrando una enorme fortuna antes de cumplir los 30 años. El dinero fue empleado en comprar antigüedad­es clásicas. Iba con frecuencia al British Museum de Londres y fue en esa época cuando decidió que utilizaría todo su tiempo y su energía en localizar Troya. Para ello, se matriculó en la Sorbona de París.

Casado en segundas nupcias con una joven griega, conoció al millonario Frank Calvert, que ya había realizado excavacion­es en Hisarlik. Calvert

le convenció de que allí estaba la mítica ciudad de Troya. Schliemann contrató a decenas de obreros que, con instrument­os muy rudimentar­ios, comenzaron a cavar. Pronto apareciero­n cerámicas y vasijas que corroborab­an la hipótesis de Calvert.

Removieron el terreno provocando considerab­les destrozos, pero finalmente dieron con el Tesoro de Príamo en la llamada Troya II. La mujer de Schliemann, que envolvió las joyas en un chal, se quedó una bellísima diadema de oro. Tras abandonar el país, el millonario alemán volvería a Hisarlik para proseguir las excavacion­es. Tras los nuevos descubrimi­entos, rectificó su criterio y sostuvo que la mítica ciudad correspond­ía al estrato más profundo Troya VI. Todo ello fue documentad­o en un libro que sigue siendo una referencia.

Tras los primeros hallazgos en Hisarlik, Schliemann realizó excavacion­es en Micenas, donde ya se había encontrado la Puerta de los Leones y la tumba de Atreo. En 1876, su tesón fue recompensa­do con la llamada máscara de Agamenón y cinco tumbas con objetos de oro, bronce y marfil. Siempre en busca de restos arqueológi­cos, también excavó en Tirinto y en Orcómeno, donde descubrió un nuevo tipo de cerámica.

En 1890, sufrió una grave infección en el oído y tuvo que ser operado. Desoyendo el consejo de los médicos, decidió viajar a Atenas, donde se desvaneció el día de Navidad. Murió horas después. Sus restos fueron enterrados en un mausoleo de estilo dórico que había mandado construir en un cementerio ateniense. El friso ilustra sus excavacion­es y hay un grabado que reza: «Para el héroe Schliemann».

Empezó a comerciar con oro y logró una enorme fortuna antes de cumplir los 30 años. Lo invirtió en antigüedad­es clásicas

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// ABC El millonario Schliemann murió tras ser operado en 1890

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